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La estrategia electoral de Pedro Sánchez

El Presidente conduce al país hacia un plebiscito

A medida que avanza la legislatura, se percibe con más claridad el estilo político que define a Pedro Sánchez. Tiende a gobernar por decreto, separa de forma excluyente los partidos que lo apoyan de los que se oponen a sus medidas y polariza en tal grado la sociedad, mediante una constante apelación populista a la clase media trabajadora, frente a los intereses minoritarios de las grandes corporaciones, que todo el mundo se ve en la tesitura de posicionarse sin condiciones a favor o en contra de su gobierno. A pesar de la debilidad de su grupo parlamentario, se muestra cada vez más seguro en la relación con sus socios. Regaló algunos amagos de actitud conciliadora, que en realidad sirvieron únicamente para distraer. Solo negocia cuando imperiosamente lo necesita.

Sea la revisión de la política respecto al Sahara, la aprobación sin diálogo previo de las medidas de ahorro energético o la ofensiva desatada contra el PP y su líder, las últimas actuaciones de Pedro Sánchez reinciden en la misma línea. Ni la respuesta previsible de Argelia, ni el enfado de sus aliados en el Congreso, ni la amenaza de un bloqueo indefinido del Consejo General del Poder Judicial le han predispuesto un poco a compartir sus decisiones. La reacción del líder socialista al resultado de las elecciones andaluzas ha consistido en volverse más rígido y dogmático. Dada la cercanía de las elecciones, no dispondrá de tiempo para corregir la estrategia que acaba de dictar al PSOE. De manera que el presidente del Gobierno está conduciendo al país a una convocatoria electoral de carácter plebiscitario.

Y ya se prepara para ello. El espíritu del ínclito Iván Redondo deambula por Moncloa. Ministros y dirigentes del partido se lanzarán a la calle en el crudo otoño que se presagia con la misión de reconquistar el voto perdido. Pedro Sánchez participará en una treintena de actos a celebrar en tres meses por toda la geografía española, en los que repetirá su discurso basado en los tres argumentos consabidos: las culpas de Putin y otros, los aciertos del Gobierno, encarnación del sentido común, y la deslealtad del PP, cabeza de turco útil para agrandar las dificultades. Tratará así de achicar el espacio que se proponía cultivar Yolanda Díaz, mientras por otro lado se emplea a fondo para que su principal adversario llegue maltrecho a la cita con las urnas y allí quede definitivamente laminado. El elector será llamado para que, en el mismo acto de votar, deje constancia de su adhesión a la buena política del Gobierno y de su condena a la falta de colaboración del PP.

Esta estrategia no garantiza el éxito electoral al PSOE. En primer lugar, porque unas elecciones plebiscitarias requieren un candidato con gran atractivo entre los votantes y Pedro Sánchez no lo es. Recibe una valoración menguante, a la vez que sufre un mayor rechazo. En segundo lugar, sus aliados parlamentarios se debaten entre mantener al gobierno, con el propósito de obtener ventajas y facilitar su continuidad tras las elecciones, y dejarlo caer, con el riesgo de empeorar las posibilidades de reelección de Pedro Sánchez y contribuir a una victoria del PP, lo que supondría su alejamiento del poder. Unidas Podemos y los nacionalistas más radicales podrían frustrar el ambicioso plan puesto en marcha por Pedro Sánchez. El momento decisivo será el trámite presupuestario, que debe iniciarse el mes próximo. Y en tercer lugar, porque la sociedad española en su circunstancia actual demanda por encima de todo una actuación política eficaz en la resolución de los problemas que se acumulan en la economía y no parece inclinada de ningún modo a secundar la dinámica plebiscitaria a la que le está invitando Pedro Sánchez. De ahí, precisamente, viene en parte la cosecha de malos resultados de su partido en todas las elecciones celebradas, salvo las catalanas, desde su investidura. Y peor aún para el PSOE, el flujo creciente de votos socialistas al PP y la nula atracción de votantes nuevos por el PSOE. El elector moderado rehúsa entrar en una batalla política en la que considera que se dirimen exclusivamente intereses de los partidos y de sus dirigentes.

Esto es lo que verdaderamente importa. Iniciar una larga campaña electoral para terminar abocando al país a unas elecciones plebiscitarias, tal como plantea Pedro Sánchez, en la presente situación de España solo puede traer consecuencias nefastas. El plebiscito es ambiguo con la democracia. En realidad, no es una elección. No está de más advertirlo.

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