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LNE FRANCISO GARCIA

Asturias para quedarse

Asturias celebró ayer su fiesta totémica, el día en que su himno espirituoso torna en danza prima que aglutina en una sola voz todas las gargantas de esta tierra y que arma un puente rotundo de sólidos brazos que reúne a los asturianos de la tierrina con los que sembraron de asturianía el vasto territorio de la diáspora. 

La celebración festiva de tintes mitológicos, la eucaristía telúrica que hace comulgar con ruedas de molino a decenas de miles de profanos conjuró un año más a los hijos del territorio abrupto que se despuebla de talento para poblar otras tierras en singular Reconquista digital y telemática. Hay muchas Asturias en una sola, región poliédrica y polimórfica, políticamente incorrecta. E inconclusa.

Uno no viene a Asturias a participar en el Guinness del cachopo, a beber sidra asgalla y a doctorarse en el ritual del escanciado. Ni siquiera a presenciar a toda costa un paisaje majestuoso de orfebrería acantilada, de bosques milenarios de ejércitos leñosos que no doblan la testuz ni ante las llamas. Tampoco a contemplar con ojos prismáticos el deambular cansino de los osos ni a realizar un tour gastronómico veraniego de concejo a concejo en autobuses de Alsa, en un recorrido inenarrable de farturas. Ni siquiera a rezarle a una Virgen emboscada en una cueva, que ye pequeñina y te gana, por una carretera empinada que coronaron gestas ciclistas. A Asturias se viene a todo eso y a más. Asturias es galerna y es orbayu; es Molinón y Campillín; piragua y barco de vela; camino y piedra; azul y rojiblanca. Es xana y es trasgu. Es Jovellanos y es Pelayo…

Asturias es lamento en una oreja y una canción en la otra. Es tierra de pasado y añoranza con incierto futuro. A Asturias se viene y se regresa. Incluso algunos, como yo, para quedarse.

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