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Una salida para Ciudadanos

Un último cartucho para el partido de Inés Arrimadas

Las elecciones andaluzas del 19-J han ratificado la evolución de Ciudadanos hacia la práctica desaparición. Fuera de los parlamentos de Madrid y Andalucía, y con un único diputado en Castilla y León (Francisco Igea), el partido sobrevive hasta las próximas elecciones generales con un reducido grupo parlamentario en el Congreso –con escasa influencia en la gobernación del país– y alguna representación en diversos territorios, como Asturias. Las citas electorales de mayo y diciembre del año que viene pueden confirmar la desaparición institucional del partido.

En este contexto, la dirección de Inés Arrimadas ha planteado una renovación general del partido, que pasaría por adecuar el programa, cuestiones orgánicas, e incluso cambiar el nombre. El margen de maniobra es muy estrecho, y poco favor se harían a sí mismos si los dirigentes de Cs creyeran que las posibilidades de recuperación van a depender únicamente de ellos mismos. Algunos cambios que se van sugiriendo pueden ser voluntariosos y ya inútiles. No parece que el problema sea el programa, ni la marca. Ni siquiera la calificación de sus dirigentes, por regla general bien vistos por la sociedad, aunque no merezcan la confianza política.

Pocos hablarán mal de Juan Marín, de Francisco Igea, de Edmundo Bal, de Miguel Gutiérrez o de Begoña Villacís. Son personas que han venido a la política del mundo profesional o de la función pública y que han desempeñado una labor correcta a ojos de cualquiera. Si es así, ¿por qué no les votan? Sin duda, la marca está agotada, pero la solución no será simplemente su recambio.

La crisis de Cs viene precedida de un error estratégico que le está condenando: la negativa a conformar una mayoría de centro-izquierda con el PSOE en 2019. Puede que Rivera no fuera el único responsable, pero la percepción de la mayoría de ciudadanos fue que perdió una oportunidad, y así lo reflejaron en las siguientes elecciones de noviembre de ese año. Rivera se creyó que podía ser el nuevo líder del centro-derecha, y no se conformó con ser acompañante del PSOE. La consecuencia fue pasar de 57 a 10 diputados en las elecciones de noviembre de ese año.

A partir de ahí, la travesía del desierto es y será agónica. Pueden cambiar lo que quieran, pero por muchos retoques que hagan puede que la retirada de confianza de los electores ya sea inexorable. ¿Tiene Ciudadanos alguna solución, o sólo cabe esperar a la liquidación final? En mi opinión, aún le queda un cartucho en la recámara.

Mientras Cs insista en la identidad únicamente liberal, no va a conectar con la ciudadanía. El liberalismo en España tuvo su momento en el siglo XIX y en el XX hasta la guerra civil. Pero desde la Transición es una tradición prácticamente desaparecida del ideario español. Ha habido proyectos de presentarla de manera autónoma, igual que la identidad democristiana, pero han fracasado en ambos casos. Hoy día, y sobre todo con la nueva dirección de Núñez Feijóo y Moreno Bonilla, el PP puede representar esa tradición, integrándola en un proyecto más amplio de centro-derecha sin demasiadas disquisiciones ideológicas. El problema de Cs no es cómo son ni cómo se presentan, sino del espacio político que quieren ocupar, y que ya tiene dueño. Eso convierte a Cs en un partido inútil, no porque lo que propongan o lo que hagan sus dirigentes en las instituciones no valga nada, sino porque el PP le ha comido todo el espacio, y con unos mimbres mucho más fuertes, lo que da seguridad y confianza al electorado.

Cs nació en Cataluña presentándose como un partido de centro-izquierda y aportando una síntesis entre el liberalismo progresista y la socialdemocracia. Ya se dijo entonces que la formulación de "centro-izquierda" no era caprichosa, sino que procedía del nuevo espacio creado en los años 60 en Italia entre la Democracia Cristiana de Aldo Moro y el nuevo Partito Socialista de Pietro Nenni.

La dirección progresiva de Rivera fue difuminando la identidad socialdemócrata. Su rechazo al pacto gubernamental con el PSOE, y su posterior alineamiento con el PP, le llevaron a escorarse hacia el centroderecha. Así perdió los votos de ciudadanos procedentes de un socialismo moderado que no comparte la evolución del PSOE hacia Podemos y los partidos separatistas.

La única posibilidad de CS es, pues, reencontrarse con sus orígenes, recuperar el espacio de centro-izquierda y la tradición socialdemócrata, complementándola con la liberal, e insistiendo en un liberalismo social con referentes históricos como Stuart Mill, Beveridge, Carlo Roselli, o Moret, Canalejas y Sánchez Román en España.

Con esas señas de identidad, puede dirigirse de forma más intensa a esos ciudadanos progresistas disconformes con la dirección actual del PSOE, pero que tampoco confían en la actual dirección de Arrimadas, quedándose en la abstención o votando puntualmente a dirigentes moderados del PP como Moreno Bonilla. El voto ideológico ya no es tan determinante como antes, pero el ciudadano quiere identificar claramente los espacios políticos.

Los cambios, pues, no pueden ser sólo internos, sino de estrategia hacia la ampliación de su espacio. Cs ha de demostrar que puede volver a ser útil, y eso lo conseguirá si conecta con un nicho electoral huérfano de representación. Ese es el espacio del centro-izquierda, y Cs puede acceder desde su posición actual, integrando a nuevos colaboradores y nuevos electores. Sólo así podrá recuperar una representación concreta y con sentido.

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