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Ramón Punset

El espíritu de las leyes

Ramón Punset

Inseguridad

La democracia frente al atropello a la dignidad humana

La crisis de la Gran Recesión, la pandemia de la covid-19, la guerra ruso-ucraniana y sus secuelas de escasez e inflación han zarandeado nuestras vidas, alejándolas de la seguridad que a comienzos del siglo XXI creíamos, al menos en Occidente, haber conquistado y afianzado para siempre. Actualmente, y en muchísimas personas, hay una estremecedora sensación de inseguridad y de debilidad. ¿Quién confía hoy en el Estado, en los dirigentes de la economía y en los líderes políticos? Y, sin embargo, esa confianza –por lo demás imprescindible si se quiere tener futuro– ha solido carecer, total o parcialmente, de fundamento.

Igual, por cierto, que la confianza exagerada en nuestra integridad ética personal, en nuestra lucidez mental y política, en nuestro coraje cívico y en nuestra generosidad humanitaria. Pero, por Dios, dejemos de lamentarnos, aunque no de horrorizarnos. Esas ciudades arrasadas de Ucrania, la utilización por los rusos de la violación de las mujeres como arma de guerra, el mil veces repetido naufragio de las pateras, los atroces campos de refugiados, toda la tremenda cantidad de mal absoluto que nos arrojan al rostro los telediarios, la miseria inacabable de centenares de millones de personas, el aumento exponencial de las tiranías políticas en los últimos decenios (con las cuales contemporizamos cuando nos conviene) y, en fin, el atropello incesante de la dignidad humana, ¿no ha sido siempre así? ¿De qué nos asombramos, pues?

Lo único que nos ha de estar tajantemente prohibido es la resignación. Hay que combatir el fatalismo que conduce a la indiferencia ante las desgracias ajenas, las cuales deben espolear nuestra abierta disconformidad con las prácticas que las generan. Pero a la vez no podemos ser irrazonablemente optimistas. El cristianismo me ha imbuido de pesimismo antropológico (acaso indisociable de su soteriología), mas a cambio de ello el pesimismo me ha impulsado a la defensa acérrima de la democracia constitucional. En efecto, la idea del "pecado original", más allá de sus contornos míticos, refleja, como afirmaba Thomas Mann en 1938, la intensa percepción del hombre, en tanto que ser espiritual, de sus debilidades y limitaciones naturales, sobre las que, también mediante el espíritu, debe a toda costa elevarse. Precisamente esta conciencia de nuestra inseguridad radical (de nuestra naturaleza herida) es la que, abominando de la "magia contaminada" de los despotismos pretendidamente redentores, ha de guiarnos hacia la democracia. Una democracia que el gran escritor alemán definía como aquella forma de gobierno y de sociedad inspirada por encima de todo en el sentimiento y la conciencia de la dignidad del hombre ("La victoriosa llegada de la democracia", Revista de las Cortes Generales, nº 106, 2019).

Tenemos que reivindicar constantemente –y aun obsesivamente, sobre todo en tiempos de especial inseguridad– el respeto de la dignidad humana. Hemos de persuadirnos, como escribe la filósofa americana Judith Butler ("La fuerza de la no violencia. La ética en lo político", Paidós, 2021), de que la vida de todas las personas es igualmente digna de ser llorada en caso de pérdida (salvo la de los depredadores de la economía y de la política, añado por mi cuenta). Teniendo bien presente la vulnerabilidad humana, Butler reconoce que sólo una parte de nuestra naturaleza orgánica desea que seamos pacifistas, la que valora los sentimientos de solidaridad, que buscan deshacerse de las fuerzas de la destrucción y de la "fascinación antropomórfica" del poder tiránico.

¿Qué hacer para afianzar nuestra seguridad? Henri Bergson hubiera dicho, como aconsejó a un congreso de filósofos: "Actúen como hombres de pensamiento, piensen como hombres de acción".

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