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María Calvo

¿Qué es un sistema energético sostenible?

Por una potenciación de las fuentes renovables que no ponga en peligro la competitividad del tejido productivo

Esta semana, y bajo el bien escogido título "Seguridad, sostenibilidad y economía: el trilema energético", se abordó en los Cursos de la Granda un tema tan de actualidad como importante, como es nuestro sistema energético.

Y digo acertado porque demasiado a menudo se hace una aproximación al tema de la transformación energética exclusivamente desde un punto de vista medioambiental, cuando este tiene ramificaciones e incluso impactos directos en otros ámbitos, algunos de los cuales ya estamos experimentando y no precisamente para bien.

En el año 1993 Jacques Delors, en el debate de investidura ante el Parlamento Europeo, ya abogaba por una política ambiental común, alertando sobre la necesidad de cambiar nuestros patrones de producción. Ponía ya el énfasis en una política ambiental ambiciosa que permitiera un desarrollo económico sostenible e impulsor de miles de nuevos puestos de trabajo.

Sostenible. Sostenibilidad. Son conceptos que han pasado de sonar como algo extraño y lejano a formar parte de nuestro lenguaje cotidiano, repitiéndose como un mantra. Casi tres décadas después, ya todos somos plenamente conscientes de que el calentamiento global es un enorme desafío para el conjunto de la sociedad. Y de que el futuro del clima y la supervivencia del planeta son un objetivo irrenunciable e inaplazable.

Pero también, hoy más que nunca, vemos que resulta imprescindible hacer este proceso compatible con la disponibilidad de un suministro energético garantizado y competitivo. Insisto: garantizado y competitivo. Y sobre estas dos necesidades de suministro, más allá de la realidad de la guerra de Ucrania, han aflorado las fisuras, cuando no directamente las consecuencias de los errores, en las políticas de planificación energética de muchos países europeos.

En primer lugar, por la garantía de aprovisionamiento en Europa, muy dependiente de países terceros en materia de energía. Y, por otra parte, y fundamentalmente también en nuestro continente, por la dinámica emprendida hace años de transición hacia energías más limpias sin tener asegurada una alternativa de suministro razonable y a precios competitivos. Algo que está colocando a nuestra industria en una situación dramática, incluso de reducción de la producción por no ser capaces de absorber los sobrecostes asociados a las energías renovables.

No es posible emprender una transición energética desacoplada de un plan industrial, que no garantice la competitividad de las empresas y que no atienda a los impactos territoriales diversos. O, dicho de otro modo, esa transición no debería en ningún caso poner en peligro la competitividad del tejido empresarial. Y esto opera tanto en el ámbito europeo, donde las diferentes realidades de cada país influyen en los flujos de suministro y en los precios finales de la energía, como en el ámbito español, con realidades empresariales muy diversas en cada comunidad autónoma.

¿Qué pasa en Asturias? Por sectores, Asturias tiene en la industria la base de su economía. El 23% del Producto Interior Bruto lo aporta el sector industrial, que representa el 13% del empleo. No olvidemos que el salario de un trabajador industrial es un 28% superior a la media regional y un 9% superior al industrial nacional; y que el efecto tractor de la industria en el empleo es un 24 % mayor que la media. Tiene además gran propensión inversora y capacidad tractora sobre las actividades de I+D. Con estos datos, comprenderán que nuestra intranquilidad por el impacto de la transición energética en las empresas asturianas es una preocupación por el futuro mismo de Asturias.

Por eso, como recalco siempre que tengo ocasión, debemos contar con los recursos adecuados y con un calendario que no nos ahogue. Si la sostenibilidad es el mantra europeo, la transición justa debe ser el mantra asturiano, porque nos jugamos mucho en este envite. Y añado, muy a mi pesar, que por el momento no lo está siendo.

