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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Qatar 2022, con la nariz tapada

Enriquecimiento de unos pocos, blanqueamiento de una dictadura y hasta fútbol

Ayer vimos el partido de la selección española con cierto cargo de conciencia. ¿Nos estábamos convirtiendo en cómplices de un estado que no respeta los derechos humanos? Nos vino a la mente, aunque fuera por un segundo, que el fastuoso Al Thumama Stadium había sido construido por unos obreros asiáticos en condiciones de semiesclavitud. De hecho, según el diario «The Guardian», 6.500 murieron en accidentes laborales durante la construcción de las instalaciones del Mundial.

No llegamos al extremo del cínico presidente de la FIFA, Gianni Infantino, máximo responsable de que el Mundial se celebre en el país árabe, quien el día antes de comenzar la competición hizo una proclama que sonó a tomadura de pelo. «Hoy me siento catarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacitado, hoy me siento un trabajador emigrante». Incluso tuvo que añadir que se sentía mujer cuando los periodistas le recordaron que se había olvidado del sometimiento en el que viven las mujeres en el país anfitrión.

Infantino no se quedó ahí. Aprovechó para denunciar la «doble moral» de Occidente, a quien calificó de «hipócrita» por dar «lecciones de moral». «Si comparamos esto con lo que pasaba en Europa hace unos años, era algo así, así que sinceramente me cuesta entender todas estas críticas. (...) Por lo que los europeos hicimos por el mundo en los últimos 3.000 años, deberíamos estar pidiendo perdón otros 3.000 años antes de empezar a dar lecciones morales a la gente».

Por si esta homilía de una hora no fuera suficiente, el domingo tuvimos que comernos el sapo de una ceremonia inaugural indignante para cualquier persona con una mínima sensibilidad. Sólo una mujer, con velo, eso sí, tuvo protagonismo en el espectáculo. El príncipe heredero saudí, acusado de urdir el asesinato y descuartizamiento del periodista Jamal Khasshoggi en Estambul, ocupaba lugar principal en el palco, en el que por supuesto solo había hombres.

Lo de Infantino ha sido demagógico y populista, pero se dice que en el fútbol la mejor defensa es un ataque y algo de razón no le falta. No se alzaron tantas voces cuando la dictadura China celebró este mismo año los Juegos de Invierno o cuando magnates de países asiáticos se hicieron con equipos de fútbol españoles como el Valencia o el Granada.

En busca de consuelo nos preguntamos si estamos blanqueando el régimen catarí o estamos contribuyendo a que todas sus miserias salgan a la luz. Lo cierto es que no aprendimos nada de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, celebrados a mayor gloria de Hitler. Ni del Mundial de Argentina en 1978 a mayor gloria de la dictadura Videla, por más que sirviera para conocer a las desesperadas Madres de Mayo.

De este Mundial, el régimen catarí saldrá beneficiado y el fútbol, como deporte, gravemente perjudicado. Desde 2010, año en que se concedió a Qatar la organización del evento, hasta hoy hemos tenido tiempo para denunciarlo. Pero la emoción del balón no deja ver la realidad de un deporte corrompido por el dinero. Hemos asistido impasibles a la entrada de grandes capitales, ya sean chinos, saudíes o rusos, en muchos de los equipos de la Premier, en el PSG francés de Messi, e incluso al patrocinio del Real Madrid por parte de la aerolínea Emirates.

Hasta nos hemos olvidado que hace solo cuatro años se celebró el anterior Mundial a mayor gloria de Putin, hoy el mayor enemigo de Occidente. No sólo eso. Sino que, además, nuestra propia Federación, cómplice de los disparates de la FIFA, llevará el show del fútbol español a otra de las dictaduras del Golfo, Arabia Saudí, sólo un mes después del escándalo de Qatar.

Ayer por la tarde volvimos a taparnos la nariz y encender el televisor para ver las impactantes imágenes –gracias al negocio de Roures, uno de nuestros empresarios más progresistas– del gran espectáculo del fútbol. Ya saben, ese deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once y en el que siempre gana el dinero, parafraseando al gran Gary Lineker.

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