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Gabino Busto Hevia

El talento y Antonio López

Sobre la defensa que hace el pintor de Ciudad Real del carácter innato de las capacidades artísticas

Hace pocos días rematé la lectura de un libro editado este mismo año en el que se recoge una conversación con el artista Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936). El texto está plagado de datos irrelevantes, cuando no imprecisos y confusos. No obstante, la lectura me hizo recordar las increíbles declaraciones expresadas por ese creador en el transcurso de un taller de pintura que dictó en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander en el verano de 2004.

Con motivo de aquel evento, el 20 de julio del mentado año, un destacado rotativo nacional publicó un reportaje, firmado por Raquel Garzón, con el título "El arte existe para explicar el misterio", en donde quedaron recogidas algunas de las sorprendentes intervenciones del pintor ante su numeroso alumnado. Una de ellas tenía que ver con Frida Kahlo, para Antonio López "una referencia al nivel de Picasso o de Klee". A propósito de esto, pienso, por mi parte, que a lo odioso de toda comparación –como nos recuerda el conocido proverbio–, habría que añadir en este caso lo arbitrario y gratuito, pues creo que no habría mayores dificultades en convenir la "salida de concurso" de la tríada formada por Kahlo, Picasso y Klee. Lo peor es que Antonio López dio un paso más y, siguiendo con Kahlo, afirmó que "ella tenía más talento que su marido, el gordinflón de Rivera, tan políticamente correcto". Y esto llevó al artista a tratar en el taller santanderino acerca del talento, un asunto en el que no admitió discusiones. Así de claro. Habló entonces de que "como hay gente que tiene más altura o más belleza [sic] que otra, hay gente con o sin talento. En la naturaleza no hay justicia. Velázquez tenía más talento que Murillo". Ante la pregunta de uno de los asistentes "¿No hay vuelta atrás?”, el pintor de Tomelloso contestó tajante: "Se tiene o no se tiene".

Confieso a título particular, con franqueza y honradez, que estas opiniones, realizadas en un distinguido marco académico y ante un alumnado generalmente necesitado de motivación y apoyo, me resultaron inoportunas, inquietantes y desafinadas. Y eso es así porque el talento y su génesis, definición, tipología, desarrollo, etcétera, lleva muchos lustros sometido a todo tipo de discusiones desde los más selectos foros de la neurociencia, la psicología, la filosofía, la antropología y otras disciplinas científicas, lo cual parece lógico e incluso prudente. En este sentido, conviene advertir que las opiniones del artista manchego excluyen el factor social y ambiental en la generación y desarrollo del talento, lo que, a la luz de las más avanzadas investigaciones, resulta tan disparatado como alarmante. Dicho en plata, por muy generosa que haya sido la naturaleza con Diego Velázquez, el fabro andaluz llegó en su carrera hasta donde llegó por haber nacido en Sevilla; por haber tenido de suegro a Pacheco, otro pintor; por haber contado con la protección del poderoso Olivares; por haber gozado de la consideración del rey Felipe IV; por haber dispuesto a sus anchas de la colección real de pinturas; por haber tratado al genio de Rubens y a otros sobresalientes artífices; por haber realizado dos sustanciosos viajes a Italia y, en fin, por un inconmensurable y complejo elenco de experiencias más que van, pongamos por caso, desde su red social, hasta un rayo de luz que durante unos segundos acarició su mirada un frío amanecer en el Alcázar. De modo que el talento artístico no es solo un mero producto genético, sino también, hondamente, sutilmente, problemáticamente, un producto ambiental y social.

Antonio López, al asumir responsabilidades docentes como las señaladas en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, debería saber que son muchos y muy relevantes los estudios que reconocen la condición pluralista de la inteligencia, mediante la cual todas las personas –y, por ende, todos los artistas– desarrollan distintos potenciales cognitivos. En este punto, la aventurada afirmación de que "Velázquez tenía más talento que Murillo", resulta, a esos niveles, insostenible. Ante esto, no puedo más que acordarme del absurdo y desternillante método de medición poética que el entrañable profesor Keating, de la película "El club de los poetas muertos", magistralmente dirigida por Peter Weir, critica y pone en solfa ante sus alumnos. Byron frente a Shakespeare. ¿Quién de los dos tiene más talento? "¿Ejércitos de académicos que avanzan midiendo la poesía? ¡No!", exclama Keating. ¿Ejércitos de artistas que avanzan midiendo el talento en la pintura? ¡No!, Velázquez, sencillamente, era diferente a Murillo. Ambos eligieron, de acuerdo a sus diferentes sensibilidades y contextos, diferentes desarrollos expresivos. De la misma manera que Antonio López no tiene más talento –ni menos– que Miquel Barceló, por poner un ejemplo entre cien. Amistosamente, confío en que el propio Antonio López no se exponga a defender lo contrario.

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