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JC Herrero

Donde dije digo…

Análisis morfológico del delito de sedición

El poder de la palabra no tiene parangón, no es que esté por encima de la ley es que ésta se sustenta en aquélla, de ahí el análisis morfológico. Si te manifiestas tumultuariamente al margen de lo establecido y te inventas una república independiente te pueden juzgar por sedicioso:

–"¡Mire, no empezamos bien!".

Le interrumpe el juez del Tribunal Supremo a un testigo del juicio del "procés" por contestar en la lengua de la que es profesor de instituto, no en la oficial del juicio.

El código penal aclara qué es sedición. Un divorcio entre poderes trata que la sedición quede en sedicente, es decir, te declaras presidente de tu república al margen de lo establecido, pules el "tumultuariamente" y te vas de rositas.

Este recurso del ejecutivo es una epifanía en toda regla.

Su consecuencia teleológica modifica el desenlace judicial del "procés", concomitancia que avoca –con uve– a renovar el Consejo General del Poder Judicial por ir el ejecutivo también de sedicente, no es que se separe de los otros poderes es que les pide una orden de alejamiento.

Para argumentar el indulto de sedición el sedicente recurre a la triada: "justicia", "gracia" e "indulgencia", lo aliña con "equidad", "clemencia" e "interés público", ingredientes lingüísticos propios de alquimia político-farmacológica.

Salvo la costumbre toda ley es escriturada, de ahí la importancia de lo escrito.

Como no convence el actual código penal para seducir la sedición lo cambiamos, incluso al delito de rebeldía se le concede amnistía por "bien de interés público" del sedicente ejecutivo, como si fuese una oenegé.

Los sacerdotes judíos reprocharon a Pilatos dejar el epitafio "Yo soy el rey de los judíos" obligando a retirar el concomitante "Yo", siendo el argumento más contundente de "Lo escrito, escrito está". Esto el sedicente ejecutivo lo ignora.

Es posible que a Cristo le hayan juzgado más por sedicente que por sedición.

Sedición, secesión, sedicentes son apofonías y raíces del léxico cargado de alófonos, de ahí que el presidente del juicio del "procés" llamara al orden al sedicente testigo con aquel: "¡Mire, no empezamos bien!", respete.

Los gobiernos, incluso los más democráticos, venden su alma al diablo antes de afrontar recuentos de votos. Ocurrió con Trump y ahora Bolsonaro.

Convierten sus epifanías en apofonías, es decir, interpretan los resultados electorales por oclusiva, fricativa y aproximativa antes de reconocer que van a perder y pasan de lo sedicente al delito de sedición estricto sensu.

El poder ejecutivo, y su omnímoda palabra trae consigo, no la separación de poderes sino un divorcio en toda regla, dejando al Consejo General del Poder Judicial descompuesto y sin novio, todo por el sedicente ejecutivo que busca desesperado seducir manejando los morfemas legales a su antojo.

Como diría su señoría: "¡Mire. No empezamos bien!".

Pero, con el debido respeto, la cosa no es como empieza es como acaba: donde dice sedición digo seducción. Modifíquese.

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