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Fernando Miranda

Teletrabajando

Los españoles son los europeos que más cantidad de horas echan en el puesto de trabajo

Aunque no nos haga más efectivos –puede que todo lo contrario– los españoles somos los europeos que más cantidad de horas echamos en nuestro puesto de trabajo. En una reflexión sobre el teletrabajo, escucho al prestigioso sociólogo Rodolfo Gutiérrez, profesor emérito de la Universidad de Oviedo, hacerse eco de una expresión popular en publicaciones americanas: "si tu trabajo se puede transformar totalmente en teletrabajo, tiembla por él". Es decir: no pasar por la oficina de vez en cuando, implica riesgos.

Cualquier departamento de Recursos Humanos tiene claro que el empleado fiable en su desempeño laboral lo es también en la empresa, en casa o lejos de ambas. El factor humano y el sentido de la responsabilidad, mientras no se demuestre lo contrario, quedan de momento a salvo en la agenda digital. Yo, sin embargo, a esto del teletrabajo le veo un primer problema: es poco democrático. Hay mucha gente que, por razones obvias, no puede acogerse a él y, por demás, que no está dispuesta a prescindir de esa vidilla del contacto cotidiano con compañeros, jefes o clientes que a algunos les sirve de válvula de escape de la vida "hogareña". Abundando en esto, hay quien dice que a una reunión "online" le falta intensidad, que es pobre en información. Estamos habituados a vivir tridimensionalmente y los encuentros electrónicos carecen –aún– de la piel necesaria.

Menos mal que el trabajo digital es una opción voluntaria para los que se agrupan en este segundo caso, pero suena bien eso de reconocer la fuerza del vínculo entre las personas como una red de apoyo que, a lo mejor, es un lujo perder en estos tiempos de crisis donde la salud mental suele andar a trompicones. Claro que también podría argumentarse todo lo contrario: algunos estarían deseosos por perder de vista a su jefe o a determinados compañeros durante el mayor tiempo que fuera posible. Depende del color del cristal, ya se sabe...

Parece improbable, en cualquier caso, aspirar al equilibrio de la vida laboral telemática en una casa con niños, donde la pareja pertenece a dos compañías con actividades distintas. Entonces, es cuando surge la pregunta: ¿están realmente preparadas nuestras viviendas, las empresas y nosotros mismos para esta modalidad productiva? Nadie duda de que vivimos un época de profundos cambios con la irrupción de una nueva cultura organizativa. Un nuevo modelo en el que, en principio, sería difícil de entender dos mundos antagónicos: el del que puede y el que no puede trabajar desde casa. Pero hay que admitir que este hecho impuesto por la tecnología –y acelerado por la pandemia– cambiará más pronto que tarde las relaciones laborales y en algunos casos, quién sabe, ayudará a dar opciones de futuro y esperanza a los lugares más aislados del mundo rural.

La flamante ley del teletrabajo nació con la intención de ser decisiva pero ya se sabe que entre el dicho y el hecho hay un gran trecho, un vacío que queda para la negociación y el diálogo social. En el texto legislativo habrá que encajar sutilezas tales como la separación de la vida profesional y la personal, el ausentismo, el control de la producción o el rendimiento. Y todo ello sin que nadie pierda derechos, claro está...

Tiempo de trabajo, un tiempo de vida. La tendencia imperante es poner el bienestar en el centro de nuestra existencia sin limitar el ocio ni tampoco la competitividad. Cautela, pues, y progresividad. En España las micro pymes acogen el setenta por ciento del empleo y no parece que sea el escenario idóneo para desarrollar una transformación que tiene a la digitalización como epicentro.

Trabajar en remoto contribuye a la flexibilidad, a la conciliación y al ahorro. Es el propio mercado el que nos pide que liberemos espacio con otra vida distinta a la de calentar el asiento en la empresa. Por consiguiente, es deseable una transición dulce que alterne presencialidad y teletrabajo. Solo con prisas, acabaremos como nuestros mayores jubilados: demandando un sistema más humano en el que las nuevas tecnologías se adapten a ellos, excluidos de una sociedad tan innovadora que se ha olvidado en muchos casos de que existen.

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