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Valentín Martínez-Otero Pérez

Pedagogía de la paz, ¿realidad o idealidad?

La necesidad urgente de un plan de convivencia a nivel internacional ante el riesgo de una guerra mundial

La paz es un concepto complejo, pero es indiscutible que su fomento educativo está llamado a desempeñar un papel fundamental en el mundo globalizado actual seriamente amenazado. La educación, en el más amplio sentido, no puede desentenderse de su responsabilidad en la seguridad y la convivencia, particularmente si tenemos en cuenta que los conflictos y la inseguridad internacional se han acrecentado. Entre los esfuerzos que los países occidentales dedican a un nuevo orden internacional cimentado en la seguridad y los derechos humanos debe destacarse la estrategia pedagógica enriquecida con la investigación multidisciplinar en torno a nociones como la ciudadanía global, la construcción de sociedades justas, el entendimiento entre oriente y occidente, y la expansión de la cultura de la paz. En este marco se ubicaría la educación para la convivencia planetaria, una consensuada vía a nivel mundial para afrontar desafíos y prevenir amenazas.

La noción de paz tiene una larga historia, en gran medida por la preocupación generada por la guerra. La paz reclama una conjunción plenaria de esfuerzos que deben fomentarse en todos los ámbitos, aunque procede recordar que sin justicia la paz se torna inalcanzable. La paz es expresión de equidad, progreso y humanidad que se aprende y se afianza con el ejercicio. Su desarrollo equivale a avanzar con firmeza por el camino de la sintonía, de la reciprocidad y de la compenetración. Aunque a veces se dice que la paz no es más que un hermoso idealismo, una anticipación de un porvenir aún lejano, se trata de un horizonte referencial y necesario.

La OTAN, en el documento titulado NATO Strategic Concept 2022, consignó en fechas recientes que el escenario global es cada vez más peligroso y competitivo, hasta el punto de que la zona euroatlántica no está en paz y la seguridad de los países aliados se ve amenazada. Culpa a Rusia de haber violado las normas con la invasión de Ucrania y de establecer con China una asociación estratégica que abandera el menoscabo autoritario del orden internacional fundado en reglas. Una tensión acrecentada tras la controvertida visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi.

Basándose en los riesgos globales e interconectados antedichos, la OTAN no descarta el uso de las armas para defender el territorio aliado y preservar la soberanía y la integridad de todos sus miembros frente a cualquier agresión. Paralelamente, la alianza reafirma su política de “Puertas Abiertas” a todas las democracias europeas en virtud de valores fundamentales compartidos y de su interés estratégico en la paz y la estabilidad euroatlánticas.

En un contexto caracterizado por la complejidad y los riesgos múltiples, las exigencias de la época que nos toca vivir nos llevan a robustecer el compromiso con la paz y a preguntarnos por el papel que la pedagogía puede realizar en el logro de dicho objetivo.

El cultivo de la paz no tiene por meta la supresión de todo tipo de inclinación combativa, lo cual, por debajo del manto romántico, resultaría profundamente disparatado. En la coyuntura actual la pedagogía de la paz puede entenderse como un ámbito científico de la educación, a la vez racional y experiencial, normativo y orientador, comprometido con la convivencia, la prevención y la resolución de conflictos, la participación democrática, la comprensión intercultural y la justicia.

La pedagogía, en consonancia con la consensuada tripartición de la educación -formal, no formal e informal-, se extiende a las distintas franjas etarias y a los diversos ámbitos de la vida humana, no únicamente al familiar y al escolar. Este decisivo avance nocional del universo educativo y de la propia pedagogía en cuanto ciencia abre un sinfín de posibilidades de reflexión y actuación para promover el desarrollo individual y colectivo en escenarios de paz, en aspectos tan diversificados como la reducción de la violencia interpersonal o la prevención de la guerra a nivel internacional.

Aunque estamos ante planteamientos muy generales y diversificados, debe reconocerse la efectividad de ciertas experiencias para el fomento educativo de la paz en distintos escenarios: familiar, escolar, mediático, laboral, comunitario/social, jurídico y cívico-político. Es, sin duda, una tarea ardua la que tenemos por delante. La paz es una aspiración universal cuya conquista exige coordinar esfuerzos en todos los niveles y sectores, en todas las edades y en todas las personas. Aun cuando la educación para la paz abarca todas las etapas de la vida tiene más impacto en el período infantil, debido a la mayor plasticidad de la niñez.

La violencia del ser humano se debe más a las características socioculturales que a la genética. Se acrecientan los estudios sobre qué tipo de personalidad influye en las actitudes de paz. Hay evidencia empírica de que la conciencia/responsabilidad, la apertura a la experiencia, la estabilidad emocional y la afabilidad están asociadas con actitudes de paz. La perspectiva pedagógica permite agregar, con inherente optimismo saludable, que estas dimensiones de la personalidad pueden trabajarse educativamente en los sujetos y en los propios ambientes. Las posibilidades de introducir modificaciones son más fáciles en la familia y en la escuela, pero también se van dando pasos significativos en entornos laborales y hasta en ambientes sociales, siempre que se cuente con voluntad política y colaboración suficiente de los medios de comunicación y de la ciudadanía. La pedagogía de la paz se torna difícil sin profundas transformaciones en las estructuras políticas, escolares, mediáticas, administrativas y socioeconómicas, que debieran fundamentarse más en el ser que en el tener o el aparentar.

El panorama de violencia en el planeta ya de por sí desolador se acrecienta en la actualidad con el riesgo de guerra mundial tras la invasión rusa de Ucrania, que ha provocado destrucción devastadora, miles de muertos y millones de desplazados.

Para afrontar los desafíos que trascienden las fronteras nacionales y las exigencias de paz que el mundo tiene se precisan "todas las manos". Organizar un plan de convivencia a nivel internacional requiere voluntad, coordinación y una inequívoca orientación hacia el pactum, término latino que comparte raíz con la palabra ‘paz’. No hay nada más opuesto a la arbitrariedad o al autoritarismo que un pacto fundado en la racionalidad y la ética.

Las condiciones concretas de la paz varían en función de muchas circunstancias –entre ellas, los ámbitos en que se quiere salvaguardar o promover y la voluntad de las partes para llegar a un consensus–, pero el oficio de la política obliga a equilibrar lo que hay y lo que puede haber. A semejanza de lo que acontece en la política, se podría hablar incluso de "realpedagokig" y de "idealpedagogik" que representarían respectivamente al realismo pedagógico, más práctico, técnico y de base empírica, y al idealismo pedagógico, habitualmente crítico, de carácter más especulativo. Ambas tendencias son complementarias y juntas ofrecen soluciones más ricas a la educación, en general, y a la educación de la paz, en particular. Por tanto, en relación a la pregunta que abre este artículo sobre la realidad o la idealidad de la pedagogía de la paz, no optamos por el expeditivo procedimiento de eliminar uno de los términos, sino por el fomento de su armónico y sinérgico encuentro, tarea que, por supuesto, aunque no resulta nada fácil, debe emprenderse y reclama nuestros esfuerzos.

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