El trasluz

Por primera vez

Juan José Millás

Juan José Millás

La gente guarda la Navidad en armarios, en cajas de cartón, debajo de las camas…, donde puede, en fin. La gente guarda la Navidad donde no se tropiece con ella hasta el siguiente año. Nada turba tanto como encontrar por la casa, en pleno mes de julio, un vestigio típico de diciembre. Este verano último apareció un día en la playa un loco disfrazado de Baltasar y la gente lo miraba atónita, no por el disfraz, que es muy común, sino porque estaba fuera de lugar. Nos asustan las cosas fuera de lugar. No se sabe de nadie que tenga en el salón de su casa un semáforo, para regular el tránsito entre esa estancia y la cocina. El lugar natural de los semáforos es la esquina de la calle como el lugar del paquete intestinal es el vientre. Punto.

Dicho esto, yo guardo la Navidad en un par de maletas viejas que cada año, por estas fechas, abro un poco con la esperanza de que haya ocurrido algo dentro. ¿Qué puede ocurrir dentro de una maleta llena de espumillón, de luces de colores, de gorros de Papá Noel, de bolas de cristal u hojas de muérdago de plástico? No sé, algo de carácter biológico, me digo. Lo del carácter biológico procede del hecho de que estas maletas tienen algo de estómago y su contenido algo de víscera. Significa que durante esos once y pico meses de reposo ha habido tiempo de sobra para que se produjera ahí dentro una digestión que llevo toda la vida intentando que se produzca en mi cabeza.

Porque la Navidad es fundamentalmente eso: un proceso digestivo, y no solo un proceso digestivo del cordero de la Nochebuena o del roscón del 6 de enero, sino del impacto que estas fiestas nos produjeron en la infancia y que continúan provocando en nuestros descendientes. Jamás se da por concluida o por asimilada la Navidad, no importa los años que se cumplan o la situación en la que uno se encuentre. Da igual que la recibas en la montaña o en el mar, en tu domicilio o en una estación de esquí. Todo lo que de alegría y de tristeza tienen estas fiestas se manifiesta puntualmente cuando los grandes almacenes adornan sus escaparates. Hacia el 8 de enero, en casa volvemos a guardar la Navidad en dos viejas maletas de piel con la esperanza inconsciente de que el cuero la digiera. Pero cada 15 de diciembre o así, al abrirlas, vuelve a manifestarse como si lo hiciera por primera vez.

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