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Francisco Sosa Wagner

Excrementos

Putin viaja con su propio inodoro

En la literatura humorística española fue muy frecuente el relato construido sobre el torero que lleva su toro a la plaza, el médico que tiene en nómina a su propio enfermo o el militar a un preso de guerra de confianza, hoy estas bromas han desaparecido porque nos hemos hecho influencers y youtubers sostenibles.

Pero hay otras, la más reciente es la que nos informa de que un tal Putin, invasor de países que le encocoran, lleva consigo en sus desplazamientos su propio inodoro para evitar que los espías analicen sus apreciables heces.

Triste destino el de estos honrados espías, padres/madres de familia, temerosos de Dios, que, en lugar de microfilmar documentos, han de entregar su celo profesional a examinar morosamente las cagadas de un prójimo que olerán "y no a ámbar".

–Peor sería llevar un Kalashnikov AK-74 –oigo a mi alrededor.

Cierto pero nadie negará que el capricho es raro. Uno lleva el neceser con la brocha de afeitar o el cepillo de dientes pero ¿un evacuatorio portátil que no expele los excrementos sino que los almacena? Se vuelve a épocas pasadas, aquellas en las que no existía ese chorro de agua que hoy expulsa a hondones tenebrosos y mefíticos nuestras deposiciones.

El problema es que hoy este antojo lo practica el excéntrico mandatario ruso pero ¿y si se generaliza? Porque la causa de este trasiego de inodoros es evitar el espionaje y el descubrimiento de secretos de Estado incorporados a ilustres boñigas. Pero –se admitirá– que ese riesgo lo pueden padecer muchos otros mandatarios: jefes de Estado, ministros, presidentes de esto o de aquello, los influencers y youtubers a que me refería antes y hasta concejales podrían vivir la angustia de ver desnudados sus delicados secretos a partir del análisis de sus deyecciones.

Si esto fuera así, imagine el lector/a el trastorno que causaría en los trenes, en los aviones la adecuada protección de tan apreciables residuos. Un lío monumental sobre el que nadie –de momento– ha reparado.

Pero es que además el hediondo y espeso esfuerzo es inútil.

–No lo creo, una diarrea puede esconder un tesoro de datos sensibles sobre submarinos, tanques, sistemas costeros de artillería y helicópteros de última generación.

Una objeción bien trabada pero que no desbarata mi tesis.

Acepto que el análisis de evacuaciones líquidas y frecuentes pueden determinar la marcha de una campaña bélica en este enclave decisorio o en aquel puerto de mar.

Pero no cubre otros: por ejemplo, el palomino que se deposita en la ropa interior del mandatario.

Como deja a la intemperie su sudor, copioso tras el estudio de los asuntos de Estado; los eructos, no menos copiosos tras las comidas igualmente copiosas a las que obligan esos mismos secretos de Estado; en fin, los mocos o esas ventosidades ligadas a la forma de alimentación sacrificada de estos personajes.

Se verá que aún quedan muchos flancos al descubierto en el meritorio trabajo de espías/espíos/espíes.

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