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José Luis Salinas

Trampas hasta en el solitario

Engañar genera buenas sensaciones, pero no culpa

Hans Niemann se dedica a jugar al ajedrez y, supuestamente, a hacerlo intentando engañar a su adversario de forma deshonesta. Con trampas. El caso lo destapó uno de sus contrincantes, Magnus Carlsen, que le acusó abiertamente de haberle ganado una partida fraudulentamente. Ahora vamos con los métodos que utiliza, porque merecen un párrafo aparte. Después de esa acusación de la que Niemann se defendió a través del silencio, se abrió toda una investigación en la que se descubrió que el estadounidense con nombre de compositor de bandas sonoras había hecho trampas en más de un centenar de partidas.

Él mismo admitió haber ganado partidas de forma fraudulentas. Cuando era joven dijo. Ahora tiene 19 años. Insultante. Lo hizo en partidas en las que había dinero de por medio y que le valieron para colocarse entre el top mundial de los jugadores de ajedrez. Escaso premio para que ahora todo el mundo lo conozca como un tramposo. El caso es que Carlsen le acusó de haber trampeado la partida que jugaron mediante el uso de inteligencia artificial. Más en concreto, gracias a unas bolas anales con vibraciones que, supuestamente, mediante lenguaje en morse le iban dando consejos sobre los movimientos que debía hacer para torcerle al rey a su oponente. Ganó.

Hasta el rey de lo moderno, Elon Musk, entró en escena y lo hizo donde lo hace siempre, en "Twitter", su pequeño cortijo por el que va a pagar una millonada, aunque eso es otra historia. Tuiteo lo siguiente (tomen nota): "El talento alcanza un objetivo que nadie más puede alcanzar, el genio alcanza un objetivo que nadie puede ver (porque está en tu trasero)". Intentó sin mucho éxito hacer un chiste.

Toda esta enorme fanfarria lleva a la pregunta de para qué hacemos trampas. Fíjense si es relevante el asunto que hasta nos hacemos trampas al solitario. Nos engañamos a nosotros mismo. Y no es un dicho. Muchos se las hacen (permítanme que no me incluya en el saco porque no he jugado al solitario en la vida), aunque no se las crean. Probablemente usted. La teoría general, aunque no lo tomen como dogma de fe, es que cuando nos hacemos trampas a nosotros mismos, cuando no tenemos un oponente al que poder engañar, ayuda a reparar los estados de ánimo (permite hacer más suave el tránsito de la tristeza a la alegría); permite aliviar el maldito estrés y soluciona otro abanico de problemas psicológicos más difusos.

Los diferentes estudios sobre el tema se han centrado en si hay cargo de conciencia una vez hecha la trampa. Ya saben que el cerebro constantemente busca gratificaciones lo más inmediatas posibles. Hay muchísimos estudios psicológicos que hablen de las sensaciones que deja lo de hacer trampas. La mayoría de los que hay están encorsetados al ámbito educativo y a intentar entender la razón por la que los estudiantes hacen trampas durante los exámenes. Vamos, para qué copian. Como si no estuviera lo suficientemente claro. Para aprobar. Fin del estudio.

Fuera ya de las aulas, hay un estudio muy curioso de dos psicólogos del departamento de psicología aplicada de la Universidad China de Mianyang (Chun Feng y Chuanjun Liu). Sostienen estos dos investigadores que solemos hacer más trampas cuando estamos aburridos, como un mero divertimento.

Ahora la inteligencia artificial y todos los avances tecnológicos están facilitando la vida a los tramposos. Ahora tienen muchos más recodos por los que colarse y por los que perpetrar el engaño.

Es bien conocido también otro experimento en el que unos psicólogos sometían a un grupo de personas a una prueba para comprobar su honestidad. El trabajo que tenían que hacer era tan sencillo como resolver un simple puzle. Pero dejaban la puerta abierta a poder hacerlo con trampas. Era sencillísimo tomar un atajo para resolverlo sin demasiado esfuerzo. Hubo un 40% de los participantes que no fueron honestos, que probaron las mieles de la trampa. Y lo del sabor dulzón que deja este comportamiento no está utilizado de manera azarosa. Una vez acabado el experimento los psicólogos les preguntaron a los participantes por sus sentimientos. ¿Cómo se sienten? Querían ver si la culpa emergía entre aquellos que habían elegido los atajos.

A aquellos que hacen trampas se les ha encasillado con un tipo de personalidad narcisista y maquiavélica. Pero no todos son así. También hay personas normales. A modo de gesto de honradez, Niemann se ha ofrecido a jugar al ajedrez desnudo. Fin del problema.

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