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José Manuel Ponte

Despedirse del querido público

Cerrado temporalmente por vacaciones veraniegas

En el periodismo antiguo era costumbre que, llegadas las vacaciones de verano, los plumillas se despidiesen de los lectores. Hasta el 1 de septiembre, los que habían escogido su tiempo de ocio para el cálido agosto, y hasta el 31 de julio los que preferían vacar durante los días más largos de luz. Luego, había que respetar también el escalafón profesional, la antigüedad en la empresa y las cargas familiares, casi siempre muy onerosas porque era raro que un matrimonio no pasase de alimentar, por lo menos a tres criaturas. En esos casos era obligado encajar de forma educada las necesidades de los redactores y de los auxiliares de redacción, algunos de los cuales, por ser solteros o viudos, podían permitirse la generosidad de cambiar su preferencia por un hipotético favor a posteriori.

–«Total, a mí qué más me da si puedo resolverle el problema a un compañero sin gastar un duro», se ufanaba uno de esos que llaman con propiedad del «puño cerrado».

– «Dios aprieta pero no ahoga», se resignaba un cabeza de familia numerosa cansado de oír siempre la misma tontería. La presunción de que Dios podría entretenerse apretando los cuellos de millones de terrícolas hasta darles la desagradable impresión de que podría querer ahogarlos con sus poderosísimos dedos era un ejercicio de sadismo impropio de quien se hacía pasar por un compendio de bondades.

El caso es que (como dejé escrito al inicio de este artículo) era costumbre entre los periodistas antiguos despedirse de los lectores unas vez llegadas las vacaciones de verano. Con la doble intención de cumplir con una tradición de educados perfiles y al mismo tiempo garantizarle al «querido publico», como dicen en los circos, la continuidad del espectáculo.

Decía Julio Camba que la afición a escribir artículos en los periódicos le impedía la contemplación de las cosas como realmente son. Digo lo que antecede porque tengo la intención de disfrutar de unos días de verano antes de que la creciente belicosidad ambiental nos depare situaciones todavía más desagradables.

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