El evangelio de XJ

La adopción de "medidas decisivas", recurso de dictadores

Luis Sánchez-Merlo

Luis Sánchez-Merlo

Las Tablas de la Ley sobre las que de Xi Jinping (XJ) –el gobernante más poderoso de China desde Mao Zedong– lleva tiempo grabando sus Diez Mandamientos, evidencian: un profundo temor a la subversión, hostilidad hacia Estados Unidos, simpatía por Rusia, deseo de unificar la China continental y Taiwán y, sobre todo, confianza en la victoria final del comunismo sobre el Occidente capitalista.

Si fracasan los medios menos violentos, con los que trata de sofocar el descontento; y los que salen a la calle armados con folios en blanco, no se rinden; los temores de XJ –envueltos en enigmas y amenazas– podrían avivar la respuesta al estallido social, con la adopción de "medidas decisivas", como las que sirvieron para aplastar las protestas estudiantiles en la plaza de la Puerta de la Paz Celestial (Tiananmen, 1989)

El recurso, de nuevo, a estas medidas –tan del gusto de dictadores– para poner fin a la violencia y servir de aviso a navegantes estaría en consonancia con la previsión estratégica de Mao Zedong "empezando con un golpe, se evitarán cien golpes", cuando en 1950 tomó la histórica decisión de enviar "voluntarios" a Corea para luchar contra las fuerzas de EE. UU. comandadas por el general MacArthur.

Para XJ, China ha pasado a ocupar el centro del escenario mientras, cavila, el orden occidental se está desmoronando. El caos actual comporta un gran riesgo, pero ofrece una oportunidad: identificar a los enemigos internos y externos, aislarlos y movilizar al partido contra ellos.

Lo que XJ –en modo alguno– está dispuesto a soportar, es el nihilismo histórico que supuso el colapso soviético; en palabras de su "mejor y más íntimo amigo", Vladimir Putin, una "catástrofe geopolítica". Esta fundada aprensión le funciona como guía fundamental para sus acciones y talanquera para impedir errores, que tambalean ideas y creencias. Tampoco le resultan admisibles las "revoluciones de colores", espectro de la subversión instigada por Occidente.

Este cuerpo de doctrina desemboca en un estrambote irrefutable, profundamente hostil a las ideas occidentales: el capitalismo perecerá inevitablemente y el socialismo triunfará irreparablemente. Cuestión de tiempo.

Al malestar chino, en progresión, Occidente asiste con perplejidad, preocupación y cautela activa.

Asombro, por el fracaso de una política –covid cero– mal diseñada y peor ejecutada. Cuando la primavera pasada, las autoridades de Shanghái impusieron un cierre indefinido, sin estrategia para atender necesidades básicas de los 25 millones de habitantes de la ciudad, los voluntarios tomaron el relevo donde el gobierno lo había dejado. Las personas confinadas, descubrieron que los funcionarios carecían de plan alguno para garantizar su seguridad o su dignidad.

Asimismo, inocultable inquietud por la no descartable adopción de las temidas "medidas decisivas" , de angustioso recuerdo, y cautela activa que encierra precauciones insoslayables.

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La contienda entre las democracias occidentales y China discurrirá, cada vez más, en torno al equilibrio de la dependencia; de modo que el bando que menos dependa del otro tendrá la ventaja.

Las recientes medidas, adoptadas por Washington –límites a la exportación de equipos de fabricación de chips y de mano de obra cualificada estadounidense a China– marcan una evolución en la estrategia estadounidense y suponen un paso adelante en la dirección correcta.

Pekín importa chips por valor de cientos de miles de millones de dólares al año, lo cual presume una seria dependencia que, si se ejecuta el plan correctamente, podrían frustrar la ambición de XJ de convertir a China en el mayor fabricante de semiconductores del mundo y complicar su objetivo final de dominar las cadenas de suministro de alta tecnología de sus socios comerciales.

Ilustración

Ilustración / Pablo García

Un dominio del dólar –como moneda de reserva y de comercio mundial– para ampliar la capacidad de Washington, en vistas a controlar y castigar el blanqueo de dinero, la proliferación de armas, el soborno y otras acciones atrevidas de Pekín, podría revertir el liderazgo chino, y por ende, la creciente dependencia de Occidente en lo referente a paneles solares, baterías y otras tecnologías "verdes" chinas.

