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José María Ruilópez

¡Qué animales!

Sobre el trato a las reses en las ferias ganaderas

Escritor

Hace poco se promulgó una ley para la protección de animales domésticos: la forma de tratarlos, darles cariño, atención sanitaria, cuidado del oído, sentido tan delicado en algunos perros, atención a los problemas digestivos de los gatos, que tragan pelo al lavarse con la lengua cubierta de papilas y les forma una bola en el estómago, sin olvidar cambiar el agua a las tortuguitas, tan monas, de acuario doméstico, y nada de eutanasia caprichosa, sólo en casos muy concretos y por consejo veterinario.

Sería abrumador enumerar las leyes que amparan este tipo de relación hombre animal. Desde aquí quiero llegar a la feria de ganado vacuno del Rosario celebrada en el concejo asturiano de Teverga el pasado domingo 2 de este mes de octubre. Una concentración de unas setecientas vacas, y dos centenares de propietarios, los que antes, y supongo que también ahora, llamaban tratantes, que llevaban el dinero en efectivo envuelto en una hoja de periódico atrasado para hacer las transacciones.

Un gran espacio situado en la zona de La Madrada, limitando con La Plaza, en dicho concejo, que sirve para semejante evento ganadero. Unos corrales de fuertes balaustradas de hierro hacen de recinto a una parte de los animales. Otros andan por el rellano a su aire. La cosa es que al ser la feria más importante de la región, a la que acuden tratantes de provincias colindantes, la mayoría de las reses llegan al recinto el día anterior, se pasan la noche a la intemperie, y a primera hora del día siguiente llegan los tratantes y el público en general, unos a negociar, otros de mirones, como es el caso del que suscribe.

Lo curioso del asunto es que todos los tratantes llevan un palo de metro y medio de largo y de entre dos y tres centímetros de diámetro, que es como el carnet que identifica a los negociantes. Que en ocasiones lo usan para descansar, metiéndolo bajo la axila (también llamado sobaco) y reposar parte del peso del cuerpo sobre el palo. Hace un tiempo, estos palos, llamados guiadas, llevaban un pincho de hierro incrustado en un extremo con el que aguijoneaban a los animales para dirigirlos o agruparlos. Prototipo que se prohibió hace unos años. Eso no quiere decir que los animales se hayan librado de llevar unos buenos estacazos de vez en cuando. Porque esa manada de vacas tantas horas inmovilizadas, casi sin comer y apiñadas, que las obliga a disponer de un pequeño espacio para el movimiento provocan unas reyertas gigantescas: se montan unas encima de las otras, luchan por una parcela de suelo a base de empujarse y hacerse tentativas de embestidas, corren por el reducido lugar unos metros unas detrás de las otras, las más débiles, se escudan en las mayores, los terneros andan medio atemorizados por el trasiego que ven a su alrededor y se arriman a sus progenitoras como infantes ante un terremoto.

La masa de animales y comerciantes era tal en esta ocasión, que en algunos momentos costaba desplazarse por el espacio ferial. Y las embestidas eran tan frecuentes que los tratantes soltaban tales estacazos que algunas debían de ir a dormir con las costillas calientes, porque parece ser que era la única forma de controlarlas, y llamaba la atención cómo los ganaderos se enfrentaban a ellas a base de darles leña como para el zorro, que se suele decir, con las astas muy cerca de las piernas de los hombres.

Esa ley que citaba, cuando habla del trato a los animales no incluye a esta especie que es reproductora, da leche o se sacrifica como carne comestible para los humanos. Porque si la incluyera (pienso que sí), los veterinarios, a la sazón los encargados de certificar y revisar las documentaciones, harían algo al respecto. No creo que su misión sea cuidar del trato "humano" de los animales. Aun reconociendo, que manejar esta masa de reses estresadas por las horas fuera de su ritmo habitual estabulado, el transporte en camiones o caminando por la carretera en tropel entre vehículos con los que se cruzan, no debe ser tarea fácil. Y el conjunto de los hechos forma parte de una tradición mercantil ancestral donde los tipos y paisajes, que también podríamos titular este artículo así, son lo de lo más variopinto, singular y llamativo. Una representación inagotable de ruralismo estético de rostros en los que se dibuja su tipo de vivencias, su actividad laboral, la climatología adversa puliendo años tras años sus facciones, y la dureza de un negocio que luego se traduce en comercio en las carnicerías con el género sobre pulcros mostradores al frente de los que están expertos profesionales que manejan el cuchillo y el machete con verdadera habilidad, que luego acaban en los cachopos, tan deseados por estómagos aptos para digestiones pesadas. Y todo empieza en una ternera corriendo por una explanada con las costillas medio molidas de garrotazos. Hablan de la vida de perros para referirse a una existencia dura y complicada. Pero ¿qué me dicen de la vida de las vacas?

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