Opinión | Obituario

Rosa María Cid López / Estela García-Tessier Fernández

Julio Mangas Manjarrés, historiador del mundo antiguo

El prestigioso especialista, fallecido el jueves, llegó a Oviedo como joven catedrático en 1973 y aquí creó una auténtica escuela

En la madrugada de este jueves, 21 de octubre, Julio Mangas Manjarrés, conocido y prestigioso historiador de la antigüedad fallecía en una clínica de Salamanca. A punto de cumplir 82 años, aún imaginaba proyectos para su nueva vida en Alaejos, Valladolid, su pueblo de la infancia al que había regresado.

El nombre de Julio Mangas es conocido por el valor de su obra, prolífica y densa, pero también por su empeño en hacer de la Historia Antigua una especialidad destacada en los ámbitos universitarios españoles. En esta tarea se empeñó muy pronto y a ella dedicó su vida académica. Fue un profesor que combinó a la perfección las tareas de investigación y docencia. Así lo evidencian sus numerosas publicaciones, algunas con planteamientos muy novedosos para su época y en las que nunca faltaban agudas observaciones. Como docente sabía implicarte en su pasión por las gentes y los hechos de la antigüedad, con su aire de hombre despistado y el supuesto caos que parecía envolver sus clases. Y siempre pensaba en proyectos de encuentros académicos, organización de archivos o publicaciones para facilitar el trabajo de los investigadores. Mantuvo contactos con prestigiosos profesores e intelectuales de centros europeos, incluidos los integrados en la Europa del Este de hace décadas. Tales relaciones resultaron fundamentales para hacer avanzar los estudios de la antigüedad en la Universidad española, ya que nos ayudaban a hacer y comprender la Historia de otra manera. Como magnífico representante de su generación, entre muchos otros, fue un hombre de la España de la transición, a quien le tocó la tarea de modernizar la universidad española, que en los setenta despertaba de un largo letargo.

De su empeño en la defensa de la Historia como disciplina que podía renovar los estudios de la Universidad del momento destaca la elaboración de los manuales y obras generales, editados por Akal, Cátedra o Labor, imprescindibles lecturas para los estudiantes del momento que debían conocer otra forma de hacer historia.

Julio Mangas se había licenciado en Filología Clásica, cursando sus estudios en la Universidad de Salamanca de los años sesenta. Sus conocimientos de los textos griegos y latinos resultaron siempre fundamentales y marcaron a su generación de historiadores de la antigüedad, que provenían fundamentalmente de los estudios clásicos. Pero, más allá de su formación, su interés por la historia se puso muy pronto de manifiesto, como evidencia la temática de su tesis, "Esclavos y libertos en la España imperial", publicada en 1971. El título ya indicaba líneas de investigación rupturistas en la España del momento, pues esto era lo que preocupaba a quienes se interesaban sobre todo por una historia social, próxima a postulados marxistas, como se hacía en numerosos centros europeos.

Poco tiempo después de convertirse en doctor, accedió a una de las dos primeras cátedras de Historia Antigua en España, lo que marcaba la implantación de esta especialidad en la Universidad española. En 1973, como joven catedrático llegó a Oviedo y aquí permaneció hasta el curso 1983-84. No fueron muchos años, pero su actividad resultó muy intensa y aquí creó una auténtica Escuela. Entre sus temas de investigación introdujo los estudios sobre religiones antiguas que ya nunca abandonó y en lo que formó a muchos discípulos.

Su dinamismo se mostró especialmente en los conocidos Coloquios de Oviedo, de los años setenta y primeros años de los ochenta, a los que acudían casi todos los historiadores de la antigüedad de los centros españoles y algunos también de otros europeos; las discusiones no tenían fin y, como era propio de la época, la etiqueta de marxistas marcaba a muchos de sus participantes.

Como dinámico profesor se implicó en las actividades culturales, e incluso políticas de la ciudad. Sus recuerdos de Oviedo siempre decía que excelentes y se ligan también a hitos de su vida familiar. Aquí nacieron sus hijos Hector y Arturo, y su hija Adriana, prematuramente fallecida hace poco más de diez meses. Me consta que con los tres fue un padre cariñoso y estaba muy orgulloso de sus éxitos, que discretamente te comentaba.

En el año 1984, dio el salto a la Universidad Complutense de Madrid, a dónde acudían entonces los considerados profesores prestigiosos. Su marcha nos dejó un poco huérfanos, pero el contacto nunca se interrumpió. En su nuevo destino, siguió trabajando de manera incansable en la promoción de los estudios de Historia Antigua. Se introdujo en temas jurídicos en la articulación de la ciudad y muy recientemente en el valor de la sal en las sociedades antiguas, una cuestión sobre la que le encantaba hablar.

Como buen historiador de la Antigüedad, y con formación filológica, era muy consciente del valor de las fuentes y de la importancia de su buena catalogación. En este sentido destacó su creación del Archivo Epigráfico y las Fontes Histpaniae Antiquae. Su interés por la historia antigua nunca desapareció y siguió trabajando, transcurrido un tiempo desde su jubilación, y manteniendo su presencia en encuentros académicos.

Siempre le gustaba saber qué estaban haciendo sus discípulos, y su curiosidad intelectual la mantuvo viva hasta casi el final de sus días.

Sin duda, Julio era un hombre de fuerte personalidad, lo que le supuso ciertas incomprensiones e inevitables rivalidades académicas. En cualquier caso, junto a una brillante carrera académica el dinámico profesor y maestro de generaciones, deja un buen puñado de colegas que lo añorarán, de jóvenes que aprendieron de su magisterio y de amigos que le apreciaban y respetaban.

En su trato personal destacaba su capacidad de seducción para convencerte e implicarte en sus proyectos. Como director de tesis solía orientarte siempre en términos muy amables, pero sus notas críticas, sobre papel y con lapicero, a los textos que le presentabas podían ser, en el fondo, demoledores.

Era una persona terriblemente tranquila, que nunca vi enfadada, y muy reservada, pero al mismo tiempo de extraordinaria cordialidad; comprobabas que de verdad le importaban tu familia y tus problemas, por los que te preguntaba, y no de manera retórica.

Por todo ello, quienes le conocimos sentiremos su ausencia y echaremos de menos sus largas conversaciones, su pasión por el hallazgo de una nueva inscripción, una relectura de autores clásicos como hizo en "Séneca o el poder de la cultura" o una visita de su mano al yacimiento de Mérida. Fue un absoluto privilegio haber sido alumnas y discípulas suyas como muchos otros; aunque él siempre decía que nos habíamos convertido en sus colegas y sabíamos mucho más que él. Hasta siempre, querido maestro, y como le hubiera gustado que se dijera, "Sit tibi terra levis".

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