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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Teletrabajo y "nesting"

Las grandes compañías dan marcha atrás y hacen volver a los empleados a las oficinas

En El Entrego, en los años 60 del pasado siglo, no sabíamos lo que era el "nesting" ni falta que nos hacía. El anglicismo proviene del verbo "nest" (anidar en inglés), que define un nuevo tipo de vida hogareña marcada por las facilidades que nos ofrece la sociedad digital. En suma, que ya no necesitamos salir de casa para nada. El smartphone y los riders (mensajeros) nos traen a casa todo lo que necesitamos: la comida, la ropa, los libros, el cine, casi cualquier cosa que podamos imaginar. Somos autosuficientes en nuestra guarida sin menester de pisar la calle. Lo único que sabíamos de los nidos cuando vivíamos al aire libre –¡qué salvajes!– era que nos servían de entretenimiento para destruirlos a pedradas.

Los de ciudad vivían en la calle de la mañana a la noche. Los de campo, en el monte. Sin más límite e interrupción que el increíblemente poderoso grito de la madre a determinadas horas: "a comer" o "a cenar". Es cierto que el servicio a domicilio ya estaba inventado entonces. A falta de supermercados, regularmente venían a domicilio el panadero, el lechero, el pescadero, el afilador, el vendedor de periódicos, el comercial del Círculo de Lectores y una infinidad de servicios que ahorraban los desplazamientos.

El "nesting" alcanzó su esplendor con la pandemia y los sucesivos confinamientos. Por si faltaba algo para no salir de la madriguera, se generalizaron la telemedicina, el telecolegio y el teletrabajo. Pasados los peores momentos de la covid, algunas de esas prácticas pervivieron, bien por comodidad o porque descubrimos grandes ventajas. El tráfico disminuye y contaminamos menos, no se pierde tiempo en desplazamientos, ahorramos en ropa y, todo hay que decirlo, quién no disfruta de pasar un día entero en pijama.

Las empresas, siempre haciendo números, descubrieron que incluso la producción aumentaba teniendo a sus empleados en casa y no digamos lo que se ahorraba si corría por cuenta de sus trabajadores la luz, el wi-fi, el aire acondicionado o la calefacción. Incluso establecieron sistemas remotos para comprobar el tiempo que el operario estaba conectado. Creíamos que habíamos descubierto un nuevo modo de vida. Nos lo ratificaban las fotos de ejecutivos teletrabajando, portátil en mano, desde una tumbona en la playa o el idílico porche de una casa rural.

Pero, de repente, algo cambió. La alarma llegó cuando el todopoderoso "The New York Times" llamó a rebato a todos sus empleados para que se presentaran en la redacción. Parecía que ya no era tan rentable el teletrabajo o que los jefes querían atar corto a sus subordinados. Unos 1.400 periodistas se conjuraron para no volver, incluso amenazaron con la huelga. Los sindicatos argumentan que, en este tiempo de alta inflación y salarios congelados, era inasumible gastar más en gasolina, transporte, ropa y comidas fuera de casa. Ni siquiera la generosidad de la empresa regalando una lonchera –otra palabra derivada del "lunch" inglés equivalente a nuestra fiambrera– consiguió cambiar la decisión de sus trabajadores.

La pasada semana, el estrambótico Elon Musk, en su primera comunicación a los trabajadores de Twitter –los que quedaban después de un despido masivo tras su compra– ordenaba a sus empleados volver a las oficinas después de años teletrabajando. Advirtió de que no admitiría excepciones y de que, si las había, las supervisará él personalmente.

¿Será el fin del teletrabajo? Que un periódico referencia de la prensa mundial –en la que se supone que el trabajo a distancia debe ser habitual– y una empresa online, como la red social, prefieran tener a sus trabajadores a la vista es síntoma inequívoco de que el trabajador es más rentable en una oficina que en su casa. Dudo mucho que lo hayan hecho para favorecer la sociabilidad, el trabajo en equipo y las relaciones humanas. O para evitar que el aislamiento acabe por provocar graves daños sicológicos a sus operarios.

Así que ya podemos ir pensando en desalojar el nido, recuperar la fiambrera, volver a los atascos y dejar el "nesting" para los fines de semana.

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