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Martí Saballs

Bicicletas sí, duchas también

La transición energética

La primera vez que vi a la gente ir al trabajo en bicicleta fue en Nueva York, mediados de los años 90. Recuerdo que una persona de la redacción llegaba a la sede del "Financial Times", por entonces calle 60, entre Quinta Avenida y Madison, siempre a pedales, salvo cuando llovía. En invierno –donde la sensación térmica podía llegar a los 20 grados bajo cero– tenía mérito; pero más mérito tenía en pleno verano para sus compañeros de mesa de trabajo, donde la sensación térmica podía llegar a 40 grados por culpa del bochorno. En la redacción no había duchas.

Todo tiene su precio. Más ahora, en tiempos de transición energética y cambio climático, con debates sobre gases y petróleos, estupefactos por la resurrección de la inflación que ha puesto el precio de la fruta por las nubes, viendo el encarecimiento del alquiler de la vivienda debido a legislaciones intervencionistas y con el desarrollo de nuevos modelos de movilidad en las ciudades. No hay nada como plantearse como objetivo una utopía como esta: ciudades sin apenas coches privados, transporte público no contaminante, islas de vegetación y parques infantiles construidos con madera sostenible en los cruces de las principales calles y avenidas, cero tolerancia contra quienes ensucian y vandalizan el espacio público, edificios que autogeneran su propia energía a través de placas solares o molinillos de viento, y ciudadanos alegres y sanos que van y vuelven del trabajo –para aquellos días que deciden voluntariamente no teletrabajar– en patinete, patines, monopatín, bicicleta o andando. Si a eso, le unimos la obligatoriedad en estos mismos lugares de trabajo de tener vestuarios y duchas para facilitar el buen ambiente y efluvios laborales, la utopía se alcanzaría plenamente.

A toda prisa, con un exceso de imaginación por bandera, las comunidades autónomas se unen a las demandas del Gobierno central en sus planteamientos para ahorrar energía y buscar la excusa perfecta para mejorar nuestro estilo de vida. Europa es nuestra guía. Si en noviembre de 2009, el presidente Zapatero se inventó el Plan Español para el Estímulo de la Economía y el Empleo para paliar la crisis financiera que ya teníamos encima; el presidente Sánchez ya tiene su plan E, esta vez por Energía. El plan E de Zapatero fracasó porque acabó convirtiéndose en un micromaquillaje local y cortoplacista en manos de los ayuntamientos, muchos de los cuales ofrecieron contratos dudosos a proveedores clientelares, según denunció el Tribunal de Cuentas.

Aquello fue el pasado. Hay que esperar que sirva de ejemplo. Que esta vez la transparencia en la adjudicación y ejecución del ambicioso plan Sánchez sea total. Habrá que construir, obvio, más carriles bici ahora que ir en bicicleta por la ciudad será ya una política estratégica de nuestros gobiernos; habrá que cambiar las instalaciones eléctricas de muchas de nuestras ciudades –incluyendo bombillas de la iluminación pública– y empezar a instalar placas solares y de sistemas de ahorro automáticos. Quién sabe: quizás también habrá que subvencionar la instalación de chimeneas y pedir el regreso a los fogones en las cocinas en vez de vitrocerámica. Atención pues al renacido negocio de las cerillas y de los encendedores. Para muchas empresas, bienvenidas sean sus ideas verdes y proyectos sostenibles, la transición energética será una fiesta. Lástima que, por el momento, no haya ninguna resolución gubernamental para montar duchas en el trabajo.

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