Cuando le preguntaban a Gregorio Marañón –el único español que ha pertenecido, como miembro numerario, a cinco Academias: Española, Historia, Bellas Artes, Ciencias y Medicina– de dónde sacaba el tiempo para hacer tantas cosas, se calificaba a sí mismo, como "un trapero del tiempo".

El triunfo contundente, en Qatar, de la cuadrilla arrolladora diseñada por un ocurrente Luis Enrique (LE), que no hace caso a nadie, ante una aturdida banda de amigos, es la prueba inequívoca de que cuando España se siente unida ocurre algo importante: los traperos de ahora han transformado el fútbol en un marcador de conductas, al margen de las ideologías.

En el escapismo de la modernidad líquida –como denomina Raúl del Pozo a la sustitución de la verdad, por la verdad alternativa– en que todo es fluido, volátil, perecedero; el fútbol estampilla hábitos de ciudadanos escarmentados, que no saben cómo apear a políticos carmesí.

Con pavoneo moral, código de nuestro tiempo, recalcitrantes y odiadores arremeten contra lo que consideran caprichos banales, sin valorar que la apoteosis del toque y los goles, como bombas de racimo, convierten el espectáculo en lo más parecido a ser una nación. ¿Es acaso lo que nos va quedando?

Y todo ello coincide con otro instante convulso, uno más, en el que –debates parlamentarios, redes sociales, columnas de periódicos, mediante– hechos que han dejado de ser sagrados (ley, sedición, malversación, violación) se tienden al sol, dando paso a monosílabos insustanciales –"sí es sí", "no es no"–, achicoria de lo esencial.

Y así, van surgiendo, sin freno, leyes de circunstancias (de caso único, para el amigo); impuestos punitivos a los ricos; sostenes inverosímiles, como al circo en euskera; cancelaciones, "¡circulen!", de la GC de tráfico en Navarra.

"La ministra del Interior de Alemania se desmarcó y se lo puso, mientras los jugadores germanos se limitaban a taparse la boca, en protesta por no poder usar la argolla arcoíris"

Ubicada en el Golfo Pérsico, con una población de tres millones, deficitaria en mujeres y nuda propietaria de un océano de petróleo y gas natural, Qatar fue protectorado británico hasta 1971.

El Mundial, tan trabajado y baldeado, empezó con Morgan Freeman –recostado con su mano izquierda paralizada– y puede terminar con el equipo anfitrión en la lona.

Altavoz y escaparate desde el que reivindicar las causas más variadas, no se ha librado del incidente diario. De saque, el jefe de la FIFA cayó, a destiempo, en el vicio de criticar la "doble moral" e "hipocresía" de Occidente al tiempo que defendía una monarquía absoluta, donde no se respetan los derechos humanos.

La escrupulina de Infantino sonaba a estómago agradecido –"gatta ci cova"– complaciente con sus benefactores, que prohibieron la cerveza y los brazaletes contra el odio, amenazando con tarjeta amarilla a los capitanes que osasen llevar la bandera LGTBI.

Traperos de toque y goles Pablo García

La ministra del Interior de Alemania se desmarcó y se lo puso, mientras los jugadores germanos se limitaban a taparse la boca, en protesta por no poder usar la argolla arcoíris.

Desde los ingleses, rodilla en tierra, a los jugadores iraníes, tapando el escudo con una chaqueta negra y negándose a cantar el himno de la República Islámica (que apoya a Putin, con drones e inteligencia, enriquece uranio y oprime a mujeres).

La tensión crispada y el ambiente irrespirable suelen ser preludio de animosidad que incluye mentiras, propagación de bulos, descalificaciones personales, insultos y depravación del lenguaje.

Cuando los filósofos advierten de un mal presagio: la "disolución de contenidos", el ecosistema circundante se acaba convirtiendo en un mundo idiota.

"Los muy rojos entraron en el Mundial con determinación, ese rasgo que tantas veces se le había demandado"

Aunque se impone la distinción quirúrgica entre fútbol y política, el patriotismo es una de las estrategias ancestrales del poder para unir a la nación y conducirla hacia donde el mando, siempre ocasional, quiere. Y el Mundial que se celebra cada cuatro años, forma parte de ese juego.

