En quince días las dos principales entidades deportivas asturianas han cambiado de dueño. El Oviedo, de forma inesperada. El Sporting, tras un progresivo deterioro en la gestión que colmó la paciencia de buena parte de sus seguidores. Dos empresas mexicanas especializadas en la administración de equipos, con una larga trayectoria de rivalidad en su país, trasladan ahora a Asturias sus modelos de gestión y se la juegan en una Liga de resonancias mayores. No existe un solo camino para alcanzar la gloria. Aunque los dos grupos proclaman valores de actuación diferentes, no cabe otra cosa que desear a ambos un éxito fulgurante. Si ganan, ganará con ellos toda la región. Dijo un filósofo del balón que el alma del fútbol habita en la ilusión de los sueños. El sueño aquí se llama ascenso.  El fútbol mexicano y el asturiano tienen más vínculos de lo que parece. Hace 79 años un equipo llamado Asturias se convertía en campeón de la primera Liga profesional de México. Los torneos hasta esa fecha habían sido amateurs. Fundado por los emigrantes casi tres lustros después que el Sporting y un poco antes que el Oviedo, el Asturias fue la fértil semilla a partir de la cual germinó la asturianía al otro lado del Atlántico. A su rebufo nació el Centro Asturiano de la capital azteca, todavía hoy un complejo social sin parangón en el continente americano.

Curiosidades del destino. El espíritu competitivo que un día sembraron allí los asturianos de comienzos del siglo XX emprende ahora el viaje de retorno. Vuelan desde México a Asturias para revitalizar al Oviedo y al Sporting los grupos Pachuca y Orlegi, centrados principalmente en la administración de sociedades del sector deportivo y con una visión moderna y transnacional del inmenso espectáculo en que se ha convertido el balompié.

En una competición cada vez más igualada y exigente, los proyectos de los dos grandes clubes asturianos comenzaban a dar síntomas de agotamiento y a adolecer de ese impulso virtuoso para el salto de calidad definitivo. En el caso del Sporting, la masa social apremiaba. No ocurría así con la del Oviedo, aunque empezaba a cundir cierto desánimo al no lograr en siete temporadas siquiera colarse entre los seis primeros clasificados. El anterior máximo accionista, el grupo Carso, admitió con sinceridad esta semana públicamente en el traspaso de poderes que al club azul le faltaba una estructura profesional de la que no había sabido dotarlo en casi diez años.

La de Carso siempre fue una inversión singular en tanto en cuanto la ejecutó de manera fortuita, tras una broma radiofónica, y a contramano, cuando el conglomerado empezaba a deshacerse de sus equipos. El "patrón" que la inspiró, Arturo Elías, pasó de enfervorizar a la hinchada en el Calatrava en abril, con una fe inquebrantable en el futuro, a echarse a un lado tres meses después. Su nombre queda inscrito con letras de oro en la historia oviedista por la tranquilidad económica que impuso, aunque en la hora del adiós eso no esconde el regusto amargo de contemplar el paso de Carso como una oportunidad frustrada. Lo que pudo ser algo inmenso nunca llegó a contar con los cimientos adecuados. Quizás en el mismo pecado original que marcó su encuentro con el Oviedo, la indefinición, hallemos la causa.

El reto histórico sigue ahí para Oviedo y Sporting Pablo García

La inconstancia caracterizó las casi tres décadas de dominio de la familia Fernández en el Sporting. Javier Fernández, que acaba de desprenderse de la entidad, empezó su mandato con el reto de liquidar la deuda y devolver la sociedad a la máxima categoría. Consiguió pronto, cuando nadie lo esperaba y con algo de fortuna, lo más difícil, cumplir con esos objetivos. Le faltó luego acierto para darles estabilidad y prolongarlos. Quizá la larga sombra de su padre, de la que sin fruto intentó apartarse, nunca le permitió conectar plenamente con la afición, que cargó las iras sobre su espalda. El periodo final fue de retroceso absoluto, hasta el punto de que el Sporting acaba de firmar su peor campaña, asomándose al infierno.

Pero estos son capítulos cerrados. Aunque el fútbol, además de emoción, es memoria, de los recuerdos no se vive. Asturias acaba de ingresar en la globalidad deportiva, en una nueva dimensión del negocio más científica y menos romántica que rompe las fronteras para vender imagen e ingresos por todo el mundo. El gran valor añadido de este juego es su inmensa fortaleza para renovar ilusiones. Podrá cambiar cualquier cosa excepto la pasión. A los rectores recién aterrizados les toca alimentarla con proyectos serios y dinámicas distintas, porque repitiendo lo mismo no pueden esperar resultados distintos.

Además de sociedades anónimas, de sus inversores, los clubes también lo son anímicas, de sus aficiones. El interés de ambas confluye indiscutiblemente en un punto que no admite controversia: el ansia de competir en lo más alto. Eso para Oviedo y Sporting significa abrir las puertas del Olimpo de la Primera. Ya toca. Rojiblancos y azules jamás lo consiguieron juntos. El reto sigue ahí. Este tiene que ser el año.