El discurso del Rey

El necesario respeto a las reglas del juego político en España

Óscar R. Buznego

Óscar R. Buznego

Estas navidades el discurso del Rey, uno de los eventos más seguidos por televisión, fue recibido lógicamente con mayor expectación de lo habitual. Los españoles son muy conscientes de la situación política del país y de que las cosas no van bien. El debate que lo precedió giraba en torno al punto hasta el que debía intervenir en el funcionamiento de las instituciones del Estado. La cuestión, puesto que el nuestro es un estado de derecho, estriba en la interpretación que procede hacer del artículo 56 de la Constitución y, por tanto, en determinar en qué consiste la tarea de arbitrar y moderar que asigna al jefe del Estado. Las reacciones que se han sucedido a la alocución, casi todas de dirigentes políticos, con alguna excepción debida a entidades civiles, ponen de manifiesto el desacuerdo que existe en torno a la función de la Corona, en particular cuando las instituciones, como es el caso, se han salido de la normalidad.

El Rey ha sido sencillo y claro en sus palabras. La vida de la sociedad española se ha visto perturbada por el acontecer convulso de los últimos años en el mundo y ante el riesgo de división, desgaste de las instituciones y deterioro de la convivencia, conviene reflexionar y que cada cual asuma seriamente su reponsabilidad de hacer correctamente, según lo establecido en las leyes y con ánimo de colaborar entre todos, lo que le corresponda. Guiados por el espíritu de la Transición que alumbró la democracia, tenemos razones para confiar en nuestras capacidades. El Rey resaltó en su discurso que contamos con un buen punto de apoyo, la Constitución, aprobada democráticamente de manera impecable, y la seguridad que nos da el anclaje definitivo de España en Europa.

Los principales partidos han refrendado el mensaje con acentos distintos en sus comentarios. Un portavoz de Podemos ha hecho unas declaraciones más ambiguas. Las críticas más afiladas han venido, como era de esperar, de los nacionalistas. A Gabriel Rufián no se le ha ocurrido otra cosa que mostrar una foto del rey cuando era un niño dando la mano a Franco. Bildu ha tachado el discurso de "vacío". La réplica de mayor calado político la ha dado el portavoz parlamentario del PNV, que le ha pedido al Rey que impulse una reforma constitucional para reconocer las naciones y revisar su inviolabilidad, sin tener en cuenta que esa iniciativa no pertenece a la Corona.

Se ha reparado poco, sin embargo, en detalles significativos de la aparición de Felipe VI que merecen ser destacados. En primer lugar, el Rey está perfectamente ubicado, sabe muy bien lo que pasa y ha ido al grano, sin andarse por las ramas, llegando hasta dónde le permite la Constitución. En segundo lugar, al invocar el compromiso de todos con el buen funcionamiento de las instituciones ha aludido a la Corona como una más. En tercer lugar, y este es el aspecto más relevante, ha convertido a todos los españoles en sus interlocutores. Nadie duda que los políticos habrán estado en primera fila atentos a su disertación, pero él ha dirigido sus palabras a los ciudadanos de a pie, ha compartido sus inquietudes y sentimientos, y ha proclamado que en sus manos tienen su futuro, un supuesto que subyace a la letra del artículo primero de la Constitución, que afirma solemnemente la residencia de la soberanía nacional en el pueblo español.

En este último punto, el discurso del sábado es coherente con el que emitió el 3 de octubre de 2017 ante la deriva que iba tomando en aquellos días el proceso independentista en Cataluña, y ayuda a comprenderlo mejor por parte de sectores de la opinión pública que le dedicaron reproches, una parte de ellos muy precipitados. Sabemos que las democracias hoy no quiebran por un golpe de Estado militar, al que sigue una dictadura, pero si no queremos ver la nuestra reducida a escombros y estamos dispuestos a cuidarla, hemos de poner empeño en proteger la Constitución. Para ello, la exigencia menor que deberíamos hacernos es cumplirla. El Congreso y el Senado, por ejemplo, antes de quejarse por la intromisión del Tribunal Constitucional en su actividad legislativa, tendrían que proponer sin más demora a sus vocales para renovar el Consejo General del Poder Judicial. Y el PSOE debería meditar sobre las condiciones de su pacto con los nacionalismos independentistas, dado que Esquerra va a debatir en su congreso de enero una ponencia política escrita bajo el postulado de una ley de claridad y un referéndum de autodeterminación. Es posible discutir si monarquía o república, la cuestión catalana y la vasca, asuntos que están sobre la mesa, pero debemos hacerlo respetando las reglas que hemos acordado.

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