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Vicente Montes

El PP: elegir entre la “vendetta” o el futuro

Sumidos en su cuarta crisis interna, los populares se enfrentan a una herida abierta en canal a meses de las elecciones y sin candidato ni solución pacífica clara

¿Existe una ley implacable por la que el "comando suicida del PP asturiano" (como lo denominaba un ya ausente dirigente regional popular) actúe periódicamente? Debemos empezar a pensar que sí. Cuatro crisis suma ya el Partido Popular en Asturias: 1998 (dos años después de la gran victoria de Aznar, en la única ocasión en la que el PP gobernó en Asturias); 2011 (mayoría absoluta de Rajoy); 2019 (antes de las elecciones del descalabro del PP) y ahora en 2022, con un viento político favorable para los populares. Las dos primeras terminaron con escisiones políticas; las dos segundas, con rencores irreconciliables.

El rumbo de la actual batalla interna es aún impredecible. La aparente paz sellada entre Mallada y Feijóo, al anunciar la primera que no se presentaría al próximo congreso, es demasiado inestable. Quienes cuestionaban a Mallada están ávidos de escarnio y venganza, y consideran que no se ha cumplido lo deseado: una dimisión total. Por tanto, ahora la estrategia es sencilla: mantener un clima de tensión que propicie la imposición de una gestora. Ahora bien, ¿sería esa la mejor solución para el PP asturiano, para restañar heridas y tratar de salvar los muebles dada la imagen pública de estos días, a ocho meses de las elecciones?

Es tan de sentido común que quizás por eso no está en los manuales de gestión de crisis: jamás debes demoler tu propia vivienda si no tienes claro cómo reformarla. Porque si lo haces, luego, a la intemperie, uno se enfrenta a la gran pregunta: ¿Y ahora qué? Es la misma que se hacen los dirigentes populares, salvo aquellos que aún centran su atención en lograr el mayor daño en el enemigo ya derrotado. Y otra cuestión que solo alguien obcecado mantendría: la solución para lograr unidad tras un conflicto no puede venir coronando a actores que han estado en la refriega por alguno de los bandos o por próximos a los que han participado avivando el fuego.

Echemos la vista atrás. En mayo, Mallada ya tenía claro y asumía en privado que no sería candidata autonómica, pero no admitía soltar las riendas del partido o al menos sin pelearlas en un congreso. Y eso era así porque el problema real no era su candidatura, sino ya su mera presencia en el partido. Las relaciones entre ella y el alcalde de Oviedo, el independiente Alfredo Canteli, y cargos orgánicos relevantes, como la diputada Paloma Gázquez o la senadora y que fue su antecesora, Mercedes Fernández, echaban chispas. Se trata de una cuestión estrictamente personal.

También se acrecentaron las diferencias con su número dos, el secretario general, Álvaro Queipo, a quien dirigentes de Génova emplearon como interlocutor para ir asentando el terreno para el "postmalladismo", estableciendo alianzas, lo que contribuyó a alimentar entre la presidenta y su entorno la sensación de traición. Así se entiende la comida entre Queipo y Álvarez-Cascos el pasado agosto, revelada por LA NUEVA ESPAÑA, y que era conocida previamente en Génova, pero desconocida por Mallada.

El relevo que, una vez decidido, debió ejecutarse de forma ordenada y taxativa, acabó convirtiéndose en un problema fundamentado en cuánto era el voluntarismo de Mallada para aceptarlo. Y la cuestión terminó durante meses residiendo en que la presidenta del PP no terminaba de acatar que debía irse. De hecho, cuando anunció en julio que estaba dispuesta a presentarse como candidata al congreso regional, en Génova eso se interpretó como un desafío.

Cuando Pablo Casado fue defenestrado ya no existía "casadismo". Hasta los últimos fieles lo habían abandonado. No ocurre lo mismo aquí: Mallada ha exhibido, guste o no, que tiene acólitos. "Son los que la rodean ahora en el partido", dicen algunos para despreciarlos. Hombre, ¿quiénes van a ser si no? Serán los suyos, pero están.

Pero el problema estaba en que la hoja de ruta diseñada por algunos dirigentes nacionales no pasaba aparentemente por un congreso de unidad sin ella, sino por una sustitución por quienes ella y los suyos consideraban que actuaban a sus espaldas. Con esa dicotomía era difícil un acuerdo. Tal y como está el PP asturiano, un congreso de unidad solo es posible integrando al "malladismo" en la ecuación. Y si no, tendrá que ser un congreso de unidad por exclusión de la disidencia.

Ante cualquier acontecimiento, es importante centrarse en lo que conocemos, pero también fijarse en aquello que no conocemos y, peor aún, nunca sabremos. Sea cual sea la resolución del grave conflicto que atraviesa el Partido Popular de Asturias, hay dos cosas que nunca sabremos y que están, precisamente, en el corazón mismo del lío.

La tesis de fondo para que ahora estemos donde estamos es que Teresa Mallada no es una candidata ganadora para aprovechar el supuesto empuje de la era Feijóo. Nunca sabremos si eso sería así. Y era absurdo plantear una batalla sobre eso por parte de la propia Teresa Mallada, porque ella misma sabe bien que los candidatos los designa la dirección nacional: en cualquier caso, siempre tiene la última palabra. Esto puede parecer bien, mal o peor, pero es lo que establecen los estatutos del partido. Son las reglas del juego.

