Como estoy un poco nervioso, escojo la americana azul marino –color que tiene la virtud de hacernos parecer personas de orden–. Me miro en el espejo y me parezco un poco a mi padre (y a David Cameron). Aquel día, en un par de horas, se iba a inaugurar la exposición que sería mi primer comisariado, "Adventus", gracias a la infinita generosidad y paciencia de Diego Suárez Noriega, entonces como ahora director de la galería ATM. Uno nunca olvida quién acude a estas convocatorias que son algo así como una puesta de largo profesional. Por ejemplo, recuerdo que vino a verme mi tan querida Cecilia Bousoño, y con ella también su madre, a quien por haber venido sin apenas conocerme agradezco aún más su presencia. También vino una mujer alta, que llevaba un abrigo largo y un pañuelo al cuello. Quizás fue la persona que más atenta estuvo durante mi presentación. Como me temblaban las manos, ella a veces me sonreía. "Lo estás haciendo bien", parecía querer decirme. Era Karin Ohlenschläger. Había venido a verme la directora de LABoral.

Karin ha muerto. Fue hace unas semanas. El sábado, en Linz, el festival Ars Electronica cerró su programación anual con una conversación pública de una hora dedicada a su trayectoria, su memoria y el legado que nos deja. Una grabación de la charla se puede encontrar hoy en la plataforma YouTube, con el título "Dear Karin" y, aunque la prensa asturiana y algún medio nacional han escrito obituarios que loan su carrera, es tras escuchar hablar de Karin a artistas de renombre mundial, como Gerfried Stocker o Christa Sommerer, cuando uno se da cuenta del papel que jugó a la hora de abrir un espacio en Europa para la producción, circulación y discusión de nuevos formatos y tecnologías en el arte contemporáneo –de ella jamás lo hubiésemos sabido, discreta y humilde como era–.

Todas las muertes son injustas por definitivas. No admiten enmienda ni tribunal de casación. Pero la muerte de Karin, apenas unos meses de que se pusiese término a su desempeño al frente de LABoral, parece acaso incluso más injusta. Es por esto que quisiera seguir hablando de ella. Más aún cuando quienes propiciaron activamente su caída han protagonizado el llanto público por su pérdida. Esto, conciudadanos, también se debe fiscalizar.

En un mundo, el del arte, cuyos vicios parecen exacerbarse en Asturias, pasar un rato con Karin no sólo brindaba un respiro del amable discurso que impera en nuestro circuito cultural, que oscila entre el cotilleo de patio y el "todo es una mierda menos lo mío". Estar una tarde con Karin era un momento para la conversación inteligente, para compartir ideas e intercambiar preocupaciones sobre nuevos proyectos. Si bien puedo admitir que LABoral fue (o es) una iniciativa que nunca se comprendió bien, creo que tampoco se entendió nunca su ética y pensamiento profesional: que el arte, la crítica y la gestión cultural son trabajos, como lo son la lampistería, la abogacía o el profesorado, y que sólo así entendidos, en relación a su producción, a los saberes que necesita y que cuestiona, a la tecnología que los posibilita y que tales trabajes interrogan, pueden las prácticas artísticas tener valor para en el mundo.

A Karin, que tuvo la gentileza y el valor de dedicarnos una carta sabiendo que se moría, yo quisiera decirle: Sigues viva.