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Manuel Gutiérrez Claverol

Reflexiones sobre la crisis religiosa

Un sucinto repaso al declive que hoy acusa la Iglesia

Resulta obvio el fuerte ocaso social que sufre la Iglesia, pasando de tener una arraigada potestad en nuestra colectividad (educación, creencias, tradiciones, hábitos, opiniones…) a ser bastante ignorada por los ciudadanos. Esta regresión se percibe en el número de creyentes (la fe se concentra en los de mayor edad), en los asistentes a los ceremoniales o en las vocaciones, como si algo fallara en la inspiración de la llamada divina. Cada vez son menos los feligreses preocupados por la existencia del cielo, el infierno o el limbo de los justos.

Me consta que la temática a tratar puede causar recelos y herir susceptibilidades. Por lo cual nada mejor que recurrir a una información objetiva como la que proporciona la Conferencia Episcopal Española (CEE), las estadísticas oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) u otras fuentes demoscópicas.

Las bodas religiosas representan en la actualidad solo un 20% del total de las celebraciones, muy por debajo de las civiles. La caída ha sido espectacular, señalando el INE que, a principios de este siglo, más del 70% de las ceremonias nupciales eran eclesiásticas, siendo rebasadas desde 2009 por los vínculos de carácter civil; hoy solo uno de cada diez es piadoso. Por otra parte, el número de matrimonios va perdiendo hegemonía como consecuencia de que cada vez son menos las parejas que desean celebrar el connubio y dar un sí quiero legal. A ello se debe añadir el sustancial incremento de los divorcios, con una oposición numantina del catolicismo al impedir un nuevo casamiento religioso, lo que sí permite el anglicanismo.

Algo similar sucede con otros ritos sacramentales: los bautismos descendieron un 28% en los últimos seis años y las primeras comuniones un 10%. Hasta los funerales no son lo que eran, pues van siendo sustituidos por unos responsos –la "celebración de la palabra"– en los tanatorios, un lance previo al, cada vez más habitual, proceso de incineración.

Un informe del CIS de septiembre del año 2020 especifica el porcentaje de católicos: se sitúa, por primera vez, por debajo del 60%, de los cuales asisten a los actos litúrgicos (misas, confesiones…) solo el 23%. Una noticia reseñable es la asignación tributaria que recibe la Iglesia Católica de los contribuyentes del IRPF, al elegir un 31,5% la casilla destinada a su favor en la última declaración del IRPF, lo que supone un ingreso de 295 millones de euros.

Otro aspecto a considerar es la sangría de vocaciones, de tal manera que los semilleros sacerdotales se encuentran casi vacíos, con tan pocos seminaristas que no aseguran el reemplazo generacional. Según datos de la CEE en el curso 2021-22 existían poco más de mil seminaristas, la cifra más baja en 19 años, muy lejos de los 8.000 aspirantes contabilizados en los años sesenta del pasado siglo. En cuanto a la estructura de la Iglesia española –siguiendo a la CEE– se compone de casi 23.000 parroquias, aparte de 751 monasterios donde habitan 8.739 monjes y/o monjas; casi 17.000 sacerdotes (representan un 0,03% de la población) celebran más de 9,5 millones de eucaristías al año.

La pregunta que surge a propósito es: ¿a qué es debido este importante cambio sociocultural en tan poco tiempo, en una religión que data de hace dos mil años? Aunque con seguridad confluyen múltiples causas en esta crisis espiritual, hay prácticamente unanimidad entre los doctos que una de las esenciales estriba en que la humanidad se encuentra cada vez más secularizada, por lo que cabe interrogarse acerca del porqué.

Son varios los pensadores que sostienen (siguiendo al filósofo austriaco Peter Drucker, quien propugna una "sociedad del conocimiento") que a la civilización presente le cuesta aceptar las propuestas religiosas –demasiado centradas en las creencias, atribuyendo a la fe una primacía sobre el empirismo– después de haber tenido acceso a la libertad de expresión, a manejar dispositivos digitales para facilitar el aprendizaje y a la experimentación del método científico, que se basa en la observación y contrastación sistemática, asimismo a las críticas de la razón auspiciadas por Inmanuel Kant. La Iglesia se caracterizó secularmente por negarse a aceptar evidencias que contradicen o recelan sus fundamentos doctrinales, recuérdese su execrable oposición a la teoría heliocéntrica y a la evolución, axiomas que superan cualquier incertidumbre razonable.

Para justificar el nudo gordiano que aqueja a la institución no se puede descartar la histórica ligación de gran parte de la alta jerarquía, de algunos prelados y de un buen número de católicos con ámbitos económicos y políticos de poder, aferrándose además a una anacrónica moral sexual que amedrenta a la juventud, junto a la innegable discriminación de género practicada, relegando a la mujer a un plano accesorio (¿por qué no pueden ordenarse?). A todo ello hay que sumar los escándalos relacionados con la pederastia de algunos religiosos (¿habría que revisar el celibato?), silenciados por los mandatarios eclesiales faltando a la ejemplaridad a la que se deben, sin olvidar los avispados eventos de las inmatriculaciones de miles de bienes (incluida la mezquita de Córdoba, según se ha publicado, por ¡30 euros!), acrecentando las riquezas en manos de una comunidad originalmente instituida para abrazar la pobreza. No cabe duda que es primordial modificar el algoritmo para hallar la solución de los problemas.

Sin embargo, pese a lo expresado, el panorama de la Iglesia en la sociedad actual sigue siendo muy prominente, en un contexto donde impera la laicidad. Concluyo parafraseando a nuestro dramaturgo Miguel de Cervantes: "Con la Iglesia hemos topado", un oportuno tópico literario.

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