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Carmen Martínez Fortún

El adiós

La pena generalizada por la muerte de una reina que era de todos

La Reina Isabel se nos ha muerto. Esa reina que era un poco de todos gracias al formidable aparato de propaganda inglés, con publicistas capaces de encumbrar su persona y la monarquía más importante del mundo, cuando parece que la están criticando, resto inequívocamente decadente de un imperio glorioso que no se hizo tanto a fuerza de gestas, que también, sino de gestión prodigiosa, sesgada y manipulada de esas gestas, algo que hay que saber hacer y en lo que España, por el contrario, fracasa.

Lo cierto es que esa señora respetabilísima que, sin conceder entrevistas, ha conseguido entrar en nuestras casas y acaparar simpatías domésticas casi en todos los estamentos, no hizo nada por usted ni por mí, amable lector, y, sin embargo, probablemente a todos nos ha dado pena su pérdida. Testigo y protagonista de setenta años convulsos de nuestra historia cercana, aquella jovencísima reina de cuento, se coronó y reinó luego junto a su guapísimo marido, al que dicen que agradecía más la lealtad que siempre le guardó, aunque no siempre le fuera fiel. Fue guapa de joven, elegante a su manera, algo cursi por inglesa, digna en los escándalos familiares que supo aguantar, sortear y padecer sin esconderse nunca y dando una difícil talla. Seguramente disciplinada, nunca conoceremos de verdad los entresijos de una vida que a algunos les resulta apasionante, a otros rutinaria y a otros esclava.

Cuando alguien muere, lo habituales que se multipliquen las luces y se oculten las sombras. Lo que más se destaca hoy en ella es su sentido del deber, que antepondría al amor e incluso a la familia.

Ahora, los enemigos de la monarquía como institución se frotan las manos, explotando las supuestas debilidades del rey Carlos III y anticipando la crisis y caída de la institución o, al menos, jugando con esa prometedora posibilidad. A una le caen bien Carlos y Camila. Siente debilidad por quienes durante tantos años han sido los malos de la película. Aunque solo sea porque no son guapos y porque nadie luce los chaqués como el flamante y triste nuevo rey de Inglaterra.

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