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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Trabajo basura

La llegada del verano y los turistas delata las carencias de nuestro sector hostelero

Cuando el turismo empezó a masificarse en Gijón allá por los años 60, mi familia quiso sacar provecho de aquel nuevo boom. Había escasez de plazas hoteleras así que nos beneficiábamos del exceso de demanda. Alquilábamos a los forasteros las habitaciones libres de nuestra casa. Cada mañana, a las ocho en punto, mis primas y yo acudíamos a la antigua estación de Renfe a esperar el expreso Costa Verde, procedente de Madrid. "Habitaciones", "habitaciones", gritábamos y casi siempre volvíamos a casa con una familia de turistas.

También dejábamos nuestras señas en los hoteles –el Hernán Cortés, el Asturias, el Pelayo– por si tenían clientes a los que no podían alojar. Llegamos a tener posaderos ilustres. Aún me acuerdo de Carlos Lemos, famosísimo entonces por el Estudio 1, que venía a actuar en el Jovellanos. O de un comisario desplazado desde Madrid para investigar un muy sonado robo en una joyería de la calle Corrida; el policía me dejó la mayor propina que recibí en emi vida, 50 pesetas.

Llegamos a profesionalizarnos y crear una especie de Airbnb. Pusimos anuncios en el periódico, y atrajimos clientes de estancias largas, que repetían cada verano y que terminaron por hacerse buenos amigos de la familia. Aquellos ingresos se convirtieron en un buen complemento para los raquíticos salarios de la época.

Eran los primeros pasos del turismo en nuestro país. Con el tiempo, el turismo, en Asturias y en España, llegó a convertirse en una de las principales fuentes de ingresos, el 12 por ciento del PIB en 2019. Hasta tal punto que nuestra economía depende ahora de forma casi exclusiva de los vaivenes del turismo. Pese a todo, se plantea limitarlo sin encontrar alternativa. Se habla de las hordas de veraneantes que están destrozando nuestro paraíso natural. "No a los cruceros", "Tourist go home", se puede leer en las paredes de Palma o Barcelona.

No es tan fácil. Uno de cada diez puestos de trabajo está relacionado con el turismo. Y se ha abierto otro gran debate. Los empresarios hosteleros no encuentran trabajadores, no digamos ya cualificados. Y los trabajadores denuncian las condiciones de semiesclavitud a las que los someten los patrones.

En 60 años de dependencia del turismo, de la hostelería, del sector servicios, España, uno de los países más turísticos del mundo, no ha conseguido profesionalizar el sector. Por nuestra posición en el ranking, deberíamos tener los trabajadores más cualificados, los mejor pagados, así como unos empresarios igualmente innovadores capaces de ir más allá del primitivo acumular todo lo posible en verano para sobrevivir el invierno. Deberíamos ser un ejemplo para el mundo.

Lo somos, es verdad, en el alto standing. Las grandes cadenas hoteleras internacionales están instaladas aquí. Tenemos cocineros de prestigio mundial. Nuestros grandes restaurantes reciben los más altos honores. Incluso nos escandalizamos cuando un chef estrella cobra sus menús a 365 euros y tiene listas de espera de meses para conseguir una mesa.

El problema está en la clase media y baja de la hostelería. Ahí hemos fracasado. El boom del turismo no ha ido acompañado de una formación especializada de cocineros, camareros, o de pequeños empresarios. Ahí seguimos tan amateurs como en los años 60. Ya no utilizamos niños, es verdad, pero seguimos dependiendo de estudiantes que no saben dónde deben colocar los cubiertos, sin más aspiración que ganar unas monedas o de inmigrantes inexpertos y tan necesitados que aceptan cualquier condición por leonina que sea.

"Se necesita cocinero/cocinera con experiencia", "Se precisa ayudante de cocina (Fregaplatos). No es necesaria experiencia". "Buscamos camareros". Son tres de los muchos carteles escritos a mano que adornan las cristaleras de establecimientos hosteleros del paseo marítimo de una localidad playera de la Costa Blanca. El verano promete ser de récord. Pero los empresarios se quejan de que no encuentran personal para cubrir todas sus necesidades, carencia que padecerán los clientes con un servicio muy deficiente.

El gran dilema es si los hosteleros son unos explotadores ávidos de ganar dinero, rápido a costa de explotar a sus empleados, o los españoles nos hemos vuelto demasiado exquisitos para aceptar lo que se han dado en llamar "trabajos basura". A este respecto, el periodista Pedro Pablo Alonso –que algo sabe de turismo tras años como director de "Diario de Mallorca"– publicaba la semana pasada un tuit muy revelador. "Entrevista de trabajo para camarero en un buen restaurante de Asturias: el aspirante advierte, lo primero, que quiere librar el 15 de julio, y vacaciones en agosto. No es broma".

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