Si algo puso de manifiesto esta semana el debate institucional en la Junta para celebrar el Día de Asturias es que los partidos asturianos están de acuerdo en muchas más cosas de lo que sus líderes aparentan al elegir la confrontación descarnada como forma de relacionarse y de lo que a la opinión pública le parece. Cada político acentúa, según su sensibilidad, unos u otros matices de la realidad regional, pero en el fondo no existen discrepancias severas a la hora de diagnosticar los males, ni siquiera, desde los grupos de la derecha a los de la izquierda, en la receta para conjurarlos, mediante un pacto que trace las líneas maestras de un proyecto común de región. Un único inconveniente, no precisamente menor: ese ánimo positivo luego nunca se traduce en iniciativas concretas. 

Arranca septiembre en un contexto nada fácil y lleno de acechanzas por la coyuntura internacional y nacional. La vida parlamentaria recobra el pulso. Lo peor que podría ocurrir es que la vuelta a los debates marcara el pistoletazo de salida de una interminable precampaña electoral de quince meses, hasta las próximas generales, con escala en las autonómicas y municipales de mayo, y no la fijación de unos cuantos objetivos compartidos a partir de los cuales empezar a construir soluciones.

El duelo en el Senado entre Pedro Sánchez y Núñez Feijóo sirvió también para constatar que un pacto de Estado entre el PSOE y el PP que aporte estabilidad en tiempos revueltos parece misión imposible, pese a que ambos dirigentes hacen gala de abanderarlo. Mal augurio. Las urgencias se acumulan. No todo es culpa de Putin. La población sufre. Son los ciudadanos forzados a realizar malabarismos para llegar a fin de mes quienes en verdad pagan los platos rotos de esta falta de entendimiento que obvia las urgencias del país.

Los asturianos tienen tan asumida su identidad y tanta conciencia de ella que no precisan proclamarse diferentes con actos singulares ni reivindicaciones de nacionalismo. Por eso un ambiente de entendimiento, concordia y solidaridad sobrevuela siempre el día grande de la región. Lo vimos este año, de Covadonga a Corvera, del palacio de la Junta al Auditorio de Oviedo, con un mensaje sobre las bondades del consenso acentuado respecto a anteriores ocasiones. Ojalá el mismo espíritu colaborativo perdurara todo el año y se materializase en hechos relevantes.

De los males que afligen a España y a Asturias hay causas exógenas, siempre prestos los políticos a remarcarlas para lavarse las manos, y también endógenas, posibles de solventar desde aquí con propósito de enmienda. Cabe afrontarlas por caminos diversos igual de válidos. Aplicando remedios opuestos, la pandemia entronizó a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y al presidente asturiano, Adrián Barbón. Siempre hay margen para actuar, fracasa quien no lo intenta.

La ideologización y su corolario, la polarización, no pueden neutralizar el progreso. El desencuentro perjudica a todos. A los ciudadanos y a los dirigentes que, en un error mayúsculo, opinan que amparar sugerencias del contrario debilita. Igualmente las soluciones también implican a todos. Para superar la atonía económica y la descapitalización social, a Asturias le hacen falta estrategias duraderas, sostenidas por quienes ahora gobiernan y quienes aspiran a desplazarlos.

Reto demográfico, transición energética, industria verde, supresión de estorbos burocráticos –asombroso, ya lo pedía Jovellanos hace dos siglos y medio–, educación, juventud... En su propósito de combatir los discursos pesimistas, el presidente Barbón debería empezar por construir un relato ilusionante para los jóvenes, sin necesidad de ponerse la boina y sacudiendo complejos. Porque además no es cierto que aquí, en casa, las oportunidades para quien empieza estén absolutamente cegadas. No habrá empleo si a quien lo crea le siembran el camino de clavos. Sin el impulso al conocimiento ni la fuerza de las nuevas generaciones, Asturias quedará descolgada del cambio profundo que mueve al mundo. Sin competitividad y un entorno más amable hacia los empresarios, el Principado no será capaz de retener y atraer talento, de ganar habitantes.

Ningún diputado de la Junta niega estas evidencias y todos se manifiestan encantados de arrimar el hombro integrando y no excluyendo. Pero nadie se siente concernido para dar el primer paso. Nadie cede. Unos, cierto, con más responsabilidad que otros en las renuncias. ¿Abrazan ahora el diálogo sin ninguna gana en la enésima pirueta de tacticismo porque lo exige como nunca una ciudadanía espantada? He ahí la gran duda metódica del momento, el ser o no ser de la vida pública nacional y asturiana. Cuando llegue la próxima cita en las tribunas parlamentarias o la hora inminente de negociar los Presupuestos empezaremos a saber si seguimos enfangados en la mísera política del barro, la improductiva y de bajos instintos, o si, por fin, la de la utilidad, el honor y la grandeza echa abajo la puerta.