La perspicacia de Blinken –de hecho, el segundo de Biden– "no buscamos un conflicto ni una nueva guerra fría; al contrario, estamos decididos a evitar ambas cosas", busca "limitar las prácticas coercitivas de Pekín, mediante la configuración de un sistema internacional abierto e inclusivo".

Con ello, se trataría de minar la confianza de XJ, que se muestra seguro de poder alcanzar sus objetivos, mediante el recurso a la guerra y el acopio de influencia económica sobre las vituperadas democracias occidentales.

Pero aun así, todo resulta insuficiente. China ha tomado ventaja en la gobernanza mundial de Internet y en los flujos de información y datos. El control de TikTok –el medio de noticias y contenidos de vídeo de más rápido crecimiento en Estados Unidos– por una empresa china, ByteDance, viene a ser un retroceso en la protección de la democracia y la libertad de expresión.

Los algoritmos de esa divertida red social –Pekín ha restringido la transferencia de su código fuente fuera de China– podrían ser modificados para suprimir o amplificar contenidos según las preferencias del Partido Comunista Chino, lo que daría a Pekín la capacidad de influir en las opiniones de millones de ciudadanos occidentales.

Haría bien Washington –como ha hecho el gobierno de la India– prohibiendo el uso de un instrumento potencialmente poderoso para la censura y la manipulación de masas.

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El XX Congreso del PCC dejó una muestra imborrable de crueldad, aliñada con torpe coreografía. En el estrado del Gran Salón del Pueblo, Hu Jintao, su anciano predecesor, estaba sentado a su lado hasta que fue retirado –aparentemente en contra de su voluntad– lo que convirtió la purga en una deliberada humillación pública. Algo así como aquella eficaz advertencia ¡el que se mueve no sale en la foto!

El dictador –sin eufemismos– ha aprovechado la ampliación de su mandato para rodearse de leales, militares y burócratas del aparato de seguridad, en lugar de funcionarios con experiencia económica a nivel nacional.

El ascenso a VP2 de He Weidong (65 años) –quien, tras la visita a Taiwán de la indómita Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, supervisó un ensayo general de guerra– está hecho a la medida de sus obsesiones: "Espíritu de lucha", "Vientos y olas altas" y "Mares tormentosos de una gran prueba". Es decir, Taiwán.

Para XJ, que etiquetó a Karl Marx como "el mayor pensador de la historia de la humanidad", el forraje de la lucha es una constante en su manual: "Debemos luchar por el comunismo toda nuestra vida. Nuestra lucha y contienda con los países occidentales es irreconciliable, por lo que será inevitablemente larga, complicada y a veces incluso muy aguda".

Dado que, en su opinión, los países occidentales conspiran para infiltrarse, subvertir y derrocar al PCC, el partido debe acabar con las "falsas tendencias ideológicas", que comportan otras tantas amenazas: democracia constitucional; universalidad de los valores occidentales; concepto de sociedad civil; neoliberalismo económico e independencia periodística.

Para ello, resulta esencial que su máximo líder controle el ejército, el aparato de seguridad, la propaganda, los datos del gobierno, la ideología y la economía. Lo incomprensible es que tanto control no sofocara el incendio de Urumqi, que reavivó la decepción y la rabia.

Con lo que no contaban, porque no lo vieron venir, es con el alzamiento de desconocidos; blandiendo un folio en blanco, con un significado, propio e inconfundible, que no está puesto por escrito; mientras la jerga política –recelosa de ese trozo de papel– balbucea más castigo para los manifestantes y desprecio total por sus demandas, que caben en una hoja volandera: "No queremos más PCRs, ¡queremos libertad!".

Resulta paradójico que el iPhone, ejemplo del "bienestar artificial" , se haya convertido en uno de los puntos de partida del malestar de una sociedad que se ha cansado de aceptar –con resignación– el confinamiento y, a pesar del miedo a "medidas decisivas", se atreve a reivindicar libertad.

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