¿Hacia dónde camina Asturias?

La pregunta es si el Principado cuenta con el peso político suficiente para dar la batalla por albergar la sede de la Agencia de la Salud con opciones de ganar e ilusionar a los asturianos

Vista de la Universidad Laboral. | ÁNGEL GONZALEZ

Vista de la Universidad Laboral. | ÁNGEL GONZALEZ

Editorial

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Realmente, ¿hacia dónde encamina sus pasos Asturias? Salvo repetir tópicos o revisitar el pasado con la pretensión de reverdecerlo, los ciudadanos no habrán escuchado a ningún dirigente detallar con claridad el ideal de región que imagina, los pilares diferenciales que está cimentando para reconstruirla. Un presidente afirmó hace treinta años que quería convertir esta comunidad en «la tierra del oso y del acero». Y puede que hoy cualquier político responda lo mismo, turismo y siderurgia, cuando la sociedad cambió radicalmente y la economía asturiana atesora el mayor número de recetas del mundo para reinventarse, de tantos análisis y diagnósticos como acumula. La competición abierta para albergar oficinas de la Administración central constituye en este contexto una prueba sobre la capacidad de pactar estrategias y objetivos comunes. De afrontarla, que sea para exhibir unidad e influencia. Para generar decepción, mejor apartarse. 

El inicio de la descentralización de organismos estatales acaba de dejar esta semana a dos urbes felices, La Coruña y Sevilla, pero a dos docenas de ciudades más en todo el país muy decepcionadas, entre ellas Gijón, al sentirse maltratadas en su aspiración por albergar la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial y la Agencia Espacial Española. La carrera debería continuar, y en ella el Principado pretende reclamar la Agencia para la Salud Pública con la intención de instalarla en Oviedo. Pero el montón de damnificados con las primeras designaciones amenaza ahora con meter en el congelador más decisiones similares. Al menos hasta las próximas municipales y autonómicas de mayo. Subastar la Administración, convertirla en una suerte de olimpiada de la burocracia como si se tratara de competir por la sede de los próximos Juegos, entraña estos riesgos.

En una operación de esta naturaleza resulta imposible elegir mediante argumentos objetivos, por muchos criterios racionales que queden definidos de antemano. La designación acaba siendo política, igual que política fue la decisión de abrir esta puerta, pues pretendía evitar la concentración de poder administrativo en Madrid. Para pugnar por la Agencia de Inteligencia Artificial sabemos ahora, al desvelarse las entrañas de la disputa, que Asturias nunca contó en el comité de selección con posibilidades a pesar de que en beneficio de La Coruña decidieron ventajas que también exhibía el Principado.

Nada cabe objetar a los técnicos con la propuesta elaborada, aunque sí parece que esta careció de la implicación suficiente del Gobierno regional y de una táctica vencedora. Fue una apuesta con la boca pequeña. Queda en la recámara la Agencia de la Salud, llamada a desempeñar funciones de vigilancia en preparación y respuesta a futuras emergencias. Argumentos para acogerla existen. El gasto sanitario por habitante computa entre los más elevados del país y nuestra sanidad cuenta históricamente con predicamento a nivel nacional. Los resultados en la pandemia avalan su excelente trayectoria. La región ha puesto en marcha un Observatorio en la línea de las misiones atribuidas a la futura Agencia y el polo biosanitario anunciado para La Vega afianzará la investigación.

La pregunta que, no obstante, cabe plantearse ante lo visto es si el Principado cuenta con el peso político suficiente para dar la batalla con determinación e ilusionar a la población con el refuerzo en autoestima que supondría conseguir este organismo. En Galicia, todos los partidos fueron de la mano antes y después, empujaron en una misma dirección –excluyendo de mutuo acuerdo incluso a otras ciudades aspirantes– y posaron juntos en la foto del triunfo. Si el Principado entra en liza para aparentar, por compromiso, sin opciones de darse a respetar ni ejercer fuerza para pujar en igualdad de condiciones ante otras autonomías favoritas del Gobierno central, resultaría insensato jugar con las expectativas de los asturianos y ponerse gratuitamente en ridículo.

Esta región, la única en la que los jubilados ya rebasan a los activos y los trabajadores que deciden marcharse en busca de horizontes mejores siguen superando a los que llegan, necesita liderazgo y capacidad de resolución. Por muchos parches que surjan e impulsos inconsistentes, solo conseguirá romper con la atonía y lanzarse de cabeza hacia un futuro distinto generando riqueza. Mimbres y talento sobran. Sin esa expansión de la prosperidad no habrá nada que repartir, ni atractivos para sumar habitantes, ni manera de recaudar impuestos para sostener un entramado de floridos remiendos y subvenciones. Poco resuelve regarlo todo con ayudas. Por el interés general, esta cultura del socorro perpetuo debería quedar erradicada como única vía de respuesta a las dificultades.

