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Ana Diéguez-Rodríguez

Contextos de arte

Ana Diéguez-Rodríguez

Sí a las Humanidades, sí a la Filología clásica

La importancia de que los jóvenes se decanten por las carreras de Letras como hará el mejor estudiante de la EBAU de Madrid

Hace unas semanas terminó la EBAU (ordinaria). Esa prueba que evalúa si los estudiantes son aptos para encarar un futuro dentro del sistema universitario y, por ende, capacitados para gestionar de forma autónoma la disciplina que hayan decidido afrontar para su futuro. (Bueno, sobre esto último quizá habría que matizar muchas cosas que excederían este espacio, por lo que vamos a dejarlo así). Hasta aquí, ningún problema. El asunto saltó a la actualidad nacional porque uno de esos estudiantes logró la nota más alta de toda la Comunidad de Madrid, y a la pregunta del periodista sobre cuál iba a ser la carrera que elegiría contestó con toda sinceridad que se decantaba por la Filología clásica. Tras un momento de perplejidad de su interlocutor, el joven remacha su contestación: «Prefiero la felicidad al éxito seguro». Efectivamente, este joven madrileño no solo tiene la nota más alta de su comunidad en conocimientos académicos, también la tiene en sentido común y personalidad.

Sí a las Humanidades, sí a la Filología clásica

Es muy curioso que, a lo largo de los días siguientes, surgieran muchas voces contrarias a que un joven de 18 años haga lo que le hace más feliz y no lo que es «más productivo». Es una pena que los comentarios resentidos sobre el estudio de las humanidades empañen el logro de este muchacho. Pero también sirven para poner aún más en evidencia lo importante que son los estudios humanísticos en nuestra sociedad.

Esto ya se constató durante el confinamiento. El consumo y disfrute del arte, la historia, el teatro, la música, la literatura, el cine, se quintuplicó por mucho. Es decir, disciplinas directamente vinculadas con esas denostadas Humanidades, fueron los recursos comunes para una población mundial que necesitaba llenar su mente y su espíritu. ¿No será que esas disciplinas nos hacen felices, como muy bien explicaba Gabriel, y, además, son Universales?

Es muy curioso que en España se vean las Humanidades como las carreras «fáciles», precisamente por no tener una nota de corte, como se indica en el argot académico; pero, en cambio, en otros países europeos, como Polonia, para estudiar clásicas se le exige al alumno tener un expediente brillante. Esto es debido a que se conoce la complejidad de los temas a abordar y que el alumno va a tener que enfrentarse al saber y conocimiento de la humanidad desde que el hombre (me refiero a la primera acepción de la RAE) ha pisado la Tierra. ¿Cómo no se le va a exigir que sepa, que tenga criterio y capacidad de análisis de la realidad circundante? Las Humanidades son, hoy por hoy, lo único que diferencia al ser humano de los animales. El hombre (sigo empleando la primera acepción de la RAE) hace algo por puro deleite, habilidad técnica y con intención de perdurar en el tiempo. Pero, además, dependiendo del nivel de conocimiento de su creador, va a dotar a esa manifestación de una significación compleja, por lo que el código de entendimiento debe ser conocido por su interlocutor para así comprender su total dimensión. Es decir, hay que ser un «iniciado». Gabriel quiere estudiar esto. Filología clásica y la importancia de los códigos, pero también todo lo que esto conlleva, toda esa cultura en la que se ha basado la sociedad occidental europea.

La semana pasada todos eran elogios para el gran papel de España como anfitriona de la pasada cumbre de la OTAN en Madrid, donde el patrimonio español albergado tanto en La Granja como en el Reina Sofía o en el Museo del Prado, han sido fundamentales para mostrar lo que hay que preservar y se puede ver amenazado. Todos se encontraron cómodos en esos espacios, todos eran capaces de llegar a entender el lenguaje, a pesar de hablar distintos idiomas y pertenecer a diferentes culturas. Por lo que la defensa del estudio de las Humanidades debería estar entre una de las prioridades de cualquier Gobierno y, en particular, de los rectores universitarios que tienen en sus manos defender su aprendizaje al más alto nivel.

Quizá, el gran problema de esa aversión de una gran parte de la sociedad española a la respuesta de Gabriel no esté en la contestación misma, sino a que para esa carrera no hace falta tener un ocho o un diez para entrar. Esta sociedad es así, si no tiene un precio alto no se valora. ¿Qué tal si empezamos a poner una nota de corte adecuada a lo que supone el verdadero estudio de las Humanidades? Entonces, sí que a Gabriel se le reconocerá como lo que es dentro de su generación: un héroe.

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