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Manuel Campa

El l.lagar

El censo de sidra en el valle del Esva

Restos de un antiguo llagar de Nicolás del Riego, en Calleras (Tineo).

El éxito de la sidra de Tineo en el último concurso de la Gascona de Oviedo (LA NUEVA ESPAÑA 6-6-2022), donde los llagares Trabanco (Gijón) y La Llarada (Tineo) compartieron el primer premio, motivó numerosos comentarios, en parte erróneos, sobre la supuesta falta de tradición sidrera en el Occidente de Asturias. Simplificando la cuestión, en Tineo hay dos cuencas, la del Narcea, de tradición mayoritaria vitivinícola, y la del Esva o Canero, que ya pagaba un censo sidrero –en escanda, sidra y carne– a los monasterios medievales de la zona, como Bárcena, Obona o Corias. Prescindiendo del supuesto documento fundacional de Obona, de 780, que corresponde –como el documento fundacional de Oviedo– a refundiciones posteriores, con el propósito de afianzar un dominio, un lejano antecedente de las llamadas inmatriculaciones actuales. Antes del 937, en que recibe una donación, ya consta la existencia del monasterio de Bárcena, que tras la fundación de Corias en 1043, aporta un censo de escanda, sidra y carne al cenobio cangués.

Hoy ya no es disculpable referirse al Occidente de Asturias con trazos gruesos, como hace medio siglo, cuando un destacado profesor de arte de la Universidad de Oviedo, venido de fuera, se quejaba: "Algunos que me reprochan no ser asturiano nunca me los encuentro cuando visito las numerosas capillas y ermitas diseminadas por Asturias, y que no cuentan con una buena carretera a la puerta; prefieren el ambiente más atopadizo de los cafés de Oviedo o Gijón".

En el año 2003, Manuel Ángel Rodríguez y Samuel Cristóbal dejaron constancia de 50 llagares en el concejo de Tineo, la gran mayoría en la cuenca del Esva, o Cuarto de los Valles, con una pomarada cercana a las dos hectáreas en Calleras, con algunos muy destacados en la zona de Gera, ya en la cuenca del Narcea, como el de Valentín, con una viga de casi once metros. Yo mismo recuerdo que, de niño, a finales de las años cuarenta, jugaba en Villatresmil en un llagar de sidra abandonado, que a mí entonces me parecía gigantesco, aunque en realidad era más bien pequeño. Era usado por los gitanos y por algunos guilopos, que escondían allí lo que ahora se llaman litronas o botellones, y era la bebida que conseguían sustraer al tabernero del pueblo, un anciano de casi noventa años, al que, mientras sacaba vino de un pellejo, conseguían distraerle alguna botella de aguardiente o coñac, por medio de una muleta adaptada en la empuñadura.

Es difícil determinar cuándo se produce la crisis de la tradición sidrera en el Cuarto de los Valles de Tineo y, en general, del Occidente. Desde luego, es anterior a la contaminación de la Central Térmica de Soto de la Barca, en los años 70. El periodista Juan José Morato en sus excelentes crónicas "Asturias 1909", ed. Lario, explica cómo los impuestos a las bebidas alcohólicas son desviadas del vino a la sidra por el caciquismo de la Restauración, ejercido por los poderosos lobbies de las grandes empresas vinateras.

Hace años, había un guía de la Catedral de Oviedo que, cuando los turistas le preguntaban por qué había una sola torre, respondía: "Somos una pequeña región donde todas las instituciones importantes están incompletas, les falta algo". En el Occidente se da, además, el síndrome del viaje a ninguna parte. ¿La autovía de La Espina, si dejan de caerse las fanas y los puentes, seguirá como vía rápida al Bierzo? ¿O no seguirá a ninguna parte? Cuando se construyó el ferrocarril Ferrol-Gijón, desde el primer proyecto, en 1886, a su inauguración por Franco en 1972 pasaron 86 años, y las máquinas en circulación modernas ya no entraban en los túneles proyectados casi un siglo antes. La obra quedó como trenes de cercanía, "que cuerren menos qu’una formiga", según un usuario habitual.

Pero no todo son noticias desalentadoras, hemos recuperado la producción sidrera, con varias marcas de buena calidad en el Occidente, y hasta los túneles construidos del proyectado ferrocarril Pravia-Villablino, entre Pravia y Cornellana, han tenido, por fin, alguna utilidad: han servido para que el ganado, la reciella, y otros animales, se refrescaran en las últimas oleadas de calor.

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