Nada urge tanto como organizarse para facilitar transformaciones profundas en la arquitectura de Asturias y diseñar una hoja de ruta distinta que revierta la tendencia actual. Si ese paso trascendental comienza por vender bien la enorme potencialidad de los asturianos y elaborar una candidatura ganadora, con todas las consecuencias, para hacerse con la Agencia de la Salud, bienvenido sea el empeño.

El inicio de la descentralización de organismos estatales acaba de dejar esta semana a dos urbes felices, La Coruña y Sevilla, pero a dos docenas de ciudades más en todo el país muy decepcionadas, entre ellas Gijón, al sentirse maltratadas en su aspiración por albergar la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial y la Agencia Espacial Española. La carrera debería continuar, y en ella el Principado pretende reclamar la Agencia para la Salud Pública con la intención de instalarla en Oviedo. Pero el montón de damnificados con las primeras designaciones amenaza ahora con meter en el congelador más decisiones similares. Al menos hasta las próximas municipales y autonómicas de mayo. Subastar la Administración, convertirla en una suerte de olimpiada de la burocracia como si se tratara de competir por la sede de los próximos Juegos, entraña estos riesgos.

En una operación de esta naturaleza resulta imposible elegir mediante argumentos objetivos, por muchos criterios racionales que queden definidos de antemano. La designación acaba siendo política, igual que política fue la decisión de abrir esta puerta, pues pretendía evitar la concentración de poder administrativo en Madrid. Para pugnar por la Agencia de Inteligencia Artificial sabemos ahora, al desvelarse las entrañas de la disputa, que Asturias nunca contó en el comité de selección con posibilidades a pesar de que en beneficio de La Coruña decidieron ventajas que también exhibía el Principado.

Nada cabe objetar a los técnicos con la propuesta elaborada, aunque sí parece que esta careció de la implicación suficiente del Gobierno regional y de una táctica vencedora. Fue una apuesta con la boca pequeña. Queda en la recámara la Agencia de la Salud, llamada a desempeñar funciones de vigilancia en preparación y respuesta a futuras emergencias. Argumentos para acogerla existen. El gasto sanitario por habitante computa entre los más elevados del país y nuestra sanidad cuenta históricamente con predicamento a nivel nacional. Los resultados en la pandemia avalan su excelente trayectoria. La región ha puesto en marcha un Observatorio en la línea de las misiones atribuidas a la futura Agencia y el polo biosanitario anunciado para La Vega afianzará la investigación.

La pregunta que, no obstante, cabe plantearse ante lo visto es si el Principado cuenta con el peso político suficiente para dar la batalla con determinación e ilusionar a la población con el refuerzo en autoestima que supondría conseguir este organismo. En Galicia, todos los partidos fueron de la mano antes y después, empujaron en una misma dirección –excluyendo de mutuo acuerdo incluso a otras ciudades aspirantes– y posaron juntos en la foto del triunfo. Si el Principado entra en liza para aparentar, por compromiso, sin opciones de darse a respetar ni ejercer fuerza para pujar en igualdad de condiciones ante otras autonomías favoritas del Gobierno central, resultaría insensato jugar con las expectativas de los asturianos y ponerse gratuitamente en ridículo.

Esta región, la única en la que los jubilados ya rebasan a los activos y los trabajadores que deciden marcharse en busca de horizontes mejores siguen superando a los que llegan, necesita liderazgo y capacidad de resolución. Por muchos parches que surjan e impulsos inconsistentes, solo conseguirá romper con la atonía y lanzarse de cabeza hacia un futuro distinto generando riqueza. Mimbres y talento sobran. Sin esa expansión de la prosperidad no habrá nada que repartir, ni atractivos para sumar habitantes, ni manera de recaudar impuestos para sostener un entramado de floridos remiendos y subvenciones. Poco resuelve regarlo todo con ayudas. Por el interés general, esta cultura del socorro perpetuo debería quedar erradicada como única vía de respuesta a las dificultades.

Nada urge tanto como organizarse para facilitar transformaciones profundas en la arquitectura de Asturias y diseñar una hoja de ruta distinta que revierta la tendencia actual. Si ese paso trascendental comienza por vender bien la enorme potencialidad de los asturianos y elaborar una candidatura ganadora, con todas las consecuencias, para hacerse con la Agencia de la Salud, bienvenido sea el empeño.