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Carmen Martínez Fortún

Demasiado horrible

Las meteduras de pata de la izquierda

Un consenso claro se alza en todo este caos del sí es sí. La ministra no tenía mala intención. Consenso no menor que ilumina cómo se ha interiorizado y extendido, salvo excepciones, la superioridad moral de la izquierda, que cuando mete la pata es más corta y menos dolorosa y culpable que la de la derecha. Porque ¡Ay de Ayuso si hubiera sido ella! Desde los confines de la izquierda más abrupta hasta la derecha con difuso complejo de culpa la estarían acusando de querer dejar en la calle a los violadores a sabiendas. Que todos hemos visto cómo la han llamado asesina solo a ella por las carencias sanitarias que se dan en toda España.

Mas no es de Ayuso de quien quiero escribir hoy, sino de las reacciones ilustres y representativas de personajes tan ídem que provocan escalofríos en todos los demócratas, menos en la izquierda más loca, que es la protagonista, aunque no siempre, como veremos. Pues aún caliente el recuerdo de Echenique llamando machotes a quienes pretendían corregir a mujeres prestigiosas y el de Iglesias motejando de machista frustrado a Campo, el de las excusas técnicas, nos llega el último episodio de este salvaje culebrón, donde Rosell escruta con mirada a lo Lee Van Cleef en El bueno, el feo y el malo a los periodistas, conminándoles a no informar sobre los abusadores beneficiados por la chapucera ley e insultando a los abogados que tienen la perversa costumbre de querer favorecer a sus clientes. Y después reaparece Iglesias, con la cara y los gritos de Nerón contra Petronio, llamando miserable, cobarde y estúpida a Díaz.

Llámenme rara, sin embargo, si les digo que para mí lo más representativo de la degeneración de nuestra democracia ha sido ver a Robles, antes de toda la tomatina. Toda una jueza a la que creíamos moderada y formada, traicionándose y preparando el camino para reducir las penas por malversación, sentando cátedra con el mantra de que si un corrupto no se embucheta las perras él sino que las utiliza para beneficiar a su partido, hay que perdonárselo. Horrible todo, querido lector. Demasiado horrible.

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