La Nueva España

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Ahora toca flagelarnos con Qatar

Confesiones previas: no entendería mi vida sin deporte; he practicado (en parte aún lo hago) una decena de ellos y aunque jamás haya obtenido el menor éxito en ninguno les debo algunos de los mejores momentos de mi existencia, que ahora mejoran mi calidad de vida en forma de recuerdos. Como ciudadano jamás me he sentido poseído por el llamado espíritu olímpico, aunque ni en privado ni en público haya escatimado mi admiración hacia sus víctimas, esos miles o millones de practicantes de la alta competición que con fe plena entregan su vida a la sagrada causa del citius, altius, fortius. No entiendo el deporte sin puro juego, humor, mal perder o buen perder según pinten el día y la circunstancia, compasión al vencido, un pelín de violencia en los de contacto, desprecio hacia la importancia. Dicho lo cual y a lo que iba: no creo que las Olimpiadas de Qatar sean más hipócritas que otras.

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