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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Memoria por ley

Una exigua mayoría aprueba hoy en el Congreso la legislación sobre la Memoria Democrática

Severino (1920-1998), natural de Cocañín (Asturias), luchó en la Guerra Civil. Bien es verdad que en el bando nacional. Perteneciente a la quinta del biberón –18 años–, fue enrolado con las tropas italianas del Corpo di Truppe Volontarie que participaron en la ofensiva de Aragón. Y con ellas entró en Barcelona. Un recuerdo inolvidable para un chaval que nunca había ido más allá del pueblo de al lado. Severino llevó un diario de esos meses de guerra, escrito con tinta azul y letra esmerada, en una de esas libretas rayadas y de tapas gruesas en las que se llevaban las cuentas de los economatos.

Severino era mi padre. Alguna vez, en un momento de debilidad, me enseñó orgulloso su diario, pero nunca me dejó leerlo. Tras su fallecimiento, busqué el cuaderno por todos los rincones de la casa. Nunca apareció, lo había destruido. Era muy ordenado y dedicó sus últimos meses a hacer limpieza y dejar en perfecto orden solo los documentos imprescindibles para evitarnos el trabajo que acarrea la muerte de todo familiar. Severino era de los que evitaba hablar a sus hijos de la guerra, por más que le preguntamos. De esos hombres a los que tanto hemos denostado por pretender olvidar aquel pasaje tan negro. ¿Para qué recordar?, decía, sólo sirve para desenterrar odios. Nunca nos habló mal de nadie por motivos políticos, prefirió que tuviéramos nuestra propia memoria. Sin prejuicios heredados.

A Severino, parte de la España silenciosa del franquismo, votante de UCD y del PP en la transición, dudoso sobre la utilidad de los Gal, no le hubiera gustado la Ley de Memoria Democrática que hoy aprueba el Congreso. ¿Para qué? Otra vez desenterrando odios. No podemos imponer la memoria a cada nueva generación.

La memoria, como todo concepto subjetivo, es muy difícil de legislar. La ley necesita un concepto objetivable y la memoria no lo es. Es subjetiva, caprichosa, voluble, "una gran traidora", en palabras de Anaïs Nin. Por utilizar la gráfica definición de Ray Lóriga, "la memoria es el perro más estúpido, le tiras un palo y te trae cualquier cosa".

Construir una memoria colectiva sería imposible. Y que además fuera compartida, una quimera. Más si cabe en el caso español. Esta ley que hoy se aprueba fue avalada por la Comisión Constitucional la pasada semana. Su dictamen final fue aprobado en una tensa sesión extraordinaria por 19 votos a favor, 15 en contra y dos abstenciones. No parece precisamente una ley de consenso. Sólo una ley consensuada por los dos grandes partidos, los dos con opciones reales de gobierno, podría ser asumible y garantizaría su dudosa continuidad. De hecho, Núñez Feijóo ya ha anunciado que la derogará.

Resulta revelador cómo ha evolucionado el partido socialista. Con esta ley no es que vaya a enmendar al PSOE de González, imbuido del hoy denostado espíritu de la Transición, enmienda la Ley de Memoria Histórica, a secas, que aprobó el muy progresista Zapatero hace solo quince años. ¿Qué necesidad hay de otra nueva? ¿Es un clamor popular? ¿España no puede esperar más por esa norma? La única explicación posible es dar satisfacción a los socios de Gobierno y de legislatura.

¿Hay alguna memoria antidemocrática que obligue a esta renovación? ¿Por qué el adjetivo democrática? La memoria, como facultad individual que es, no puede ser democrática. La memoria de un mismo hecho vivido por dos personas distintas, es irremediablemente diferente, porque la percepción y el punto de vista son diferentes en cada persona.

Tiene razón Ciudadanos cuando dice que estamos ante "una ley de memoria selectiva". Una memoria que se olvida de la mayor tragedia de la España reciente: los 3.000 atentados de ETA, sus 864 asesinados –el último hace solo siete años–, las más de 3.000 víctimas y los 364 crímenes aún sin resolver. Esto no es la memoria, esto es presente. Y no, no estoy de acuerdo con mi padre, aunque comprenda sus motivos. Esta generación debe enterrar el odio, sí, pero nunca olvidar como estamos olvidando una tragedia, cuyos protagonistas, los que sobrevivieron, víctimas y verdugos, siguen entre nosotros.

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