Cumpla esta temporada veraniega con las excelentes expectativas anunciadas previamente o acabe menguada por la contención preventiva en el gasto de unos visitantes con ganas de disfrutar, pero asustados ante la perspectiva de un otoño caliente, todos los vientos soplan a favor del turismo en Asturias. La región reúne condiciones idóneas para atender a la perfección el cambio en hábitos sociales y mentalidad que demandan los ciudadanos tras la pandemia. Aquellos que buscan destinos verdes y saludables, calidad de vida, buen ambiente, un respiro a los rigores del cambio climático y un paisanaje agradecido están encontrando aquí su refugio. El sector turístico ya es un pilar imprescindible de la economía asturiana del que todavía cabe obtener mayor valor añadido y rendimiento.

Si hay algún lugar en Asturias que haya hecho del turismo su razón de ser por excelencia ese es el Oriente. La serie «Asturianos» que LA NUEVA ESPAÑA lanzó hace tres meses, el gran retrato colectivo de la región a través del relato en primera persona de quienes protagonizan el día a día con la fuerza de sus iniciativas, comenzó el recorrido precisamente por esa comarca. Los testimonios en los concejos recorridos hasta la fecha, hoy el de Cabrales, muestran el gran estirón que el sector ha dado en los últimos años. En el Occidente empieza a ocurrir lo mismo. 

El listón está muy alto. Los dos últimos años, paradójicamente en plenas restricciones por el covid, han sido los más exitosos de las últimas décadas. El Principado ya competía en los mercados inequívocamente asociado a la marca «Paraíso natural». Ahora disfruta además de la ventaja de hacerlo vinculado instantáneamente por el viajero a un complemento óptimo: la etiqueta de entorno saludable que le proporcionó figurar a la cola en contagios. Casi han desaparecido las mascarillas, volvemos a ver las fiestas, las playas, las rutas de montaña y los conciertos con el aspecto de siempre, pero sigue permaneciendo al rebufo de la pandemia la preferencia por zonas de naturaleza y disfrute al aire libre. 

La mitad de los hosteleros considera que el verano acabará resultando mejor o mucho mejor que el anterior

La práctica totalidad de los turistas que llegan aquí lo hace en coche. La desbocada carrera alcista de los carburantes supone un inconveniente, no tanto porque desincentive el desplazamiento, sino porque reduce el margen del visitante para otros consumos. Una abrumadora mayoría de profesionales del sector da por seguro que la rentabilidad de su negocio disminuirá. Por esta razón y porque, encima, el incremento de los costes operativos, de la luz y de los suministros debido a la inflación les está forzando a subir los precios. Aun así, una encuesta de la patronal revela que hoteleros y hosteleros contemplan el futuro con optimismo. La mitad considera que, a pesar de la que está cayendo, el verano acabará resultando mejor o mucho mejor que el anterior. Una muestra de confianza sin victimismo esperanzadora.

El éxito también acarrea complicaciones. La falta de personal, entre las acuciantes. Los empresarios demandan un perfil de empleado con mucha experiencia que los recién salidos de los cursos no cumplen. Y, viceversa, algunas escuelas cuentan con dificultades para llenar sus aulas porque muchos jóvenes rechazan trabajos estacionales y poco estables. En remediar la falta de cantera y, a la vez, de mano de obra cualificada tienen planteado los agentes sociales uno de sus mayores retos, convirtiendo en atractiva y prestigiada la profesión hostelera.

La elevada rentabilidad de los alquileres turísticos minimiza la oferta inmobiliaria para otro tipo de residentes. Quien por trabajo precisa establecerse ahora en Llanes y Ribadesella no encuentra casa con facilidad. Por el contrario, no hay mal que por bien no venga, el auge de las segundas residencias ha consolidado una población flotante que retorna con frecuencia en periodos distintos a las vacaciones. Aunque este fenómeno que desestacionaliza las campañas no alcanza todavía para que muchos negocios abran todo el año, sí alegra unas economías desinfladas más allá de agosto, particularmente en las alas.

La rotunda apuesta de Oviedo por el Camino de Santiago o de Gijón por los espectáculos atrae foráneos. En el campo de la captación, en particular de extranjeros, queda margen. Más allá de los descensos en canoa por el Sella, de la milla de oro del «puente romano» de Cangas de Onís a Covadonga, hay una región por descubrir –y por mostrar– igual de maravillosa saliéndose apenas unos kilómetros de los circuitos convencionales. Sectores complementarios, como el agroalimentario, el de los artesanos, el cultural o el de las pequeñas producciones autóctonas, participan de un benéfico efecto de arrastre.

Asumido ya el turismo como una de las fortalezas esenciales de la nueva Asturias, la aspiración no puede ser únicamente cuantitativa: el lleno. Para cerrar el círculo virtuoso hay que proponerse convertir con esfuerzo, talento y ambición nuestra alternativa de descanso verde y rural en la mejor del mundo. En sentido literal. Un sueño al alcance.