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El escudo de silicio

Para China, Taiwán, la antigua Formosa portuguesa, es una provincia rebelde que antes o después será anexionada al continente. El Gobierno del gigante oriental considera a esa minúscula isla, más pequeña que Cuba, un divieso en su política exterior. La gran exportadora de capital humano que está colonizando el planeta de manera silenciosa y a miles de kilómetros de distancia es incapaz de incorporar a un territorio insular situado a un puñado de millas náuticas de sus costas.

El escudo de silicio

China tiene capacidad militar para hundir a Taiwán en el fondo del océano, pero no está en disposición real de hacerlo. El motivo es que el pequeño país está protegido por el llamado "escudo de silicio". No se trata de una versión asiática de la guerra de las galaxias, de un portentoso sistema protector a prueba de misiles, sino de la fabricación de chips semiconductores avanzados que abastecen a las principales empresas tecnológicas del planeta. El impacto de un ataque a Taiwán sería muy elevado para la economía china, que depende en gran medida, como las grandes corporaciones norteamericanas, japonesas y europeas, de esos sofisticados chips que se fabrican en la isla, principal proveedor de tecnología para el mundo.

En un tablero internacional convulso, China ha decidido erigirse en juez mediador de la partida de ajedrez que las grandes potencias disputan con la excusa de la invasión rusa de Ucrania. Resulta difícil de creer el papel de "poli bueno" de la política exterior china desde que Pekín endureciera durante los últimos años el discurso contra Occidente a través de lo que se conoce como la "diplomacia del lobo guerrero". En ese ambiente enrarecido, suenan tambores de guerra frente a las costas de Taiwán, pero parece que la alta tecnología, que gobierna el desarrollo de la maquinaria de guerra, va a poner freno, gracias a los chips de silicio para coches y computadoras, móviles, lavadoras y "play stations", a los afanes de otra invasión de consecuencias incalculables.

Para China, Taiwán, la antigua Formosa portuguesa, es una provincia rebelde que antes o después será anexionada al continente. El Gobierno del gigante oriental considera a esa minúscula isla, más pequeña que Cuba, un divieso en su política exterior. La gran exportadora de capital humano que está colonizando el planeta de manera silenciosa y a miles de kilómetros de distancia es incapaz de incorporar a un territorio insular situado a un puñado de millas náuticas de sus costas.

China tiene capacidad militar para hundir a Taiwán en el fondo del océano, pero no está en disposición real de hacerlo. El motivo es que el pequeño país está protegido por el llamado "escudo de silicio". No se trata de una versión asiática de la guerra de las galaxias, de un portentoso sistema protector a prueba de misiles, sino de la fabricación de chips semiconductores avanzados que abastecen a las principales empresas tecnológicas del planeta. El impacto de un ataque a Taiwán sería muy elevado para la economía china, que depende en gran medida, como las grandes corporaciones norteamericanas, japonesas y europeas, de esos sofisticados chips que se fabrican en la isla, principal proveedor de tecnología para el mundo.

En un tablero internacional convulso, China ha decidido erigirse en juez mediador de la partida de ajedrez que las grandes potencias disputan con la excusa de la invasión rusa de Ucrania. Resulta difícil de creer el papel de "poli bueno" de la política exterior china desde que Pekín endureciera durante los últimos años el discurso contra Occidente a través de lo que se conoce como la "diplomacia del lobo guerrero". En ese ambiente enrarecido, suenan tambores de guerra frente a las costas de Taiwán, pero parece que la alta tecnología, que gobierna el desarrollo de la maquinaria de guerra, va a poner freno, gracias a los chips de silicio para coches y computadoras, móviles, lavadoras y "play stations", a los afanes de otra invasión de consecuencias incalculables.

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