¿Qué hace hoy tan difícilmente reconciliable al PP y al PSOE, o, más exactamente, a Feijóo y Sánchez? Pues lo mismo que cuando este logró la investidura gracias a un amasijo de apoyos que, por vía de abstención, incluía al separatismo: Catalunya. De no haber comenzado Sánchez la partida con esa "apertura catalana", o de haberla corregido luego, PSOE y PP podrían ir de la mano en muchas cosas, en vez de proyectar la fractura a otros ámbitos, como el Consejo del Poder Judicial. Pero de no haber movido Sánchez la arriesgadísima pieza de esa apertura tampoco se habría fracturado el separatismo y la opinión favorable a la independencia habría mantenido una tendencia al alza que parecía imparable en Catalunya. Es evidente que a la vez que con la jugada ha entablillado la unidad del Estado, Sánchez se ha mantenido en Moncloa. Pero reprochar esto es ignorar la primera ley de la política.