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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Más vale un mal acuerdo

Sobre la incapacidad de Sánchez y Feijóo para pactar el Poder Judicial

Ilustración: Pablo García

Cuando éramos niños en El Entrego, teníamos una idea muy vaga de la justicia. Vivíamos en una dictadura y la justicia sin libertad, ya se sabe, no tiene mucho sentido. No tengo noción de haber visto un juzgado hasta mucho después. Debía de haberlo en Pola de Laviana, que por algo era sede del partido judicial, pero nos pillaba un poco a trasmano.

No prestábamos demasiada atención a la Formación del Espíritu Nacional, donde es de suponer que nos hablarían del asunto. Todo lo que sabíamos de la justicia lo habíamos aprendido en la Iglesia –la justicia divina– o en el "Estudio 1", en obras como "Fuenteovejuna" –"Morir, o dar la muerte a los tiranos, pues somos muchos, y ellos poca gente"– o como "Doce hombres sin piedad" –"No me importa si estoy solo, es mi derecho"–.

El cine americano nos enseñó mucho sobre la justicia. Cada dos por tres, usábamos en nuestro juegos frases como "tendrás que hablar con mis abogados", "te llevaré a los tribunales", o "te pondré una demanda que te fundirá". Inocentes.

Crecimos y descubrimos que cualquier español al que se le haya ocurrido presentar una demanda, no le habrán quedado ganas de repetir. Yo mismo me he visto envuelto en dos procesos –cosas menores, obras mal hechas, mala praxis médica…– y les aseguro que no repetiré. Descubrimos que la justicia no es lo que uno considera justo, que la justicia normalmente no deja satisfecho a nadie, que los jueces son humanos y se equivocan, que la justicia es desesperantemente lenta y, sobre todo, que más vale un mal acuerdo que un buen pleito.

No creo que en el Metro o en el autobús se hable del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Es más, debo informarle a la ministra que, desde que existen los móviles, en el transporte público ya no se habla. La mayoría de los españoles no sabremos los intríngulis de lo que ocurre con el dichoso CGPJ, pero sí sabemos que nuestros dirigentes han optado por el pleito eterno, en lugar del mal acuerdo. Sabemos que son incapaces de ponerse de acuerdo, no sólo sobre la justicia, sino sobre todo lo fundamental: la sanidad, la educación. Es más, la última ruptura, la de la pasada semana, acaba con toda esperanza de pacto de Estado en esta legislatura.

Sabemos que están incumpliendo el espíritu de nuestra Constitución, basada en la necesidad del pacto entre los principales partidos, sea quien sea su cabeza visible. Así lo acordaron nuestros constitucionalistas en el convencimiento de que los futuros líderes iban a participar, como ellos lo hicieron, de ese mismo espíritu. No es de extrañar, cuando hasta se sientan en el Consejo de Ministros los enemigos de la Transición, quienes reniegan de aquel espíritu que Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell pusieron por escrito en una servilleta de la cafetería José Luis.

Vemos con entusiasmo la película "Argentina 1985", aplaudimos cómo la justicia logró condenar a los sádicos milicos de la Junta, entre testimonios sobrecogedores y un insoportable ruido de sables. Nos hace recordar cómo la justicia española logró castigar a los responsables del golpe del 23-F, incluso con un Ejército dispuesto a impedir el cambio de rumbo de nuestra historia.

La justicia ha pasado por muy malos momentos. Incluso hoy no goza de buena fama: no paramos de oír que no funciona, que está politizada, que está en manos de los poderosos. Vuelve a atravesar una grave crisis no por culpa de jueces, magistrados o fiscales, sino por culpa de dos líderes políticos incapaces de anteponer los intereses partidistas, mantenerse en el poder o llegar al poder por encima de cualquier otra meta.

No. No es la justicia la que no funciona. Son los políticos los que no solucionan.

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