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JC Herrero

El "dilema del tranvía"

La utilidad de los comités de ética en la política

Después de un atropello sanitario a un anciano en un hospital de cuyo nombre no queremos acordarnos, acudimos al comité de ética antes de acabar en los juzgados que resolvieron el atropello del paciente al que todas las instancias administrativas obviaron, incluido el comité de ética que se llamó andana.

Este es un ejemplo vivido en primera persona, pero debemos aclarar para qué sirven los comités de ética. Pueden tener aplicación hasta en una peña de tute.

Empecemos por definir el dilema con otro ejemplo gráfico.

En un programa de radio se abordaba el dilema del tráfico en Lisboa, capital erigida sobre montes. El locutor le planteaba al entrevistado cómo asumían los lisboetas la movilidad entre peatones, bicicletas, transporte público, vehículos o el boom del patinete eléctrico.

Eso es el dilema: ¿damos preferencia al peatón, al patinete o al tranvía?

El "dilema del tranvía" es un supuesto ético. Nada que ver con la movilidad urbana. Se trata de un experimento de psicología aplicada, el típico botón que te ponen para que tomes una decisión, comprobar qué parte del cerebro actúa.

El supuesto experimental es un tranvía que circula con opción de pasar a una segunda vía si se activa el botón librando la vida a cinco personas atadas al carril. El sujeto, objeto de estudio, tiene la opción de desviar el tranvía a una segunda vía, solo que en vez de cinco víctimas provoca, indefectiblemente, una.

¿Qué hacer? Ese es el dilema del tranvía. Por medio está la ética.

Aquí entran en juego las emociones, el cerebro primigenio bien localizado en el mapa mental-cerebral como lo está el razonamiento en el área prefrontal.

Entre otros, el filósofo Peter Unger expone distintas variantes del dilema. Pone en jaque cuestiones morales y éticas, no tanto la cantidad de personas que dependan de pulsar o no el botón que descarrila o desvía el tranvía.

Es en esencia para lo que sirve un comité de ética. En política, si tienes a una compañera de partido gobernando, pero los que saben de sus debilidades se la quieren bajar, insaculando primarias extemporáneas, el último recurso es el comité de ética del partido, que resuelva la ética –la del partido–.

Unger no da opciones, siempre tiene a una víctima en medio. Esa es la ética de partido: sacrificar a la persona que fue elegida, no para librar a cinco que estén expuestos en una de las vías, sino para poner los dientes largos a los enemigos íntimos, en su caso agitar la "movilidad urbana" tan decaída en intención de voto. Esto no es psicología, es darwinismo político.

Siempre se aprende algo, aunque la ética, y la moral estén por definir.

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