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LNE FRANCISO GARCIA

Sin hielo pese al deshielo

En plena ola de calor nos encontramos al borde del desabastecimiento de cubitos de hielo. Se ha impuesto en los supermercados la doctrina del racionamiento del agua congelada en porciones, de tan forma que los cubitos de la restricción energética son como los rollos de papel higiénico del confinamiento pandémico de hace un par de años.

Un amigo noctámbulo al que sólo le visita el sueño después de visionar documentales de naturaleza del Canal Odisea me alerta, alarmado, de que el círculo polar ártico, una de las cocteleras de este planeta, se deshiela al ritmo del veinte por ciento durante los últimos treinta años. De seguir recalentándose el panorama, en 2070 el Polo Norte se habrá derretido como un bombón de la Ibense en la terraza del Club de Tenis.

Certifican los científicos que están disminuyendo alarmantemente los casquetes, aunque para constatar esa evidencia no es necesario embarcarse como Amudsen en un viaje al Polo: basta con echar un vistazo a los índices de natalidad, que no alcanzan la posición de firme ni al paso de la espada de Bolívar. La humanidad actual hace bien poco por el mantenimiento del planeta: de puertas para afuera, inundamos el ambiente de gases que provocan el efecto invernadero; pero de puertas para adentro, gélidos como témpanos, somos incapaces de romper el hielo. A muchos no les preocupa otro deshielo que el del gin tónic, aunque de persistir el racionamiento de cubitos van a tener que enfriar la copa en una nevera de camping.

El derretimiento del ártico nos deja tan fríos que nos lo pasamos por el forro polar, hasta que llegue el día en que el agua nos cubra el cuello y entonces será el crujir de dientes, y no habrá licor del polo con qué cepillarse. Los dientes, digo. 

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