La Universidad de Oviedo es una gran desconocida para la sociedad asturiana, que la paga. Y, viceversa, la sociedad asturiana equivale a un enigma para la Universidad, ajena a capitanear el debate regional y la resolución de problemas. El Consejo Social, el único organismo que vincula ambas realidades, asume funciones más decorativas que prácticas, sin capacidad de intervención efectiva para virar el rumbo. En la institución académica se habla mucho de edificios, de cemento, de peleas internas, de euros, de reparto de campus, pero poco de objetivos científicos, de retos para posicionar el saber asturiano en el mundo. El último retroceso internacional supone una seria señal de advertencia que no se mitiga echando balones fuera, ni eludiendo responsabilidades.

La Universidad bajó hace dos años 200 puestos en el ranking de Shanghái y no remonta. En la clasificación, que puntúa premios Nobel, medallas Fields y calidad científica, domina EE UU, esprintan los tigres asiáticos y pierde comba Europa. Una mirada con detenimiento permite extraer conclusiones llamativas. La primera, que España parece estancada en aquel unamuniano «que inventen ellos». La innovación está en manos de otros. Sin tecnología punta propia, la dependencia económica se acrecienta y mengua la capacidad para generar riqueza. Un problema de país. La segunda, que no solo Asturias retrocede en el concierto global, sino que además universidades españolas de poca tradición e historia rebasan a la de Oviedo. Por ejemplo, Alicante, Extremadura, Lérida, Castilla-La Mancha, Jaén, La Laguna, Málaga y Murcia. Un defecto de región.

Desde que se conoció el descenso no han dejado de sucederse justificaciones, algunas peregrinas. Que si existen fallos al transmitir los datos. Que si los criterios de selección obvian la docencia y la implantación en el territorio. Que la institución asturiana sí sale favorecida en catálogos ausentes del eco mediático. Que ahora se produce desde aquí más que nunca por esa cultura del “publica, que algo queda”, aunque falte por valorar en qué medida esos descubrimientos contribuyen al avance de esta tierra. La Universidad así concebida parece un apéndice de la política en vez de un instrumento esencial para el progreso a través del conocimiento.

Esa actitud desdeñosa hacia la pugna competitiva y las comparaciones responde a un vicio muy arraigado en España: jamás rendir cuentas, siempre repeler la culpa. Tan nocivo resulta tomar como dogma la posición en una liga como despreciar lo que en realidad los altibajos evidencian: La universidad asturiana carece de la reputación internacional que le corresponde. Quien no futuriza y no planifica, no vive, sostenía Julián Marías. Acuñó el filósofo este concepto para reflejar el carácter proyectivo, orientado al futuro, de la condición humana. La Universidad asturiana lleva demasiado tiempo dando vueltas sin anticipar su porvenir. No futuriza, mantiene una espera interminable.

Poniendo el foco en el dinero antes que en la educación, la desmotivación prende y nunca contaremos con esa institución líder e innovadora que a Asturias le urge despertar

«Tenemos que decidir qué queremos ser», afirmó el Rector, dos años después de iniciado su mandato, en la tradicional cumbre académica del verano que LA NUEVA ESPAÑA organiza en Ribadesella. Una duda ontológica que urge resolver. Todos sus antecesores proclamaron lo mismo. Y así continuamos, salvo honrosas excepciones, instalados en el inmovilismo y la queja, en la inercia, difiriendo cambios de fondo. Poniendo el foco en el dinero –abrir los edificios consume el 90% del presupuesto– antes que en la educación, la desmotivación prende y nunca contaremos con esa institución líder e innovadora que Asturias necesita.

El parlamento nacional empieza a debatir este mes otra ley de ordenación universitaria, la LOSU. Colegios e institutos estrenan curso en una semana en medio de la confusión, regidos por una nueva norma, la LOMLOE, que pone patas arriba los programas y esparce el espíritu del aprobado general. Tanta vorágine legislativa consigue el efecto contrario al que persigue y aleja la educación de la excelencia, única tabla de salvación ante la crisis. Planes de estudio improductivos garantizan títulos, pero no alumnos que interpreten con sentido crítico el entorno, profesionales flexibles y polivalentes, ciudadanos comprometidos. He ahí el drama.

Escuchar, analizar, discernir, debatir sin pelear, resolver y servir a los asturianos con aportaciones útiles. Estos deben ser los fundamentos de cualquier departamento de facultad conectado con su tiempo. En una región en la que no abundan científicos de referencia vemos por contra que a los escasos que traspasan fronteras algunos los despedazan desde dentro con escarnio ante el silencio general. Pese a todo, el esfuerzo y la capacidad creativa de los licenciados asturianos cautiva a las empresas y a los centros de investigación extranjeros. Por eso casi una generación entera de asturianos trabaja hoy en la emigración. ¿Hasta dónde habrían llegado esos jóvenes sin las carencias e inconvenientes del sistema? El asunto merece un análisis aparte.