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Anxel Vence

Pobres disfrazados de ricos

La "banda de las top model"

La policía detuvo no hace mucho a dos mujeres que usaban vestidos de marca y joyas como método de camuflaje para robar en barrios de alto poder adquisitivo en Madrid. De no ser por la oportuna intervención de las fuerzas del orden, las cacos –en este caso no conviene el femenino– habrían alcanzado en algún momento la verdadera condición de personas adineradas, con lo que ya no les haría falta el disfraz.

Pertenecían las impostoras, según parece, a la llamada "banda de las top model", procedente de la Europa del Este. De ello se deduce que, además de la ropa y los bolsos de marca, también debían de tener, por lógica, un físico propio de la gente que desfila por las pasarelas. No está al alcance de todos –y todas– la posibilidad de disfrazarse de rico sin llamar la atención. El cuerpo importa.

Hay métodos mucho más sutiles para enriquecerse, sin necesidad de ir afanando joyas y dinero por las casas de los acaudalados. El contrabando o la política, un suponer, son excelentes vías de acceso a la riqueza que sin duda resultarán algo menos arriesgadas para hacer una rápida fortuna.

No lo entendieron así las ingenuas chicas disfrazadas de damas de tronío que iban por las casas de gente adinerada para pillar las joyas y billetes que sus víctimas hubieran podido dejar al descuido.

Ese método de robo es cosa de pobres, como bien se ve. Un rico como Dios manda no roba. A lo sumo se limita a cambiar el dinero de sitio para que Hacienda no sepa donde lo guarda. Nada tiene que ver ese trasiego de capitales desde España a Suiza o las islas Cayman con el hurto minorista a domicilio, que es más bien un arte de pillagallinas y otras gentes de menguada ambición. Como la de la pareja de mujeres que se disfrazaban de señoras de alto copete para robar en el barrio de Chamberí.

Ignoraban las así disfrazadas que la manera más habitual de hacerse rico es tener un padre –y a ser posible, un abuelo– que ya lo sea. Es una teoría fácil de verificar que sostiene, entre otros, Thomas Piketty, el economista de moda en los salones de la socialdemocracia europea.

Tras observar que nueve de cada diez estudiantes de las universidades americanas de élite son de familia rica, Piketty dedujo que no son solo el talento y el esfuerzo los requisitos para ingresar en el selecto club de Harvard, Columbia, Princeton o Yale. Más importante que eso serían las donaciones con las que los padres de las criaturas engrasan los goznes de esos centros para abrirles las puertas a sus hijos.

Tamaña ventaja no está al alcance de aquellas que, para su desgracia, nacieron en países de la Europa Oriental trastornada por décadas de socialismo científico. De ahí que, en su candidez, la pareja detenida en Madrid optase por la simulación de la riqueza para obtener un más disimulado acceso a las casas de los ricos de la capital.

Cierto es que ser pobre lo delata a uno en su forma de ataviarse, aunque no lo es menos que algunos ricos tratan también de disimular que lo son vistiéndose de paisano, por así decirlo. Abundan los cachorros de la clase alta que se adornan con vaqueros cuidadosamente rotos y de alto precio; no tanto por disimular su condición como por marcar tendencia o seguirla. Cuesta un dineral disfrazarse de pobre.

El problema de disfrazarse de rico, en cambio, es que acaban por pillarte. Bien lo saben por experiencia las pobres camufladas de Chamberí.

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