En cuestión de candidaturas, en el PP, no nos engañemos, no es elegido candidato quien tiene mayor tirón electoral o más poder territorial en el partido, sino aquella persona a quien la dirección nacional considera adecuada, por lo que sea. Eso es un dato subjetivo previo, porque el examen inapelable son las urnas. Y no siempre eso es lo determinante, porque en todos los partidos (sí, también en el PP), se han mantenido candidatos que el sentir ciudadano o la propia prueba de las elecciones ya habían demostrado que no eran grandes imanes electorales.

La segunda cuestión que nunca sabremos es si Teresa Mallada tiene o no el apoyo mayoritario de la militancia del PP asturiano. La única manera de conocerlo habría sido un congreso. Ahora, cuando este se produzca, no contará con ella.

No hay cosa más absurda que hacerse trampas en el solitario. Las reglas del juego del PP son sus estatutos. Y tomándolos como guía hay algunas cosas evidentes. El PP asturiano celebró su último congreso regional en marzo de 2017. Los estatutos establecen que el siguiente ha de celebrarse cuatro años después del último. Es decir, en marzo de 2021. Los estatutos también establecen la posibilidad de que la junta directiva nacional retrase extraordinariamente ese plazo un año más, si hay coincidencia de procesos electorales o por cuestiones de interés general del partido. Ese margen extra también se ha agotado. Y quien debe convocar el congreso de Asturias es la junta directiva regional: estatutariamente no hay que pedir permiso a Génova, aunque se haga por mera disciplina o evitar males mayores.

Así las cosas, con la norma en la mano, el PP asturiano debería haber tenido ya su congreso. Precisamente esa batalla fue la que libraba Isabel Díaz Ayuso con Pablo Casado, y ya saben cómo acabó. Pero Mallada no es Ayuso y el PP nacional ha tenido bastantes azarosas cuestiones recientes, de modo que, como mínimo, hay que reconocer que la defenestrada presidenta del PP asturiano ha sido paciente.

¿Ganaría Mallada si se celebrase un congreso? No lo sabemos. Los estatutos establecen un sistema por el cual cualquier afiliado puede presentarse a presidir el partido y que marcan la fórmula de elección, mediante el voto de afiliados y compromisarios. En 2017, Mercedes Fernández se impuso por goleada en unas primarias contra Carmen Rodríguez Maniega y demostró tener el respaldo amplísimo de su partido. Con todo, Casado no la quiso como candidata e impuso a Teresa Mallada. De aquellos polvos, estos lodos. Y después de que Casado forzase la dimisión de Mercedes Fernández a cambio de un puesto en el Senado, ni siquiera le concedió a Mallada la legitimidad de presidir el PP respaldada con un congreso regional extraordinario.

Por tanto, dos cosas hay evidentes. La dirección nacional del PP no quería a Mallada como candidata para 2023 y eso era algo que ella conocía desde abril de este año. Que ella quisiese volver a serlo o le gustase más o menos, era intrascendente, porque la decisión la tiene Génova. Plantearle además que buscase su propio sustituto tenía un punto maligno. ¿Alguien le pidió a Mercedes Fernández que encontrase su relevo?

La segunda cuestión era apartar a Mallada de la presidencia del partido. El modelo presidencialista del PP permite eso y muchas cosas sin que conste en la letra pequeña de los estatutos. Pero incluso en 2019 Mallada fue candidata y luego diputada durante meses, con Mercedes Fernández como presidenta del partido. Por tanto, toda la suma de torpezas y enrocamientos que ha llevado a esta situación solo puede deberse a una deficiente gestión del conflicto.

Dicho todo esto, lo grave es que ni el problema está resuelto ni aparece candidato. Es decir, se aplica la misma solución que con Casado, pero sin un Feijóo detrás que irrumpa por aclamación. Tampoco está claro qué pretende Génova. La solución ideal para la dirección nacional sería la hoja de ruta trazada hace meses: apartar a Mallada, dejar el partido en manos de su segundo, Álvaro Queipo, y buscar un candidato electoral de tirón, bien el propio Queipo u otro (ahí tendrían especial peso decisorio la Alcaldía de Oviedo o el entorno de Mercedes Fernández). La única forma de imponer ya algo similar sería forzando una gestora que interviniese el partido, elegir candidato, y dejar para muy largo plazo un congreso.

¿Qué ocurrirá? Depende de cuánto pesen dos cosas, una en cada platillo de la balanza de los populares. Por un lado, el afán de subyugar al "malladismo" (que tendrá clara tendencia menguante); por el otro la visión de futuro del partido. Una formación política que aspira a gobernar no puede exhibir espectáculos así a meses de las elecciones. De eso también toman nota los socialistas en Gijón.

Un PP sumido en batallas personales, odios viscerales, vetos y conspiraciones no parece una opción muy ganadora. Nadie tiene la menor duda de que la gran perdedora de esta situación es Teresa Mallada. A la postre, está fuera de los focos futuros del partido: da igual que su paso haya sido a un lado, atrás o haya ejecutado una coreografía de la yenka. La pregunta que deberían hacerse los populares ya no debería ser si Mallada tiene que dimitir o si puede o no tener escaño. Tampoco cuánto puede cada grupo, grupúsculo o individuo vetar a otros. La pregunta debería ser: "¿Cómo vamos a arreglar esto?" Si tiene arreglo, claro. El tic-tac preelectoral no cesa.

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