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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Irse de Madrid, pero ¿adónde?

Se extiende el deseo de abandonar una ciudad amada y odiada a partes iguales

La primera vez que vi Madrid era en blanco y negro. Corría el año 73. Un grupo de asilvestrados bachilleres de El Entrego fuimos a pisar los lugares con los que nos hacía soñar la incipiente televisión. La Cibeles, El Paseo de la Castellana, la imponente Torre de Madrid… Queríamos comprobar que los decorados de nuestros sueños no eran de cartón piedra. Tocarlos, pisarlos, bailar sobre ellos hasta que unos atónitos guardias nos desalojaron de la escalinata de las Cortes.

Siempre soñé con venir a Madrid. Supongo que porque aquí habían venido Lorca, Dalí, Buñuel, Hemingway, Ava Gardner, Bódalo, Berlanga, Charlton Heston, los héroes de la Residencia de Estudiantes, de Hollywood y del Estudio 1. Era entonces el destino de los elegidos. Un sueño reservado para los genios, para los triunfadores, para las estrellas. Todo lo importante ocurría en Madrid: los desfiles militares, las exhibiciones del 1 de mayo en el Bernabéu, las reuniones de la Academia y hasta el atentado de Carrero.

Casi cincuenta años después, me tropiezo con este titular: "Hoy, todas las madrugadas, millones de madrileños sueñan con dejar de serlo". Al parecer, el fenómeno de la gran renuncia amenaza con un éxodo masivo. La crisis, la pandemia y ahora la incertidumbre han cambiado nuestra forma de entender el éxito. "Madrid se ha convertido en la metonimia de todos lo que va mal", escribe el periodista Héctor García Barnés, autor del escalofriante "Futurofobia". "La prisa, la fatiga, el trabajo, el capitalismo, la devaluación de los servicios públicos o la crispación política ocurren en todas partes, pero en la capital más y de manera más gravosa".

El autor considera que “"a gente está despechada con Madrid, a la que le damos mucho, pero a cambio ella no nos devuelve todo". ¿Nos estamos desenamorando de Madrid? Aquella ciudad que nos emocionaba hasta con los versos más tristes. El "Madrid, la ciudad de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)", de Dámaso Alonso. El "¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena!", de Machado. El Madrid "extraña mezcla de Navalcarnero y Kansas City, poblada de subsecretarios", de Cela. El Madrid que sufrieron Larra y Jovellanos. El Madrid escenario lejano donde se decidió nuestra historia.

Irse de Madrid. Pero ¿a dónde? No se habla de otra cosa. Un buen amigo, llegando a la edad de buscar un lugar para la etapa final, me pregunta si no tengo un plan para irme. El volverá a su Pamplona natal. Me sorprende que hace décadas que no me lo planteo. Cuando llegué con la maleta de madera, sí, me pasaba lo que a Galdós, que estuvo "algún tiempo atortolado, sin saber qué dirección tomar, bastante desanimado y triste". Me pesaban tantos días azules, añoraba la mar, la paz de la provincia y hasta el provincianismo. Pero ya no. Ahora esos cielos son el techo que me resguarda.

De nuevo otro amigo me asalta con lo mismo. ¿No piensas volver a Asturias? Como si aquí se viniera huyendo, de paso, para marcharse. No. Sólo pensar en aquellos interminables inviernos, en la soledad de los mortales domingos por la tarde, en todos los que ya no están… Ya no es el lugar que una vez dejé. Tal vez al sur, le concedí. por no delatar demasiado apego a Madrid. Ni se te ocurra, me advirtió. La gente se refugia en el Norte, por el cambio climático. Descartado.

Tal vez estamos culpando a Madrid de algo que no tiene la culpa. No descarto que la guerra política esté dañando a la ciudad. Que tras las acusaciones del dumping fiscal se esconda el resentimiento de los que se quedaron. El propio Javier Marías hablaba de que "la fama de Madrid como sitio impracticable, sucio, chapucero, urbanísticamente criminal y con un centro a mitad de camino entre una favela y Beirut en guerra, es universal". Me anima que, pese a semejante reputación, el escritor nunca se movió de un lugar tan castizo e incómodo como la Plaza de la Villa.

Vivimos el viejo espíritu del "Madrid Me Mata". El nombre que Oscar Mariné dio a su revista en 1984 expresa mejor que ningún otro ese sentimiento de amor odio a la ciudad. Madrid mata y, a la vez, ata. No es tan fácil salir de este agujero negro. Nos hemos diluido tanto en la ciudad que compartimos su propio destino. Muchos han empeñado la vida en venirse a Madrid para, una vez aquí, pensar en marcharse. El problema es a dónde. Es como si hubiéramos llegado a una estación terminal, donde más allá no hay nada, En este tiempo globalizado no es tan fácil escapar de un lugar a otro. Lo más probable es que cuando lleguemos a ese lugar idealizado, nos volvamos a tropezar con lo mismo, con nosotros mismos. Y eso sí que es un problema.

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