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Inmaculada González-Carbajal García

El yoísmo

Las personas que creen que el mundo gira alrededor suyo

El yoísmo es una militancia permanente en el yo y una forma de existir orientada a situarse siempre en el centro de cualquier escenario. Quienes siguen esta especie de religión moderna, parten de una conciencia errónea: creer que el mundo gira alrededor suyo.

El yoísta es esa persona que se cree tan importante que sólo habla de sí misma, aunque no venga a cuento; normalmente, habla bastante rápido y lanza su discurso como si disparase con una metralleta. Suelen ser estridentes y ruidosos; no pasan desapercibidos en ningún contexto, ya sea un encuentro de amigos, una comida o una reunión de trabajo; siempre hablan en exceso y muestran, sin apuro, la necesidad de llevar la voz cantante, porque, inconscientemente, plantean las relaciones como una competencia en la que siempre han de estar por encima.

Son personas que tienen mucho ruido en su cabeza y poca o nula capacidad para la escucha. Para empezar, no se escuchan a sí mismas, porque si lo hicieran, podrían darse cuenta de que no hay quien las aguante, y cuando se van y seguimos nuestro camino, hacemos una respiración profunda y sentimos un gran alivio, como quien se quita de encima un gran peso. El yoísta necesita la atención de los otros, y en los grados más graves, no busca la aprobación de los demás, porque eso sería mostrar una cierta debilidad; sencillamente, quiere exponer todo lo que hace, todo lo que tiene, lo que es…, en fin, deslumbrar y apabullar, si llega el caso.

En los yoístas, el ego está aliado con una variante de la estupidez que bloquea la capacidad de darse cuenta de todo lo que hay más allá de uno mismo, y por supuesto, tener conciencia del carácter efímero de la vida, algo elemental y consustancial a la existencia. En el fondo, son personas que no tienen los pies en la tierra, les falta anclaje en la realidad; por eso, carecen de humildad y, con frecuencia, pueden hacer el ridículo sin tan siquiera darse cuenta de ello, porque están tan ocupados en sí mismos que no prestan atención a los otros, por lo que no perciben ni lo que pueden estar pensado sobre ellos ni se paran a observar a quién tienen delante.

No son personas que mantengan amistades saludables, porque es difícil mantener un diálogo con ellas y abandonan fácilmente la relación cuando el otro ya no tiene interés para sus objetivos. La persona yoísta es interesada y egoísta, porque se tiene tanto «amor» a sí misma, que no tiene espacio para nadie y se comporta como si no conociera otras personas verbales más que la primera: «Primero yo, luego yo, después yo y más tarde yo».

Por supuesto, no son personas que asuman sus errores; es algo que no tiene cabida en el ego que maneja sus vidas. La culpa siempre será de los otros o, simplemente, eludirán aceptar las consecuencias.

En los últimos años, los yoístas han aumentado considerablemente en un contexto social que propicia, de muchas maneras, este tipo de personalidades, desde la familia, el colegio, los nuevos códigos sociales y sus medios de difusión de la imagen, etc. Todo confluye a alimentar un ego desmedido como sustituto de un Dios ante el cual el hombre siempre era muy pequeño. Frente a la humildad proclamada por todas las religiones, tenemos a la soberbia ensalzada como nunca y que cuenta con multitud de seguidores. Y como tampoco nos sentimos vulnerables, porque nadie piensa en la muerte ni se habla de ella, pues todo converge a sustentar este tipo de personalidades que encuentras en cualquier sector. Y no digo que haya que ser religioso –eso es una cuestión muy personal–, pero si pensamos simplemente en que estamos aquí de paso y por un tiempo limitado, sería suficiente para no darnos tanta importancia. La cuestión es que, cada vez más, encontramos este tipo de personas en cualquier ámbito y, por supuesto, en lugares de responsabilidad en los que se toman decisiones que nos afectan a todos. El problema está en que los yoístas no se distinguen precisamente por su grado de empatía, y mucho menos por su interés por el bien común, pues no han sido educadas para ello; más bien, lo que les interesa es el poder y el control de los otros.

La historia de la humanidad está plagada de desatinos cometidos por personas de estas características, que por haber sido encumbradas al poder, se convirtieron en dictadores envanecidos que no admitían otra verdad que la propia, siendo capaces de sacrificar la vida de los otros antes que admitir un error, un fracaso o, simplemente, una postura contraria.

De todos modos, como el ego es quien está detrás de este culto a sí mismo, propongo algunas estrategias para no caer en el yoísmo: no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos, aceptar los errores y pedir perdón si ofendemos a alguien, y entrenarnos en el silencio para escuchar a los otros.

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