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Antonio Arias Rodríguez

Elogio de la "Y"

La construcción de una arteria clave en la vida de Asturias

Ya saben los lectores que aquí la "Y" no es otra que el tramo de autovía A-66 a su paso por Asturias donde comunica Oviedo, Gijón y Avilés. Es nuestro Paseo de la Castellana (que diría un madrileño) o una Avenida Diagonal (que diría un barcelonés) pues articula la zona central de la región y permite soñar con la gran área metropolitana de nuestra región frente a la política local.

La "Y" soporta cada día miles de vehículos, muchos de ellos de carga pesada, evitándonos con su fluidez un montón de costes en tiempo y dinero. Cuando hay alguna obra (pocas tuvo) nos cabreamos porque aparecen los embotellamientos y se reduce la velocidad de la circulación. Demoras y paradas que pondrán difícil la obligación comunitaria de cobrar por su uso a partir de 2024. Cuando se produce alguna retención por accidente (alcance) a primera hora, miles de empleados llegan tarde a sus centros de trabajo. Entonces nos damos cuenta de la importancia en nuestra vida cotidiana de esta infraestructura, a pesar de contar ya con algunas alternativas paralelas. Como miles de asturianos, soy un habitual usuario de esta arteria, desde que la conocí siendo un melenudo autoestopista.

Hace cincuenta años, cuando se realizaba esta infraestructura, su diseño y ejecución ya fue considerada toda una perla entre los profesionales. La razón: ser de hormigón armado y no de asfalto. Hay muy pocas en Europa. Es verdad que para los usuarios frecuentes supone un sufrimiento añadido para las ruedas (y para los oídos), pero desde el estricto punto de vista del mantenimiento ahorró millones de euros al contribuyente y –sobre todo– muchos atascos y molestias por esas obras de conservación que no necesitó. Una autovía con tanto tráfico no puede permitirse estar 48 horas cerrada o a medio gas.

La logística de su construcción, durante los primeros años 70 del siglo pasado, fue muy compleja, pues exigía que cada dos horas llegase la hormigonera y descargase con rapidez porque se endurecía. Entonces no había móviles ni algoritmos para ayudar o coordinar. Había muchas posibilidades de que "algo" saliera mal. Pero salió de cine y en las Escuelas de Caminos esta experiencia tiene asegurada una lección anual. En fin, que ahora que está de actualidad la obra del tercer carril (una chapuza de eternas molestias para el usuario) merecen esos inicios un recuerdo. Entonces era recién llegado a Asturias el ingeniero, luego director provincial durante muchos años, Ignacio García-Arango, toda una institución en el sector.

La autovía salió adelante por el empuje del Ministro de obras públicas de la época, Jorge Vigón, ingeniero militar natural del concejo de Colunga (¡acabáramos!), que envió en los años sesenta a los técnicos del ministerio a California para estudiar el paraíso de las autopistas ante un futuro crecimiento y apertura al exterior que ya el régimen anticipaba. El convenio de las bases norteamericanas aportaba mil quinientos millones de pesetas para poner en marcha el Plan General de Carreteras de 1961. Como no es políticamente correcto reconocer méritos a ninguna personalidad del franquismo, nada diremos al respecto, aunque su legado material sea positivo (a los Romanos esclavistas se les perdona, incluso en "La vida de Brian"). Si registraremos aquí que la Administración del Estado español tuvo, en esa materia y durante décadas, el mejor equipo de ingenieros de Europa.

Piénsese que entonces todas las infraestructuras importantes tenían dependencia nacional y, lo más importante, se nutrían de los Presupuestos Generales del Estado, entonces mucho más escuálidos que los actuales. Si ahora hay sangre por colar una obra en cualquier plan de contratación, ya sea estatal, autonómica o local, entonces exigía toda una confluencia planetaria para llevarla a cabo. Un ministro era uno de los astros imprescindibles.

Para esta obra se envió un equipo de técnicos a Bélgica, donde sus calzadas sufrían una buena prueba anual de climatología adversa, adaptadas al hielo. Allí, nuestros ingenieros encontraron alguna experiencia aislada de autopistas con hormigón armado. Un material que encarece mucho la obra, aunque a largo plazo es mucho más barato porque requiere un menor coste de conservación. El problema es que "el mantenimiento no se inaugura", como suele recordar nuestro insigne Ignacio García-Arango.

Con frecuencia, aquello que tiene inicialmente el precio más alto resulta con los años muy barato. Y a la inversa. En la Administración (cortoplacista) nunca tenemos en cuenta el ciclo de vida del producto, limitados por las partidas presupuestarias anuales. Un presupuesto es un juego “de suma cero”. Una combinación de intereses, coaliciones y oportunidades donde éxito propio supone el fracaso del compañero. Si logras encajar una importante infraestructura no aspires a virguerías. Los fondos europeos cambiaron algo este escenario durante las pasadas décadas de la abundancia por venir destinados obligatoriamente a inversiones que de no ejecutarse se perderían.

Por eso, formo parte de los que tienen en tanta estima la experiencia que supuso nuestra "Y", porque sin duda debieron removerse estos tradicionales obstáculos que permitieron lograr esta joya asumiendo riesgos todos los protagonistas.

No debería concluir sin una mínima autocrítica y una confesión sobre este último aspecto. Hoy los funcionarios tenemos desencantados a los políticos, buscamos la facilidad de la tramitación. Nadie se moja. No importa la eficacia del gasto. Los empleados públicos, escarmentados, estamos cada uno en nuestra parcela, intentamos hacer nuestra tarea lo mejor posible pero, eso sí: sin correr ningún riesgo. Si cae una ladera o un puente y deja cientos de vecinos incomunicados por carretera, nadie asumirá el riesgo de considerarlo una emergencia y verse después ante posibles responsabilidades o involucrado años después en un titular de prensa. Nadie piensa en un proyecto institucional. Los escarmentados funcionarios procuramos no implicarnos demasiado. Dejamos esa milonga a los políticos. El problema es que ellos carecen del argumentario para el debate administrativo y en cualquier refriega técnica o jurídica salen trasquilados, con más problemas de los que tenían al iniciarlo. Aunque está en sus manos resolver y aligerar la burocracia o las actitudes, no lo hacen por el desgaste que supone y siempre hay algunas elecciones cercanas.

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