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LNE FRANCISO GARCIA

Ración de quesos

Subido al estrado de la Asamblea Nacional, el general De Gaulle se quejó en cierta ocasión de lo “ingobernable” que resulta un país que produce 365 variedades de queso. O sea, que un francés podría estar un año comiendo queso cada día de un tipo diferente, sin repetirse. Algo parecido ocurre en Asturias, esa república independiente de valles donde se elaboran 329 distintos quesos, de 42 variedades artesanales.

Los franceses llevan siglos dándolas con queso al resto del planeta. Saben vender lo suyo y denigrar en idéntico grado lo de los demás. Por su altanería y arrogancia, los hijos del país vecino han sido como un grano en el trasero para el resto del continente, como una almorrana. A nadie extrañe por tanto que en el norte del país se denomine “el supositorio del diablo” al Boulette d´Avesnes por su forma cónica, color rojo y sabor picante, un queso que marida con cervezas amargas.

El certamen del gamonéu, celebrado el domingo en Benia de Onís, certificó que la variedad del puerto se pagará esta temporada a 50 euros el kilo, en ligera subida por el incremento de los costes de producción, del que se quejan los pastores. Cuentan que un visitante foráneo preguntó en el mercado dominical que cómo podía ser tan caro un queso “que tiene gusanos”, trasladando a esta variedad una falsa creencia que hizo antaño carrera con el cabrales. El que quiera bichos en el queso, que se vaya a Cerdeña, donde se elabora uno de oveja, el Casu Marzu, que fermenta por larvas de mosca piophila casei.

Si los franceses se jactan de que “La Vaca que ríe” acaba de cumplir cien años, en Asturias podemos vanagloriarnos de patentar “la vaca que llora”. Se llama Carmina, habita en vega de Poja y no es una vaca cualquiera, tolón tolón.

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