La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Xuan Pedrayes Obaya

El paisaje cachopo

La museización del campo asturiano

Porque, en suma, el paisaje es una invención siempre nueva de la realidad.

Augustin Berque

Asturies es muy "bonita". Sí, nos lo dicen mucho. Casi nos molesta. La orografía, con su rugosidad "unánime" y la proximidad con la mar generan un relieve singular donde se acomoda el paisaje, esa idea tan resbaladiza. Pero ¿qué entendemos por paisaje? La RAE da tres acepciones: dos de ellas estéticas. La tercera lo define como "parte de un territorio que puede ser observado desde un determinado lugar". Es decir, tiene que ver, también, con la mirada. Pero el mirar es muy heterogéneo.

El paisaje asturiano está plenamente humanizado, fruto de un proceso continuo comenzado en el Neolítico. Si observamos las fotografías de hace 100 años, vemos como el 80 % del país ha sido modificado rotundamente: nos resulta difícil reconocer los lugares que transitamos diariamente.

Los paisanos, inmersos en el territorio, no conocen el concepto de paisaje, que es una idea básicamente estética, urbana y reciente. Saben lo que cuesta "amansar los bravos". En su territorio, La Aldea, ven trabajo y esfuerzo, una compleja máquina de supervivencia que tiene sus propias reglas.

El paisaje cachopo es el que quieren ver muchos turistas cuando nos visitan. Una Arcadia que nunca existió, ni siquiera en La Aldea de Palacio Valdés o ahora en los anuncios de Central Lechera. Su contemplación está más cerca de la prisa que de la meditación. Pero no solo ellos tienen una mirada distraída, les ocurre también a muchos asturianos urbanitas, ecologistas por horas, que desconocen la propia realidad de Asturies. La museización de lo premoderno es una de las ansias de la clase ociosa. Redefinida por Dean MacCannell, es un arquetipo humano que se expande, como en su día lo hicieron el guerrero, el monje o el obrero. El ocioso define hoy a las sociedades occidentales. Pero el inmovilismo, el tiempo detenido que define la holganza va en dirección contraria a la producción de paisajes. Los museos huelen a muerto. Como escribió el francés Augustin Berque, el paisaje está inventado por la realidad de forma reiterada. Es un sistema dinámico, como el clima; es la imagen de la sociedad que lo produce.

Donde los aldeanos ven castañeos enfermos, repoblaciones forestales nefastas, peligro de incendio inminente, abandono de prados y tierras, eucaliptales productivos y decadencia, los ociosos, propios y ajenos, ven belleza, encanto, autenticidad, ecología… eso sí, que no tenga moscas, cencerros ni malolientes pilas de cuchu: paisaje cachopo, en definitiva. Una mistificación similar a la percibida con esos filetes empanados rellenos, que ahora dicen son seña de identidad de nuestra gastronomía. Su mirada se hace desde la lejanía de lo ajeno (que lo paguen otros).

Lo bucólico triunfa. En el paisaje cachopo hay más lobos que pastores, más belleza que economía, más leña que fuego. El paisaje ha devorado al país.

La evolución reciente del paisaje ha sido notable. Hemos invertido en bomberos en lugar de gestión forestal; los incendios de este verano son muestra de ello. Cientos de kilómetros cuadrados de prados han desaparecido en veinte años, mientras el arbolado en Asturies se ha multiplicado por 10 en el último siglo: la terciarización ha cachopizado el territorio. También han aparecido nuevos elementos antrópicos que podrían haber mejorado las rentas aldeanas y no lo han hecho. Primero, las torres de telecomunicaciones del Gran Hermano, luego, masivamente, los eólicos; que no son malos en si mismos, pero si ha sido inmoral su despótica implantación que ha desdeñado a los vecinos de las aldeas inmediatas, abandonados hipócritamente a su suerte por las administraciones públicas. Las oligarquías energéticas renovables se han adueñado de los montes del Occidente como antaño lo hicieron los codiciosos monasterios medievales; crucificándolos los han convertido en un Gólgota unánime, sin Jesucristo y con muchos fariseos.

Nuestra generación tiene la obligación de inventar su paisaje producido por la realidad actual. Y este no debe ser únicamente el paisaje de la contemplación y la identidad, pueden caber muchas cosas. Por ejemplo, el establecimiento de usos industriales en las aldeas, que ha sido prohibido en los últimos cuarenta años, ahondando en su ruina. La burocracia del Principado ha sido nefasta.

Todos somos ahora más turistas, aumentando nuestra lejanía de la realidad. Esta actividad/percepción ocupa más tiempo en nuestras vidas, pero no podemos caer en sus trampas y dejarnos abducir por su retórica. El consumo masivo de paisajes tiene unos riesgos que debemos de conocer. El país tiene que imponerse. Construyamos el paisaje contemporáneo según nuestros intereses, sin más Gólgotas.

Compartir el artículo

stats