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José Antonio Llosa

Los profesores también aprendemos de los estudiantes

La satisfacción y la certeza de que existen maravillosos profesionales en la enseñanza

Hace no mucho, y en estas mismas líneas en LA NUEVA ESPAÑA, se dedicaron al menos dos necrológicas al profesor Domingo Caballero del que fui un devoto alumno en la Universidad de Oviedo. Sin duda, le considero uno de mis mentores, junto al profesor Esteban Agulló Tomás. Si bien con Esteban mantengo un trabajo continuado y una admiración igual de sostenida, posiblemente no encontré la ocasión de trasladarle a Caballero lo impactante que había sido su visión de la psicosociología para mí. La espina me acompañará, porque sus ideas pusieron las mías patas arriba. Los dos textos dedicados a Caballero me dieron que pensar, ya que recogían calurosas y cercanas palabras de su gente más próxima y querida, que tristemente ya no tendrá ocasión de leer. Arrebatado por la melancolía llegué también a la reflexión de que sería de justicia reconocer más frecuentemente la valía de aquellos que lo merecen durante su desarrollo académico y personal, y no esperar al final de sus días.

Ahora soy profesor universitario. Uno joven. Pero de las primeras cosas que he aprendido es que no sólo hay ocasión de admirar y aprender de aquellos que son tus maestros, sino también de quienes son tus alumnos. En los últimos días más que profesor universitario, me presento como uno orgulloso y algo henchido, porque he de reconocer mi admiración a la que fue alumna, ya graduada, Eva Rodríguez Rodríguez. Eva acaba de graduarse en Educación Social en la Facultad Padre Ossó, donde soy profesor, y lo ha hecho, no sólo culminando con el premio extraordinario de grado en su promoción, sino también con un trabajo de fin de estudios que, como broche a un desarrollo académico excelente, es reconocido por el Colegio Profesional de Educadoras Sociales del Principado de Asturias (COPESPA) como el mejor presentado durante el curso 2021-22.

Lo he comentado con mis compañeros, el caso de Eva es digno de admirar, y no sólo porque su trayectoria académica haya sido envidiable, sino por su calidad humana. Pensar en la Educación Social invita a hacerlo en personas implicadas, responsables sobre su entorno, y que cuidan de sus compañeras entendiendo que lo que genera la calidad de vida que tanto ansiamos y en tantas ocasiones nos esquiva es cuidar de los contextos de los que formamos parte. Aportar para hacerlos mejores. El trabajo de fin de estudios escrito por Eva pretendía justo esto. Al iniciar su redacción se sentó frente a mí para explicarme que quería hacer un trabajo sobre la trata de mujeres, la sensibilización tan necesaria e insuficiente ahora mismo, y que, además, quería incluir en el texto la palabra "putero" como término técnico.

Después de discutir mucho con ella sobre si este era un concepto técnico adecuado o no, como casi siempre fue difícil refutar sus argumentos. Hoy la literatura académica cuenta con una nueva referencia, la suya, premiada y reconocida, para llamar a las cosas por su nombre. No me lo podrán negar, es digno de admirar. Su arrojo, que en el ejemplo no pasa de anécdota, define la excelencia que muy frecuentemente habita en los estudiantes universitarios actuales. De nuestras clases no sólo se llevan un conjunto de saberes e ideas que definimos y reflexionamos de la mejor manera que sabemos, sino que a quienes impartimos nos dejan la valiosa certeza de que ahí fuera habrá quien se tope con profesionales, como ella, apasionados y cabales en lo que hacen.

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