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Matías Vallés

El Ecce Homo

El Ecce Homo caricaturizado en el pueblo aragonés de Borja solo puede entenderse como un monumento punk, equivalente a los Sex Pistols aullando el Dios salve a la Reina y poniendo en peligro la supremacía del himno patriótico original. La distorsión aberrante es otra forma de tributo, y no se necesita invocar a teóricos de la estética para concluir que la restauración de la octogenaria Cecilia Giménez es un referente de la España contemporánea, tal vez el único símbolo ausente en la gira triunfal de Rosalía.

El aniversario del Ecce Homo no solo golpea por lo rápidamente que ha transcurrido una década, sino por su vigencia inalterada. Permanece inscrito en el álbum imaginario colectivo, prendido en el anaquel de la docta ignorancia precisamente por la obstinación en ocultar su relevancia. Los visitantes que se han desplazado a contemplarlo en directo superan la audiencia de importantes creadores artísticos, que dan la tabarra sobre los mecanismos que les conducen a la inspiración. ¿Cuántos artistas españoles pueden competir con una audiencia de trescientos mil espectadores?

Se refutará que el Ecce Homo de Borja no suscita admiración y ni siquiera devoción, sino un manantial inagotable de sarcasmos. Para empezar, el crítico paga la broma, tres euros preceptivos para acceder a la contemplación. ¿Cuántos artistas españoles suman trescientos mil espectadores de pago? El éxito obliga al encuadre histórico de la pintura. No se ajusta al kitsch, que requiere una cierta elaboración, dar a la obra más importancia de la que merece hasta el punto de redondearla excesivamente.

El Ecce Homo predica la simplificación, es grotesco que viene de gruta, se asemeja a una pintura rupestre como si la autora hubiera rascado el original en lugar de deformar el óleo canónico sobre pared del catedrático Elías García. La genealogía emparenta a la obra con la aristocracia artística. Ha arrasado con el esfuerzo inicial del profesor, que a su vez ilustraba un intento previo de Guido Reni también postergado, y menos admirado en el Rijkmuseum de Amsterdam que en su interpretación postmoderna. El Cristo imitado dirigía la mirada hacia la superioridad, como ocurre en la inmensa mayoría de pinturas del boloñés.

Cecilia Giménez no se rebela contra su predecesor inmediato, sino que enmienda la mirada de Reni mediante un Ecce Homo de mirada extraviada, humano sin más pretensiones. Los beneficiarios del mamarracho triunfal dudan al enorgullecerse de su patrimonio. Estupefacción victoriosa, ¿no se hablaba de los rasgos de la España contemporánea?

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