Futuro Europa

Contra todo pronóstico, la minería

La dependencia de Europa de otros países en los minerales claves para la descarbonización

Susana Solís

Susana Solís

Para una región como Asturias, hablar de la minería es hablar de un pasado económico y social, pero también de un estado anímico. Invocar al minero es ya casi un rasgo mitológico, una mirada a una realidad laboral extinta que, con el paso de las décadas, se ha aposentado en la identidad colectiva de la región. Es interesante ver cómo la hulla ha contribuido a forjar nuestra personalidad y cómo el fin de su explotación ha dejado un vacío difícil de completar.

No me malinterpreten. Esta reflexión no es una llamada a reabrir las minas como solución infalible para revitalizar un sector secundario regional. No tiene sentido en 2022, sobre todo teniendo en cuenta el traumático proceso que todavía sufren varias comarcas de la región tras haber abandonado su explotación.

Pero, contra todo pronóstico, la actividad minera ocupa cada día más reflexiones y estrategias en todo el mundo. Y aunque pueda resultar evidente para algunos, los motivos subyacentes de este auge de la minería todavía no ocupan grandes titulares ni abren telediarios. Sin embargo, es posible que en unos años sí lo hagan.

Hay pocos caminos más evidentes que el de la descarbonización de las economías a nivel global. No hay debate. La transición verde es urgente por la crisis climática, pero encararla sin conocer de forma precisa dónde estamos y qué necesitamos para completarla sería irresponsable. Ahí es donde entran las materias primas.

Si echamos cuentas, nuestra necesidad de minerales y materias primas se está disparando en los últimos años. Para impulsar la fabricación de vehículos eléctricos, para construir de forma masiva paneles solares o molinos de viento, para mejorar la red eléctrica que canalizará la entrada masiva de energía renovable en el próximo lustro.

Cortar lazos con Rusia y recortar el consumo de gas natural y petróleo es esencial. ¿Pero nos hemos parado a pensar de dónde sale todo el litio, níquel y cobalto que necesitan las baterías de los coches eléctricos? ¿O cuánto cobre y plata necesitaremos en 2050 para construir los paneles solares necesarios para descarbonizar la economía? Por no hablar del silicio, bario, indio y galio esenciales para los microchips.

Según los cálculos, la transición energética supondrá que la demanda de estas materias primas se multiplique entre dos y seis veces dependiendo de lo lejos que se llegue en la reducción de emisiones. Y hoy en día, el peso de la Unión Europea en el procesamiento de materiales esenciales para las baterías, por citar un ejemplo muy evidente, es nimio. La UE procesa el 8% de la producción de cobalto, el 1,9% de manganeso y el 10% de níquel. China, por su parte, cuenta con más de un 60% de la capacidad mundial en el procesado de todas estas materias.

De forma silenciosa, Pekín ha ido comprando minas en buena parte del mundo y ha comenzado a explotar de forma intensa sus propios recursos. Sin entrar a valorar los métodos empleados para llegar al punto en el que estamos (eso requeriría un artículo íntegro), lo cierto es que hemos arrancado un histórico proceso de descarbonización dependiendo exclusivamente de un tercer país que no va a dudar en defender sus intereses como sea. Y no hay que tener mucha imaginación para trazar paralelismos con situaciones que Europa está viviendo en estos tiempos.

Abordar este asunto de forma ligera, sin estudiar oportunidades y riesgos para nuestra biodiversidad y nuestra economía, sería un error inmenso, similar al de no plantearlo y continuar como si no pasase nada.

¿Debemos por tanto seguir la estela de países que destrozan sin miramientos su ecosistema para extraer recursos? Por supuesto que no. Respetar los más estrictos criterios medioambientales es una obligación, así como que las empresas encargadas de su explotación restauren los entornos en los que han estado trabajando; también generando industria auxiliar y reuniendo otros actores de la cadena de valor cerca de las minas. No es solo sacar mineral, sino procesarlo y convertirlo en producto final. Un valor añadido que dará nuevas oportunidades a regiones deprimidas y despobladas.

Europa debe tener autonomía y acceso garantizado a una serie de recursos de los que depende su futuro energético y económico. Si no buscamos reservas en nuestro territorio o no hacemos esfuerzos por diversificar proveedores, pasaremos de un chantaje a otro, da igual que sea Moscú o Pekín: con las cartas marcadas de esta manera, siempre perderá la partida Europa.

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