Pero no se puede comparar un breve campeonato con lo que rodea la rifa anual de los Presupuestos Generales del Estado, aprobados con holgura por la que Ignacio Varela –con acierto– denomina "sociedad de socorros mutuos".

En los territorios más agraciados, 24 horas diarias, siete días a la semana de exaltación y adoctrinamiento nacionalista –hemos quitado el "juguete" de la sedición (es decir, la ley) a los "jueces fascistas"–, en medio de un silencio estruendoso, conforman un equipaje de viaje compacto, que no precisa de hinchadas artificiales como las que se estilan en las gradas cataríes.

Como contraste, un fútbol jovial, recreativo, con ese continuo "toco y me muevo" –en realidad, la esencia del fútbol– y esos controles –cómo parar la pelota– que definen una forma de estar en el campo y en la vida.

Los muy rojos entraron en el Mundial con determinación, ese rasgo que tantas veces se le había demandado. A la media hora de juego el encuentro estaba resuelto –con mérito y autoridad– y una pregunta flotaba: ¿por qué juega el yerno, si no es titular en su equipo? Por la misma razón que Asensio –de niño bonito en el Madrid al anaquel de los cesibles– ahora redimido por el "streamer" gijonés, esa máquina imparable de llamar la atención.

Menos mal que ambos acertaron con puntería, metiendo tres goles al apesadumbrado arquero tico, que halló consuelo en los abrazos de su excompañero Carvajal.

"El jeque Al Thani, provisto de unas cómodas sandalias para el calor, recibió al Rey, que aprovechó el viaje para facilitar la vida a empresarios interesados en aumentar su presencia en ese país de riqueza inmarcesible"

La imagen del asombrado rey de España en el palco, sin ningún ministro de jornada a su lado, no pasó inadvertida en un momento en el que el clamor por la vulneración de derechos civiles en Qatar se extiende por el mundo entero.

A la hora del partido, en un intento por acallar posibles críticas, el portavoz del partido socialista en el Congreso se colocaba el brazalete arcoíris, añadiendo apoteosis al acontecimiento.

Después de los siete goles, el jefe del Estado bajó al vestuario a felicitar al equipo, "lo mejor, más allá del resultado, es veros jugar que ha sido una auténtica gozada", y se fue con la camiseta de Gavi –autor de una volea maravillosa, una obra de arte– bajo el brazo.

El jeque Al Thani, provisto de unas cómodas sandalias para el calor, recibió al Rey, que aprovechó el viaje para facilitar la vida a empresarios interesados en aumentar su presencia en ese país de riqueza inmarcesible.

A partir de ahí, se puso en marcha la máquina infernal, en torno a si hizo bien o no en acudir al emirato. La respuesta en este caso es sencilla: desde la razón de Estado, por interés nacional.

"Mientras Ucrania afronta, sin luz, agua, ni alimentos… y frío invernal, una embestida tras otra, el mundo deglute el fútbol –metáfora de la vida– con pizzas y botellines y se absuelve echando mano de ese eslogan insolidario"

Entretanto, ajeno a la reyerta en Twitter, el mítico Lucio, en silla de ruedas, haciendo gala de una vitalidad envidiable, dio el botón del encendido navideño capitalino.

Allí, la eficaz todoterreno de la Selección –tras haber compartido el banquillo con el seleccionador nacional y sus ayudantes– se subía, por fin, a unos zapatos de tacón. Qué tiempos estos, tan distintos de aquellos.

Mientras Ucrania afronta, sin luz, agua, ni alimentos… y frío invernal, una embestida tras otra, el mundo deglute el fútbol –metáfora de la vida– con pizzas y botellines y se absuelve echando mano de ese eslogan insolidario: "Lo que a mí no me pasa, es que no pasa".

El vapuleo a un rival, que no apeló a la socorrida violencia, ha disparado la autoestima de una selección federal que integra –en algo más de una hora– lo que todo el Gobierno de progreso en una legislatura, en tanto el "hombre de paz", al hilo de la última tajada, también se jacta de que "no sería posible gobernar el Estado sin el sostén de las fuerzas de izquierda que quieren marcharse de España".

En un ejercicio de eficacia suprema, que puede convertir a futbolistas, que estrenan la mayoría de edad, en jugadores de época, la España competitiva presentó credenciales, asustando y fascinando.

Ahora toca esperar a la puesta de largo frente a Alemania, evitando que se nos suba el vino.