Tenemos un gran reto ante nosotros, pero también una gran oportunidad de transformar nuestra economía y nuestra sociedad. Y, en mi opinión, el éxito está directamente vinculado al apoyo directo y sin fisuras a la empresa asturiana, en general, y a la industria de manera decidida. No solamente mediante manifiestos, sino con medidas concretas y eficaces, al igual que lo están planteando países de nuestro entorno como Alemania o Francia. Porque, de no hacerlo en igualdad de condiciones, estaremos en una clara desventaja competitiva. De ahí que exijamos un mecanismo de control de los precios de CO2 que evite movimientos especulativos y que garantice que los ingresos se destinan a la finalidad con la que fueron creados; que pidamos medidas que garanticen el suministro y aseguren condiciones de precio similares a las de nuestros competidores con estabilidad en el tiempo; que consideremos esencial establecer un sistema de ajustes en frontera como mecanismo crítico para tener éxito a nivel mundial y crear el mercado único “verde” en Europa; y que reclamemos un calendario razonable de reducción de emisiones.

Gracias a la presión conjunta de FADE, en coordinación con las empresas más afectadas y con los europarlamentarios asturianos, hemos conseguido atenuar el calendario aprobado por Europa, aunque nos hubiera gustado mejorarlo aún más. Pero es necesario que nuestras empresas estén preparadas para cuando llegue ese momento. Por eso es necesario llegar a acuerdos entre Gobierno y empresas que aseguren la llegada de los fondos europeos con antelación suficiente, no como está ocurriendo hasta ahora, permitiéndolas adaptar con tiempo suficiente sus instalaciones para cuando llegue este momento.

Por otra parte, es imprescindible que todos los actores implicados conozcan las reglas del juego. Y que sean además justas y equitativas para todo el territorio nacional. Por ejemplo, Asturias ya ha pagado por unas líneas eléctricas construidas para exportar la electricidad que producíamos. Si ahora fuera necesario usarlas en sentido contrario, para traer por ejemplo el hidrógeno producido en Castilla con el proyecto Hy-deal, no debería imputarse a nuestra industria el coste de ese transporte. Si la transición energética es justa debería traerse esa electricidad verde al mínimo coste posible, por no decir coste cero.

Además, en las circunstancias actuales, con una crisis energética que amenaza con interrumpir el suministro, debemos replantearnos con urgencia los plazos de nuestra descarbonización, como lo están haciendo otros países europeos. Vemos cómo en Alemania o Austria se prolonga el uso de sus térmicas; o cómo en Francia se construyen nuevas centrales nucleares; mientras, nuestro Gobierno continúa con su calendario de cierre, con su empeño en ser el primero de la clase, sin tener alternativas a un coste razonable; y, lo más grave, que tendrá un impacto muy limitado sobre las emisiones de CO2 a nivel global y, por tanto, también sobre el comportamiento del clima, que es el objetivo final. Pero sí lo tendrá sobre nuestra actividad industrial, que ya está reduciendo su actividad y lo hará aún más con la llegada del invierno de no atajarse este asunto de forma decidida.

No se pueden reducir las capacidades de producción de carbón, petróleo y gas natural en momentos en los que el consumo mundial está aumentando. Si hay escasez aumenta el precio. Los combustibles fósiles tienen que seguir produciéndose hasta que otras fuentes energéticas aseguren el suministro de forma sostenible. La ideología no debería ser el faro en este debate. Tenemos que hablar de sostenibilidad, pero no sólo medioambiental, también económica y de estabilidad del suministro.

Se abren en el tiempo enormes retos. De identificar oportunidades para concurrir a los fondos europeos. De construir una nueva Asturias, sin destruir la que ya tenemos. Debemos darle un giro a nuestro modelo de negocio, apoyándonos en la innovación, la sostenibilidad, la cooperación y el diálogo social y apostando decididamente por las personas y su capacitación. Debemos tener claro que no podemos perder esta oportunidad. Tenemos que trabajar todos juntos para conseguir que Asturias no sea solo un paraíso natural, sino también un paraíso digital y un paraíso industrial sostenible.

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